Vergüenza

Dice el diccionario que es una turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena.

Sentí vergüenza leyendo la noticia: “Intervienen radioterapia del Hospital México“.

Vergüenza propia y ajena. Era diputado en el año 2001 y junto a un grupo de personas muy valioso y comprometido con la defensa de la Seguridad Social, denunciábamos el calvario de los enfermos de cáncer con la situación de los aceleradores lineales, y el negocio que empezaba apenas a caminar, alimentado con el sufrimiento de la gente.

Nos faltó continuidad y perseverancia. El negocio siguió creciendo y en el torbellino de las luchas atomizadas e inconexas, no fuimos capaces de sostener y hacer crecer una lucha central y prioritaria. Vergüenza propia, por lo que debemos hacer y no hacemos.

Vergüenza ajena, por el grado de descomposición moral alcanzado.

Sólo en siete años la Caja pagó diez millones de dólares al centro privado de radioterapia Irazú. Mientras llenaban los bolsillos de una empresa privada con el sacrificio de los y las asegurados, el acelarador lineal de la Caja de la transnacional Siemens, tuvo 1.336 averías.

El jefe del Servicio de Radioterapia del Hospital México, Alvaro Suárez Arias, trabajaba también para la empresa Irazu, así como otros técnicos y radioterapeutas.

La Caja acepta ahora que hay conflictos de intereses y ordena la intervención. ¿Cuántos muertos en el camino? ¿Cuántas humillaciones y tragedias?

Hierve la sangre y siento vergüenza.¿Cómo hemos podido permitir que esto pase? La rabia contra los sirvergüenzas, nos coloca también ante nuestras propias responsabilidades.

Me dijo una vez una Abuela de Plaza de Mayo de Argentina que “la única causa que se pierde es la que se abandona“, y pienso que no hemos estado a la altura, que hemos fallado, pero que todavía estamos a tiempo.

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