Cinco motivos para odiar a Albino Vargas

Durante mis primeros años de juventud siempre me cuestioné los motivos por los que algunas personas son capaces de albergar tanto odio y rencor en contra de otros seres humanos, aunque apena existan razones para ello, y de manera vacilante, una justificación sustentable.

En este ejercicio epistemológico, propio de una juventud en transición, surge la figura de Albino Vargas Barrantes, si acaso como el ejemplo perfecto de un ser humano capaz de polarizar criterios y sentimientos, cuya virtud es contar con el respeto y admiración de muchas personas; pero también, con la asegurada consecuencia de ganarse con creces el odio y el desprecio de quienes en privado y públicamente lo adversan.

En un intento por comprender las motivaciones que conducen a la disparidad de criterios respecto del mencionado sindicalista es que se exponen a continuación cinco motivos por los que se podría odiar a Albino Vargas; cuestionables y debatibles como se quiera, relativamente ciertos o absolutamente falsos, al final de las calzadas a todos nos asisten las libertades de pensamiento y de expresión; y, será nuestra conciencia la que justamente sopese la veracidad de estas afirmaciones.

Primero, para odiar a Albino Vargas hay que ser incapaz de rebatir con argumentos y razones válidas, que sus luchas y objetivos están desprovistas de verdad y de sentido lógico; que sus planteamientos son incorrectos; o que, no se ajustan a la realidad social. Es preocupante que quienes adversan a este dirigente sindical, en virtud de librar un debate sano y pluralista que exalte las virtudes del diálogo y la exposición de ideas, por el contrario, recurren en su mayoría a la difamación, a las injurias y a las calumnias, dejando en evidencia su pobreza argumentativa y su injustificada apología del odio.

Segundo, para odiar a Albino Vargas es necesario estar desprovisto de conciencia social. Es decir, sería impensable que una persona con calidez humana, que respete a la clase trabajadora y que valore los intereses del bien común, adverse con odio y en términos absolutos los planteamientos de Albino. Sin embargo, esto no es una declaración inamovible, el señor Vargas, como cualquier ser humano está sujeto a cometer errores y equivocaciones, de hecho, los comete, pero esto sólo debe justificar la apertura del diálogo y la promoción del debate.

Tercero, para odiar a Albino Vargas hay que tener absoluto desconocimiento de lo que él hace y del significado de sindicalismo. Adjudicarle calificativos a una persona a la que no conocemos es una forma inadecuada de evidenciar nuestro nivel de educación, atrincherarse en las diferentes redes sociales para atentar contra la dignidad de cualquier ser humano es un acto cobarde, pero pretender desvirtuar el sindicalismo por la adquisición de poder, por responder a los intereses de cierta clase política o por distraer a la población respecto de los verdaderos problemas, es todavía más vergonzoso.

Cuarto, para odiar a Albino Vargas hay que despreciar el modelo democrático. Hay una realidad que nadie puede obviar en nuestro país, que “sin sindicatos no hay democracia”. La figura de Albino, aunque no nos agrade mucho, representa en nuestro país la oposición, la cara del sindicalismo, el sujeto incómodo para quienes han hecho de la corrupción su estilo de vida. Precisamente esas son las razones por las que se ha comprado muchas enemistades. No obstante, cada vez que usted escuche que se habla mal de los sindicatos, sólo puede obedecer a dos razones: quien lo dice no tiene ni idea de lo que significa sindicato o bien, es una marioneta del poder corrupto y enfermizo que tanto daño le ha ocasionado a nuestro país.

Quinto, para odiar a Albino Vargas hay que sentir envidia de quien, en procesos democráticos y bien transparentes, ha sido reiteradamente elegido por la inmensa mayoría de personas trabajadoras que creen en su capacidad y que se sienten debidamente representadas en él. A diferencia de ciertas figuras políticas y de otras que por discrepancias acuden al juego sucio para tratar de empañar la figura del mencionado sindicalista, el señor Vargas Barrantes mantiene su popularidad, su sencillez y su calidez humana.

Finalmente, no existe razón válida para odiar a ninguna persona, debemos acercar posiciones, educar para la paz y respetar las diferencias. Sólo el diálogo y el trabajo en unidad nos permitirá salir adelante.

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