Albino Vargas Barrantes, Secretario General ANEP
Hoy, miércoles 15 de setiembre de 2021, llegamos a los 200 años de vida “independiente” (intencionadamente entrecomillado), con respecto al decadente imperio español de entonces. La noticia de este acontecimiento llegó a nuestras tierras hasta el día 29 de octubre de 1821 y para muchos estudiosos de nuestra historia ésta, en realidad, debería ser la verdadera fecha magna de la nación costarricense. Nosotros pensamos lo mismo.
Llega el Bicentenario y nos encuentra sumidos en varias crisis que, de un modo u otro, indican que somos un país fragmentado. Al menos, consideramos que hay tres de enorme relevancia y profundas consecuencias negativas para la mayoría de la población costarricense.
Empecemos por plantear que desde el punto de vista del desarrollo socioeconómico parece que tenemos dos países en uno: el de las costas (Puntarenas, Limón y Guanacaste), rezagados completamente; el del Valle Central (San José, Alajuela, Cartago y Heredia), con aparentes mejores condiciones de vida, pero la calidad de ésta va en retroceso para miles de compatriotas de esta zona geográfica del país. Esto indica que somos un país fragmentado y que hay una crisis en cuanto a políticas públicas que no logran nivelar, hacia arriba, esa gran diferenciación geográfica en el plano socioeconómico. Todo lo contrario: todas las zonas van hacia abajo.
Llega el Bicentenario y, también, parece que somos dos países, si nos fijamos en la concentración de la riqueza. Está el país de los ricos y de los mega-ricos: la plutocracia. Ésta tiene el control real de las políticas públicas y, de un modo u otro, ha venido imponiéndonos su visión de mundo, centrada ésta en la exclusión social y económica. Ha logrado esta plutocracia influenciar a la abrumadora mayoría de los partidos políticos actuales, especialmente los que han venido administrando la cosa pública: Liberación, Unidad y PAC. Se ha generado así lo que conocemos como la clase política que operativiza el control social a favor de los ricos y de los mega-ricos.
En la contracara del proceso de la distribución-concentración de la riqueza, está el otro país: el de los ya excluidos y los que van en camino de serlo, como la muy golpeada clase media. Aquí están, por ejemplo, las personas trabajadoras asalariados que tienen su ingreso congelado y que gran parte de él se los consume su alto endeudamiento; y están las que están en el desempleo y en la informalidad: prácticamente, la mitad de la Población Económicamente Activa (PEA).
Tal y como lo planteó la encuesta internacional Ipsos, en esta otra Costa Rica, la ciudadanía piensa“que la élite política y económica no se preocupa por las personas trabajadoras”, por una parte. Por la otra, “que la principal división en nuestra sociedad es entre personas comunes y la élite política y económica”.
Esto indica que somos un país fragmentado y en crisis por la gran desigualdad que se ha generado a partir del proceso de concentración de la riqueza.
Llega el Bicentenario y nos encuentra con la más alta deuda pública de la historia de estos 200 años de vida “independiente”. Y también en este asunto podríamos decir que hay dos países: el que recibe los beneficios del pago exorbitante, escandaloso, obsceno y abusivo de los intereses de esa deuda pública y que es de los más altos de la región latinoamericana. Se trata de los sectores bancario-financiero que ganan capital de manera escandalosa a través del negocio privado de la deuda pública. En este caso, este tipo de sectores son parte esencial de lo que llamamos la plutocracia y, paradoja de paradojas, están entidades del sector público que uno no logra comprender su rol en este caso.
La contracara de esto, el otro país, se caracteriza por la circunstancia de que la abrumadora cuantía de la plata que están utilizando para tal pago de intereses, la cogen de los dos impuestos más relevantes en cuanto a potencial recaudatorio: el de ventas, que es el más injusto de todos pues se lo cobran a la gente por igual sin discriminar su capacidad de ingreso, por una parte. Por la otra, el de renta que, se carga sobre las espaldas de los golpeados sectores medios puesto que los sectores de la plutocracia o cercanos a ésta tienen múltiples formas de evasión tributaria y de elusión fiscal. Como vemos, en este asunto de la deuda pública y del pago indecente de sus intereses, la crisis de la misma nos tiene fragmentados en cuanto a la carga que ésta representa: quienes pagan la deuda y sus intereses (la mayoría), y los que ganan con ella (la minoría).
Llega el Bicentenario y nos encuentra con una democracia representativa muy descalificada, muy desacreditada, muy desprestigiada. En término generales, la ciudadanía no tiene confianza en los partidos políticos, está sin una tendencia clara con respecto a las elecciones presidenciales y diputadiles de febrero entrante. La mencionada encuesta Ipsos, apunta que “los políticos siempre terminan encontrando maneras de proteger sus privilegios” y que “los partidos y políticos tradicionales no se preocupan por la gente común”. El país, desde el punto de vista de la democracia representativa está no solamente en crisis; sino, peor aún, fragmentado: el país de la clase política tradicional no es el país de la gente común.
He aquí un amplio escenario de actuación para que las fuerzas sanas de la sociedad, que son muchas pero que no están articuladas, entren en acción cívica contundente para evitar la caída al precipicio de lo que algunos denominan Estado fallido. Desde el escenario en que desarrollamos nuestra lucha, hoy estamos proponiendo el Manifiesto del Sindicalismo Sociopolítico del Bicentenario.