La gritería histérica de los “fondomonestaristas ochenteros” que desde la Asamblea Legislativa están con su “revolución violenta y radical del gasto”, deja en evidencia la naturaleza estratégica de la tarea que es en concernirle a la multiplicidad rica y diversa de los sectores sociales organizados de nuestro país; al menos los que seguimos creyendo en las posibilidades de que “otra Costa Rica es posible”.
En la década de los años 80’s del siglo pasado, los “ajustes estructurales” promovidos por el Fondo Monetario Internacional (FMI), especialmente en contra de países y pueblos latinoamericanos, se caracterizaron por fuertes recortes del gasto público, sin ton ni son; promoviendo una política de “shock” que violentó toda clase de derechos individuales y colectivos. En el actual parlamento costarricense estamos presenciando conductas diputadiles con esa misma inspiración que nos hacen llamar a sus promotores como “fondomonetaristas ochenteros”.
Por otra parte, la “santa cruzada” en contra del empleo público actualmente en desarrollo, pretende que se desvíe la atención ciudadana y de la opinión pública acerca de la verdadera naturaleza del cambio que requiere nuestra querida Patria.
Cambio que en nada tiene que ver con el resultado electoral de este 2014, pero que sí muestra la profundidad de la furia de la derecha económico-neoliberal y, específicamente, de su parte más reaccionaria y conservadora, ante la menor sospecha de que algo cambie.
La verdad de todo esto es que hay una disputa hegemónica en desarrollo entre la posibilidad de una desaceleración del proceso neoliberalizante de la sociedad costarricense; versus la posibilidad de que se afirmen, de manera relativamente sólida, las bases para un viraje estructural; más allá de la circunstancia coyuntural de la actual gestión gubernativa con todas sus pifias.
En el medio de la pugna entre una hegemonía que teme dejar de serlo o de que le quiten el ímpetu que traía, en contraposición a otra que necesita emerger pero a la que podría abortársele su surgimiento; está la decisión que los sectores sociales organizados de nuestro país, especialmente los de más sentida trayectoria de lucha y perspectiva crítica, debemos tomar, para determinar cómo debemos jugar este “partido”; partido que está en sus minutos iniciales pero que ya deja ver la naturaleza de las zancadillas, patadas y manotazos de todo nivel que se están empleando y cuya utilización malsana se ha de intensificar.
Porque una cosa es el tema del “cambio” utilizado como exitosa fórmula de propaganda electoral para obtener un resultado y ganar una elección (¡y qué resultado!); pero otra cosa distinta es el “cambio” estructuralmente potenciado para que las cosas “cambien”, en profundidad y a favor del bien común, desafiando poderes y sectores intocables hasta hoy.
El tema del presupuesto “de la República” (nos gusta entrecomillar “de la República”, dado que solamente está en debate el 40% de toda la estructura financiera estatal, pues el 60% restante no pasa por el parlamento); no necesariamente es un tema del grave problema del déficit fiscal (que de por sí lo es); sino que pareciera representar un primer episodio del combate entre las dos hegemonías en pugna.
¿Se cree o no se cree en el papel del Estado para reducir la desigualdad? ¿Se cree o no se cree que sufrimos un proceso concentrador de riqueza? ¿Se cree o no se cree que hay que hacer cambios tributarios estructurales de orden progresivo? ¿Se cree o no se cree que podemos ser un país que tengamos soberanía y seguridad alimentaria? ¿Se cree o no se cree que dentro de los derechos fundamentales de la clase trabajadora se comprende la plena Libertad Sindical? ¿Se cree o no se cree que podemos tener una política exterior más plural y diversa? ¿Se cree o no se cree que debemos abandonar suscribir esos tipos de TLC’s fomentadores de tanta desigualdad? ¿Se cree o no se cree que una política salarial adecuada puede ayudar a distribuir riqueza? ¿Se cree o no se cree que los sectores económico-financieros ganadores e integrantes de la hegemonía todavía vigente, deben aportar tributariamente más lo que han venido “robándose”? ¿Se cree o no se cree que las pequeñas y las medianas empresas, deben ser la otra parte del motor que mueve la economía? ¿Se cree o no se cree que en una acción fuerte de política pública para enfrentar el flagelo del desempleo; especialmente en personas jóvenes y en adultas en plena etapa productiva?… ¿Se cree o no se cree que se ocupa más empleo público, más allá de una discusión estructural al respecto?…
Quienes creemos en todo eso, siempre pensamos que así debe ser el cambio. Las resistencias, evidentemente poderosas, están trabajando duro para que nada cambie. Es más, para que se fracase estrepitosamente, generando las condiciones para el retorno electoral de la hegemonía que no ha dejado de serlo.
De nuestra parte, la lucha que venimos librando sigue siendo la misma. En la línea de la respuesta positiva a las preguntas arriba citadas. La circunstancia del actual Gobierno es eso, una circunstancia que debe ser éste el que defina cuánto desea que se profundice.
Debe entenderse que esos sectores poderosos y hegemónicos que quieren que nada cambie, no están dispuestos a ceder en lo más mínimo. Entonces, tratar de quedar bien “con Dios y con el diablo”, no pareciera ser una vía aconsejable si se quiere de verdad, la realidad del cambio.
Al respecto, debe contenerse la ofensiva de los “fondomonetaristas ochenteros”, atrincherados en el parlamento actual, bajo el perverso lema fundamentalista de una “revolución violenta y radical del gasto”. En el fondo, esta gritería pretende evitar la necesidad del surgimiento estratégico del corazón del cambio: la transformación tributaria estructural.
Debemos recordarle a los “fondomonetaristas ochenteros” del parlamento una reciente nota de prensa, publicada en el país y en su periódico “preferido”: “¿Gravar los altos ingresos o centrarse en las multinacionales? El Fondo Monetario Internacional (FMI) dio la sorpresa ayer en Washington, Estados Unidos, al sugerir luchar contra los déficits con un alza de los impuestos. El guardián de la ortodoxia financiera, insta tradicionalmente a los Estados en dificultades a recortar sus gastos públicos. Sin embargo, en el informe El tiempo de los impuestos, el FMI sugiere gravar a los más ricos y su patrimonio para reforzar la legitimidad de los planes económicos y luchar contra el aumento de la desigualdad”.
Los “fondomonetaristas ochenteros” no quieren tener presente que revisión del gasto e incremento de ingresos son variables conjuntas y complementarias para un ajuste fiscal en eso del déficit.
Tan sólo en este ámbito de la transformación tributaria estructural, pueden definirse muchas cosas de corto y de mediano plazo en nuestro país, en ese campo de la pugna por la hegemonía de la que hemos hablado. Las definiciones presidenciales estratégicas al respecto juegan. Pero solamente son eso: definiciones presidenciales.
Más importante todavía, es ¿qué haremos desde los indicados sectores sociales organizados al respecto, en el marco de nuestra soberanía organizacional, con nuestra experiencia y trayectoria de lucha, en esta pelea de hegemonías que parece estar en desarrollo?