Es evidente, que vivimos momentos difíciles en nuestra querida Costa Rica. La criminalidad se disparó, y no parece mermar; por el contrario, los homicidios son cada vez más atroces, al mejor estilo de los carteles de la droga.
Lamentablemente, ese “negocio” ilícito está socavando nuestras comunidades, en tanto que dejamos de ser un país de paso, para convertirnos en un país de almacenaje y distribución de drogas.
La situación que vemos a diario, en torno a la incursión del crimen organizado, el incremento en la violencia, el hacinamiento carcelario, el desempleo, la falta de oportunidades para nuestros jóvenes, deberían estar en el pensamiento, en el discurso y en las agendas de nuestros legisladores. El riesgo latente de que a mediano plazo pasemos a niveles insospechados de violencia e inseguridad representa, además de la inseguridad ciudadana, la salida de inversión extranjera, el alejamiento del turismo y, por ende, la llegada de más desigualdad, y consecuentemente, una gran oportunidad para los carteles de la droga.
Costa Rica, un país pequeño en territorio, pero grande en su corazón; que se decidió por la paz, por la educación, por la solidaridad, y la justicia social.
Las fuerzas de policía, civilistas, y al servicio de la ciudadanía, dan cuenta de un país que abolió de forma permanente el ejército, algo de lo cual nos hemos sentido orgullosos por muchos años y que hemos abanderado ante el mundo.
Ciertamente, nuestro país atraviesa un momento histórico, la globalización nos alcanzó; dejamos de vivir en casas de puertas abiertas; hoy somos prisioneros en nuestras casas, se terminaron las tardes de café entre vecinos; dejamos de ver a cientos de niños y jóvenes, detrás de un balón, en canchas de fútbol que antes eran abiertas al público y que hoy son parques o, están cerradas y limitadas exclusivamente al lucro. Dejamos como sociedad, de hacer patria, dejamos de conversar y dimos paso a la chota, a la contienda, al morbo, a los ataques desaforados, como si esa fuera la fórmula para resolver los problemas de nuestro país.
En una democracia debe existir el espacio a la discrepancia, los pesos y contrapesos son parte del equilibrio, pero es necesario que las diferencias, y discrepancias, no se conviertan en ataques personales, en posiciones intransigentes, en donde se hace imposible avanzar y buscar el bien común y la justicia. La justicia debe ser la que motive e inspire los debates.
“Poseer la virtud de la justicia, según Aristóteles, significa ser respetuoso de las leyes y al hacerlo ponemos en práctica el bien de todos y no sólo un bienestar egoísta. La justicia es por esto “el compendio de todas las virtudes” o “la virtud más perfecta”.
La justicia debe ser fuente que inspire nuestros actos, nuestro país requiere de líderes que motiven una gran concertación. Ciertamente se viven tiempos difíciles; la corrosión pareciera haberse institucionalizado; la calidad de los servicios, en algunos casos no son lo mejor; eso debe ser sometido a revisión; pero con objetividad, con asertividad, sin dejar de hacer lo que mejor hemos hecho en el tiempo; dialogar para resolver nuestras diferencias.
Lamentablemente prevalecen intereses individuales, egocentrismos, mezquindades y una evidente lucha por ostentar “el poder por el poder”. Es lamentable observar como nuestros legisladores (no todos) dejaron de hacer patria, de visitar comunidades, de atender necesidades, de buscar soluciones integrales; porque el momento histórico (el de las redes sociales), hace más interesante, ser noticia por insultar, por pegar gritos en el plenario, por propiciar como “solución” un ensañamiento en contra de quienes se ganan la vida trabajando en el sector público.
La denuncia, en torno a algunos abusos es necesaria, no obstante, no hemos observado una propuesta integral, una que involucre estudios técnicos que nos invite al análisis, a la lectura; por el contrario, se busca el minuto de fama, una que se consigue lamentablemente con la complicidad de algunos medios de comunicación. Legisladores que no hacen más que disociar, legislar en beneficio propio, son constantemente quienes promueven en medios de comunicación, una cultura de odio entre ciudadanos.
Reiteradamente me pregunto ¿Qué características tendrían, el doctor, Rafael Ángel Calderón Guardia, presidente en el período 1940-1944 y líder del partido Republicano Nacional y de la tendencia política conocida como “el calderonismo”, el líder del Partido Comunista; Manuel Mora Valverde, y el arzobispo de San José, don Víctor Manuel Sanabria Martínez, líder de la Iglesia Católica de Costa Rica; para que, a pesar de sus diferencias, lograran, respetando sus ideales, la reforma histórica conocida como “Las Garantías Sociales”?
Es cierto que existen situaciones jurídicamente consolidadas que, si bien están dentro del marco de la legalidad, requieren ser revisadas, actualizadas, y modernizadas; debido a la evolución social, cultural, política y económica del país. Representantes sindicales, como el suscrito, lo reconocemos, pero apostamos por la instauración de un proceso de diálogo constructivo, sensato, y con propuestas equilibradas que vengan a favorecer la justicia social.
Es inminentemente urgente, establecer una agenda común, establecer prioridades, que me parece están a la vista y conversar. Solo así podremos reconstruir lo que nos parece perdido: ¡la capacidad de diálogo y de alcanzar grandes acuerdos!
Señores diputados y diputadas, les reto, para que propicien un gran diálogo nacional para que hagamos patria.