¿El déficit fiscal es tan desastroso como andan diciendo?

El gobierno de Chinchilla llama a aprobar el proyecto tributario que propuso en conjunto con Ottón Solís, convocando para ello imágenes de catástrofe. De no aprobarse tendremos a corto plazo una sustancial elevación de las tasas de interés, frenazo a la economía y mayor desempleo. En un artículo publicado en La Nación, Solís respalda ese punto de vista. Ahí establece, muy a la ligera, un paralelismo entre la actual situación y la de inicios de los años ochenta (gobierno de don Rodrigo Carazo). La severa crisis económica que entonces se vivió es atribuida por Solís –principalmente, si no de forma exclusiva- a un problema de desbalance fiscal. Se advierte entonces acerca de una posible agudización de la actual crisis, suscitada exactamente por la misma razón. Solís llega al simplismo de atribuir la crisis griega sin atenuantes ni matices también a lo fiscal.

Como alternativa al proyecto tributario aparece así el desastre. En ello coinciden tanto don Ottón como doña Laura.

A mi juicio, esto comporta un grave error, cuyas consecuencias podrían ser tan graves como se pretende hacer creer que serían los efectos que tendría no aprobar los nuevos impuestos. Y es un error a cuya raíz hay, tanto un problema de estrechez teórica como de rigidez ideológica. Lo primero atiende a la incapacidad para leer, con un mínimo de claridad, los alcances y profundidad de la crisis económica mundial, en sus complejas interrelaciones con las crisis energética, demográfica y ambiental. Lo segundo se manifiesta como una parálisis sumamente peligrosa, que inmoviliza frente a lo realmente urgente que, en este caso, tiene que ver con el necesario replanteamiento de un modelo de desarrollo nacional, que fue concebido con arreglo a la visión de mundo que predominaba en los ochentas y, parcialmente, los noventas del siglo XX, la cual hoy ha colapsado. Ese colapso toma en este momento la forma de un agudo curso involutivo en lo social y político –y no solo en lo económico- tanto en Europa como en Estados Unidos. Ambos centros del capitalismo mundial son presas de una parálisis ideológica que guarda parcial similitud con la que Chinchilla y Solís verbalizan. A ambos lados del Atlántico, un neoliberalismo moribundo sigue reinando, pero prolonga su agonía al costo de producir una horrorosa devastación social y humana.

No es cierto –en contra de lo que afirma Solís- que la crisis de los ochentas fuese simplemente atribuible al presunto “_descuido_” fiscal. He ahí una notable manifestación de estrechez en el enfoque teórico desde el cual se interpreta lo que entonces aconteció. De forma similar, tampoco es cierto que el principal problema actual en Costa Rica sea su déficit fiscal. Resulta que al cabo de tres años consecutivos con un déficit superior al 5%, la inflación se mantiene en mínimos históricos y las tasas de interés no se han disparado. O sea, el problema no está en el déficit. He ahí, además, una notable diferencia entre el momento actual y el de inicios de los ochentas, que Solís pasa por alto. Pero ello también ilustra un detalle especialmente relevante: se están confundiendo los síntomas con la enfermedad. Y eso es peligroso.

Debe reconocerse que el impacto de la crisis (que empezó a sentirse en 2008) hacía necesario aumentar el gasto y generar déficit. Sin duda, Oscar Arias no lo hizo de la forma más responsable ni apropiada, y lo acontecido con la Caja –donde primó la más vulgar politiquería- es demostración palmaria de ello. Pero que era necesario generar déficit, es cosa que sostengo con pleno convencimiento. Por otra parte, la crisis impactó negativamente sobre los ingresos fiscales. Se combinaban entonces dos tendencias contrapuestas que se reforzaban mutuamente: la tendencia alcista del gasto –necesaria no obstante las veleidades aristas- con la depresión de los ingresos. Apareció así el en todo caso necesario déficit. En el contexto de una economía que por cuatro años consecutivos se ha mostrado débil y vacilante, ese déficit ha tendido a perpetuarse. Pero debería quedar claro que este es consecuencia visible de la crisis, no su causa.

Que justo hoy se pretenda hacer del déficit el gran responsable de los problemas económicos que Costa Rica enfrenta, resulta hasta esperable, dada la histeria anti-estatista que devasta hoy las sociedades europeas y estadounidense. Comprobadamente susceptible a las (cada vez más maltrechas y opacas) glorias del mundo rico, aquella destructiva moda ideológica ha echado raíces en el gobierno de Chinchilla, al fin y al cabo un gobierno liberacionista que proviene de una consistente práctica neoliberal de más de un cuarto de siglo. Pero también prende en el ánimo de Solís, lo cual no extraña demasiado, ya que, no obstante su trayectoria de lucha contra el neoliberalismo, en temas fiscales generalmente tiende a suscribir tesis muy conservadoras.

Pero el problema aquí es mucho más grave, ya que al reducir la crisis a lo fiscal, con ello se elude el tema realmente fundamental, relativo al hecho de que la crisis exige a gritos replantear a profundidad el modelo neoliberal vigente. Afirmar que la cuestión se agota en lo fiscal, equivale a perpetuar ese modelo, justo cuando la realidad obliga con urgencia a repensarlo y reorientarlo. Me resisto a creer que el PAC se dé por satisfecho con eso.

El caso es que las catástrofes que se quiere atribuir al déficit podría efectivamente presentarse: desde aumento de las tasas de interés hasta recesión económica y agravamiento del desempleo y la pobreza. Pero con casi total seguridad será el impacto de una crisis mundial en curso de agravamiento. Incluso, ello también podría tomar la forma de un aumento adicional del déficit fiscal.

El proyecto tributario que Solís y Chinchilla promueven tiene diversos defectos y limitaciones, y algunos interesantes elementos progresistas. No es, ni con mucho, una solución integral ni tampoco una respuesta a la medida de las elevadas exigencias que la crisis plantea. Frente a esta última es a lo sumo un paliativo de limitado alcance. Y, sin embargo, eso es preferible a nada. Por ello, y dada la escasez de alternativas a la mano, quizá convendría aprobarlo, mejorándolo tanto como se pueda.

No debemos descuidar lo fiscal. Pero la discusión de fondo es otra. Es triste que ni el PAC, como en general tampoco la oposición ni el progresismo ni las izquierdas, lo vean así. Tiene que ver con la urgente necesidad de replantear el modelo de desarrollo, si es que hemos de sobrellevar con dignidad la inmensa tormenta que sacude la economía mundial.

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