– La fuerza política dominante en estos momentos, misma que básicamente responde a los intereses ideológicos, hegemónicos, políticos y económicos de “los y las de arriba”, basa mucho de su fuerte incidencia en el devenir de la actual cosa pública del país, precisamente a partir de la desarticulación de “los y las de abajo”.
Al llegar el primer año de la presente gestión gubernativa, la conclusión más contundente es ésta: la coalición político-ideológica que se formó a partir de los resultados de las elecciones presidenciales y diputadiles del año pasado, abrazó el “ideario” neoliberal y la ejecución de la retardada implantación (o lo que todavía falta) en el país, de los postulados fundamentales del Consenso de Washington.
Esa alianza neoliberal, en esencia, tiene tres componentes fundamentales: el principal es el surgimiento como actores políticos de primera línea, en los últimos años, de lo que nosotros denominamos como latifundios mediáticos del capital (expresados, básicamente, cierta prensa escrita y televisiva), afines a la reducción al mínimo del papel del Estado en la sociedad.
Su idolatría fundamental es la del mercado y sus dos consecuencias negativas más destacadas: la concentración de la riqueza-acumulación desmedida de capital, por una parte. Por la otra, la entronización de la desigualdad y la apropiación de los servicios públicos que fueran establecidos para, precisamente, propiciar la integración y la equidad sociales, en función de no permitir la entronización de esa desigualdad.
Estos latifundios mediáticos diseñaron como estrategia fundamental de su nuevo rol político-estratégico en la conducción hegemónica-ideológica de la política pública de los últimos tiempos, el desarrollo de la más grande ofensiva contra el Estado social, contra el empleo público y contra las personas trabajadoras asalariadas que laboran en él; apelando a los más perversos elementos de la propaganda goebbelsiana. Desplegaron, tácticamente, una campaña de odio, infamia, injuria, desinformación; típica de cuando un país se encuentra en confrontación abierta, político-bélica, con otro.
El segundo componente que posibilita la concreción material de dicha alianza neoliberal, como para tenerle en ofensiva, es la degeneración política del bipartidismo tradicional, primero; y, luego del Partido Acción Ciudadana (PAC), después. La Socialdemocracia está huérfana, dispersa y golpeada pues creyó que este partido sería su nuevo albergue luego de que el PLN la echó de El Balcón Verde. El Humanismo Cristiano solamente resultó para el PUSC, un eslogan de corte publicitario-electoral pues una de sus esencias, como lo es la justicia tributaria real, jamás representó una prioridad política.
El deterioro moral, ético y político-ideológico que llevó al vaciamiento de contenido a dichos partidos, halló “refugio” en los nuevos partidos electorales, especialmente los de la derecha religiosa, muy proclive ésta al ideal neoliberal desde el punto de vista que éste encontró en el desaliento y en la desesperanza de la gente excluida, un terreno fértil de acomodamiento ante el degenere de sus “casas político-partidarias originales”, cuando éstas abandonaron esos pensamientos de orden filosófico social que construyeron la Costa Rica de la inclusión social.
El tercer elemento que hace posible la actual ofensiva en desarrollo por parte de la hegemonía neoliberal, de manera concreta y materializada en varios y nefastos proyectos de ley como el denominado “Ley Marco del Empleo Público”, o como su inmediato antecesor combo fiscal-ley 9635; tiene que ver con la disgregación de los distintas fuerzas de variada naturaleza que representan un Poder Social latente pero que no encuentra el camino de una articulación estratégica como para desafiar a la hegemonía neoliberal que tiene el control de la práctica totalidad del aparato estatal tomador de decisiones, como la propia Asamblea Legislativa.
La fuerza política dominante en estos momentos, misma que básicamente responde a los intereses ideológicos, hegemónicos, políticos y económicos de “los y las de arriba”, basa mucho de su fuerte incidencia en el devenir de la actual cosa pública del país, precisamente a partir de la desarticulación de “los y las de abajo”.
Impresiona constatar que, al interior de lo que se mueve en las redes sociales podría ser leído por un extraño a nuestra realidad política, como una sociedad en ebullición a punto de un estallido conmovedor de un orden que está imponiéndose en contra de las mayorías; sin embargo, no hay un aliciente unificador materialmente fijado, al menos por ahora que fructifique desde lo social para la disputa por el control hegemónico en la sociedad. O, al menos, para salvar lo poco que queda de un Estado Social acorralado y que, paradójicamente, se hace más necesario ante el indetenible y deshumanizante proceso de crecimiento de la desigualdad. Una tarea que, las afortunadamente todavía existentes terquedades patrióticas, siguen dispuestas a asumirla.