Cementazo: los subversivos de la democracia y la etapa pre-chavista

La que acaba de salir publicada ha conmocionado a la clase política del país, así como a la más variada gama de agrupaciones de la denominada sociedad civil. ¡Y al pueblo también!, aunque este pareciera tener, al menos en un importante número, un juicio sobre las elecciones de febrero entrante: “¡no hay por quién votar!”.

La encuesta del CIEP-UCR nos permite concluir que, al parecer, el escándalo del cementazo prácticamente, le ha puesto la lápida a cuatro partidos políticos: Liberación, Unidad, PAC y Libertario.

Que las tres primeras candidaturas más preferidas al momento de la encuesta (Álvarez, Castro y Piza), ninguna llega si quiera a la mitad del “mágico” porcentaje para ser presidente: el 40% del voto efectivo depositado en las urnas. En su orden, porcentajes de 15, 15 y 11 de preferencias.

Pese a tanta precariedad de voto posible según esta encuesta, don Juan Diego Castro alcanzó al decadente candidato con Antonio Álvarez Desanti (el gerente político que los hermanos Arias Sánchez nombraron para su eventual, y ahora en la cola de un venado, retorno a Zapote).

La clase política tradicional (Liberación-Unidad esta en sus dos ramales), la recién llegada al sistema (la del PAC), más la que ya está en la ruina económico-ideológica y ético-moral condenada a prisión por estafar al Estado, de la cual ya están huyendo algunos de candidaturas ya inscritas (la libertaria); parece que, todas juntas, ¡han implosionado! (término que le escuché pronunciar a una periodista muy conocedora de la política de esta especie). Es decir, han caído en lo que parece el profundo hueco del total descrédito ciudadano, el repudio público, la ira civil y la indignación de la mayoría del electorado.

Este fenómeno se parece (reparando en las dimensiones de espacio y tiempo lógicas), al que se vivía en Venezuela antes del ascenso al poder de don Hugo Chávez Frías; ascenso posibilitado por la corruptela de los partidos tradicionales de ese país en ese entonces; principalmente el Acción Democrática (hermano del PLN) y el COPEI (hermano de lo que aquí se conoce como la Unidad). Las mayorías populares venezolanas estaban hartas de tanta estafa electoral cuatrienal, de la corruptela del aparato del Estado coludido con el sector privado, de la abusiva concentración de la riqueza, de la pobreza inexplicable en un país que flotaba en un océano de petróleo.

Independientemente de lo que piense cada cual sobre el proceso bolivariano desde su inicio por Chávez a hoy; lo real es que el deterioro de la moral y de la ética en el seno de la clase política costarricense de la actualidad, está fundamentando un resentimiento ciudadano de tal calibre que podría arrasarla toda por completo, incluyendo los elementos sanos que todavía quedan en ella, pero que no podrían sostener la avalancha de la deslegitimación de la institucionalidad democrática representada en los partidos políticos y en los tres máximos poderes del Estado.

Esto fue lo que pasó en Venezuela y hay señales de que está ocurriendo aquí ya, en estos momentos.

En Venezuela, quienes subvirtieron el orden democrático establecido hasta la aparición del chavismo, no fueron los comunistas en sus distintas denominaciones y corrientes. La subversión a la democracia representativa venezolana provino de los mismas personas, sectores y partidos que decían defenderla pero que se habían enriquecido con ella, envileciendo su institucionalidad, empobreciendo al pueblo; llevándolo al máximo no solamente de la explotación sino de un hastío generalizado y profundo que cimentó el surgimiento del controversial proceso de la revolución bolivariana.

(Aclaración necesaria: he utilizado vocablo-concepto chavista como terminología política que designa un determinado momento sociohistórico que vivió y todavía vive el pueblo de la República Bolivariana de Venezuela. Consecuente con el principio de la libre determinación de los pueblos, chavista no tiene para quien esto escribe la connotación despectiva e irrespetuosa con que lo emplean las fuerzas y sectores que adversan al gobierno de ese hermano país latinoamericano).

En el caso costarricense, el cementazo ha dejado al desnudo quienes son los que han venido subvirtiendo la democracia tica, evidenciando sectores, partidos y poderes penetrados por el tráfico de influencias, el compadrazgo político, el amiguismo insano; tanto del lado de los promotores del rompimiento del duopolio cementero, como del lado de quienes lo han defendido a muerte hasta caer en el frenesí de incurrir en una supuesta conjura mediático-política, según lo vienen denunciando algunos en las últimas semanas.

Por otra parte y en paralelo (¿o como parte de lo mismo?), la situación se agrava hasta lo que ya va siendo vox populi: que las repercusiones de la penetración del narcotráfico, del dinero sucio en el sistema financiero-bancario y del creciente poder del crimen organizado en la sociedad costarricense actual, habría llegado ya a su sistema institucional de partidos políticos y de poderes públicos para cimentarse, pudiendo impulsar a la democracia misma al despeñadero de la anarquía política y de un “narco-estado a la mexicana”. ¡Qué clase de desafío le espera al pueblo costarricense si, para empezar, se decide a castigar severa y duramente, en las elecciones de febrero, a toda esta maraña de corrupción y compadrazgos!

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