¿Es el TLC una alternativa?

Tan arrogante planteamiento se sostiene sobre varios supuestos implícitos. El primero de estos se expresa más bien como una afirmación: existe una única alternativa, y ésta es el TLC. Solo si se tiene esto en cuenta adquiere sentido el arrebato jubiloso con que se lanza la interpelación acerca de la “otra alternativa”. Seguros de que ésta no existe, el reclamarla es una forma de descalificar cualquier crítica que pudiera ser expresada.

Que si para vivir hay que comer y si para comer tan solo yuca se tiene, pues yuca ha de comerse, así uno se indigeste y aburra. Pues parecido con el TLC. No habiendo nada más, inútil resulta buscarle defectos o cualidades…si es lo único que tenemos. O lo tomamos o nos morimos. Así de simple.

Lo demás como querrán decirlo algunos empresarios muy ufanos de sus cuentas bancarias son majaderías de académicos vagabundos. Lo que, a decir verdad, no es sino una versión ligeramente modificada de ese argumento acerca de la “alternativa única”. En este caso expresado en versión “muerte a la inteligencia”. Como los académicos tienen la fea costumbre de estudiar y cuestionar cosas, el plutócrata reacciona poniéndoles bozal. Es decir, aniquilándolos. Si no en sentido físico cuando menos sí en el intelectual. Así el orden se restablece. El orden de la “alternativa única”, quiero decir.

Pero aún hay otro supuesto, todavía más soterrado. Es el de que el TLC mismo es una alternativa. Porque podría no serlo del todo, que de ser ése el caso no podría ser la alternativa única. Entonces, y de acuerdo a la lógica de estos propagandistas del TLC, no quedaría alternativa ninguna y tan solo nos restaría convocar al suicidio colectivo.

El supuesto acerca del TLC como alternativa única, simplifica la realidad al extremo convirtiéndola en un juego de polaridades excluyentes: blanco frente a negro, irreductiblemente opuestos. Desde ese punto de vista no posee un gramo de rigor científico, ya que para tenerlo cuanto menos debería reconocer que la realidad es compleja y que, por lo tanto, no resulta de ninguna manera sostenible la tesis de que esa realidad se mueve en una sola dirección, sin siquiera admitir alguna oscilación o matiz.

Es innecesario decir lo obvio: así han visto la realidad todos los sátrapas, dictadores y tiranos que la humanidad ha padecido. En sus cabecitas enfermas por el poder, no cabe la diversidad ni las gradaciones. Por eso persiguen, encarcelan y matan.

Y no digo -no vaya a ser que alguien se ofenda – que estos promotores del TLC son unos monstruos tales. Nada más lejano de mis intenciones. Pero pareciera que sí les imitan su visión del mundo. Qué lamentable decirlo y preferiría no hacerlo pero lo cierto es que ése es el caso. Problema de ellos que encuentren inspiración en semejantes “modelos”.

Pero volvamos a lo que decíamos más arriba: decir que el TLC es la alternativa única afirma, por descontado, que, en efecto, es una alternativa. Algunas preguntas se hacen entonces obligatorias: alternativa, sí, pero, ¿con qué contenidos y objetivos? Y, además, ¿para quién y para qué?

Grave problema. Esto nos lleva de vuelta al punto de partida, justo aquel que se quiso dar por saldado. Porque si lo que se quería era silenciar cualquier cuestionamiento, acontece que el cuestionamiento resurge nuevamente. Vagabunderías de académicos, repetirá el plutócrata. Pero asumamos que, sin embargo, aún es posible hacer ejercicio de la razón y que, por lo tanto, aún no se consuma el grito de “muerte a la inteligencia”.

¿En qué sentido o desde qué punto de vista el TLC es una alternativa? Remitámonos a lo que los propios propagandistas del tratado dicen: éste último es la culminación de una estrategia de desarrollo que el país ha seguido durante los últimos 20 años. Ya esto aclara un tanto acerca de cuál es la alternativa que se nos ofrece.

Según la versión “pro-TLC”, esta estrategia acumula una lista impresionante de éxitos. El principal de los cuales es el crecimiento de las exportaciones y la interesante afluencia de inversión extranjera.

Claro que uno podría señalar algunos “problemitas”. Los y las costarricenses tienen una buena idea al respecto, puesto que día a día lo viven cuando se trata de ganarse duramente los frijoles.

Pero los pro-TLC tienen sus respuestas que usualmente son tan simplistas y maniqueas como película de Hollywood.

Por ejemplo, un día oí a doña Anabelle González decir en la tele, que en comparación con 1982 la pobreza actual es más baja y que, además, la desigualdad no se ha agudizado. Lo primero muestra carencia de los más elementales criterios de discernimiento analítico a la hora de realizar comparaciones. Lo segundo pone en evidencia un problema de simple y llana ignorancia.

Pero no hay nada como el contundente “eso no tiene nada que ver con el modelo de desarrollo que el país ha seguido ni con el TLC”. Casi tan lapidario como el “no hay alternativa”. Desde el punto de vista teórico, la estratagema es de una vulgaridad suprema: meter el TLC en urna de cristal y aislarlo de cualquier cosa que pudiera mancharlo.

Pero el caso es que sí. La pobreza y desigualdad que se profundizan; la destrucción galopante del medio ambiente; el deterioro de los servicios de salud y educación y de la infraestructura pública, sacrificados a favor del pago de intereses de la deuda interna; la balanza de pagos al borde del precipicio; la estabilidad económica sostenida con alfileres; la violencia callejera e intrafamiliar y la descomposición del sistema político. Todo esto tiene que ver con la estrategia de desarrollo que el país ha venido siguiendo.

Porque es una estrategia que convoca a la competencia encarnizada y el triunfo del más fuerte; que se alimenta de la desigualdad; que promueve la avaricia, la especulación y el consumismo obsesivo; que empuja la destrucción ambiental. Es una propuesta para intoxicar la economía y, peor aún, para enfermar la sociedad.

¿Esa es la “alternativa única-TLC” a la que nos quieren condenar? Por supuesto que hemos de rechazarla con un NO rotundo, del que han de emerger muchas opciones en procura de rescatar el derecho de todo ser humano a una vida digna.

Por Luis Paulino Vargas Solís
Costarricense, economista y catedrático universitario.

San José, 31 de agosto de 2005.

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