Hoy 7 de noviembre se cumplen 95 años de la toma del Palacio de Invierno en San Petersburgo, que desencadenó la revolución rusa, (revolución de octubre según el calendario ortodoxo antiguo). Fue un momento cumbre en el proceso mediante el cual millones de rusos decidieron acabar con el régimen zarista y reclamaron todo el poder para los obreros y campesinos para acabar con la guerra y con la miseria. Igualmente, para millones de trabajadores y trabajadoras en todo el mundo, esa revolución iluminó el camino de la esperanza en que sería posible un mundo distinto en manos de la clase obrera.
Muchos fueron los avances científicos, culturales y sociales que se lograron en la Unión Soviética a pesar de la guerra y las vicisitudes que debió enfrentar el pueblo ruso. Sin embargo, al evocar hoy el modelo soviético tiene más peso la memoria del burocratismo, la corrupción y las falencias democráticas que terminaron por socavar el sueño de construir un “bello paraíso para la humanidad”.
La caída del bloque de países del este europeo, simbolizada por el derrumbe del muro que separaba las dos alemanias y marcaba la división entre los mundos capitalista y socialista, representó un duro golpe para las y los revolucionarios así como para las mayorías populares que imaginaron en la URSS, un modelo de sociedad a seguir.
Entonces ¿por qué seguir reivindicando el socialismo como modelo alternativo al capitalismo, si esa palabra ha tenido y sigue teniendo una carga negativa tan grande? Precisamente porque a partir de la experiencia soviética, hoy podemos saber qué es lo que no queremos que sea el socialismo.
Como afirma Marta Harnecker “no queremos que la palabra socialismo se asocie a la falta de democracia, al totalitarismo, al capitalismo de Estado, a la planificación central burocrática, a un colectivismo que pretendía homogeneizar sin respetar las diferencias, el productivismo que ponía el acento en el avance de las fuerzas productivas sin tener en cuenta la necesidad de preservar la naturaleza, el dogmatismo, la intolerancia a la oposición legítima, el pretender imponer el ateísmo persiguiendo a los creyentes, y a la necesidad de un solo partido para conducir el proceso de transición”.
Las izquierdas tienen que sacar lecciones del “socialismo” del siglo XX para llevar a la práctica formas participativas y transparentes de construir el poder de todos esos millones de hombres y mujeres que el capitalismo ha sumido en la miseria material y espiritual. Frente al fracaso neoliberal y las crisis económica, ambiental y energética que sufre la humanidad, “una sociedad alternativa al capitalismo se hace más necesaria que nunca”.
La flama emancipatoria se mantiene encendida en este nuevo siglo porque hoy como hace 95 años sigue habiendo muchas razones para continuar luchando y aunque el “asalto al palacio de invierno” no sea hoy nuestra misión, nos toca defender los derechos laborales, el carácter universal y solidario de los servicios públicos, el derecho a la salud y al agua, la integridad de nuestros ecosistemas y la soberanía alimentaria, entre tantas y tantas causas.
El sueño de octubre pervive. ¡Nos toca honrar a las y los revolucionarios rusos aprendiendo de su experiencia y luchando por construir un socialismo que responda a la historia costarricense y a las características de nuestra gente.