A la clase trabajadora costarricense (y migrante) no le está yendo nada bien. La desigualdad social y la exclusión económica se ha entronizado en el país.
Por el contrario, a las élites económicas y a quienes medran de las mismas en los niveles de la tecnocracia político-gerencial, público-privada, sí les está yendo pura vida.
La “guerra” que se ha venido dando entre la élite económica que apoya al Presidente Chaves Robles y la que le adversa (básicamente, los latifundios mediáticos practicantes del periodismo de odio), es una pugna por el control total de la cosa pública en aras de hacer avanzar, cada una a su manera, la institucionalización del todo mercado-nada Estado, como piedra angular del reordenamiento de la sociedad para incrementar los niveles de ganancia del capital y los niveles de explotación obrera.
Por supuesto que el proceso de imposición del todo mercado-nada Estado no es algo homogéneo ni unilineal. Hay importantes resistencias y posiciones individuales notables que expresan una ética para con el bien común y la inclusión social.
En este sentido, de la ética para el bien común y la inclusión social, valores otrora dominantes en nuestra sociedad, como el Humanismo Cristiano y la Socialdemocracia consecuente, están arrinconados ante la potencia de la plutocracia reinante en nuestro sistema político pese al pleito inter-élites.
La preservación de un sistema tributario doblemente perverso, porque es injusto y porque es corrupto; la impactante reducción de la inversión social en el campo de las políticas públicas, el congelamiento y la precariedad salariales, la destrucción del agro costarricense, el severo retroceso educativo, el estratégico avance de la delincuencia organizada, entre otros contundentes indicadores del progreso del todo mercado-nada Estado; no encuentra un fuerte polo de resistencia porque, sencillamente, no existe.
Es en tal marco de condiciones en la que se desarrolla, en estos duros momentos, la lucha sindical y social consecuente que, de un modo u otro, con la crítica de rigor pendiente, considera que las políticas públicas de corte estatal hoy son más urgentes que nunca antes.
En la corriente sindical en la cual militamos se está dando una transformación estructural interna, aún incipiente, por darle un nuevo aire a la defensa obrera en estos tiempos de reversión de derechos laborales y sociales.
Ese nuevo aire lo hemos encontrado en la Doctrina de los Derechos Humanos (DD.HH.), considerando la trayectoria política de nuestro país y sus élites gobernantes de pregonar al mundo que Costa Rica es ejemplo “inmaculado” de respeto a los DD.HH.
Paradójicamente, pese a que el país tiene una amplia cantidad de tratados de Derechos Humanos, tanto continentales como universales, firmados y ratificados, convertidos en leyes de la República; nunca antes la desigualdad social y la exclusión económica ya hoy reinantes, están mostrando una amplia gama de violaciones a los mismos.
Y es, precisamente, en este punto en que una renovada acción sindical, militante y consecuente, levantando las banderas de cada uno de esos tratados, podemos re-construirnos para estar a tono a los retos enormes de defensa obrera que impone, precisamente esa desigualdad social y exclusión económica recientes y reinantes.
Está más claro que nunca que la Costa Rica actual muestra una doble moral en materia de Derechos Humanos. Corresponde a las fuerzas sociales, cívico-patrióticas y sindicales sanas considerar las amplias posibilidades de impregnar a la defensa obrera, táctica y estratégicamente, de los postulados de los tratados de DD.HH. que Costa Rica ha jurado respetar.