Corrupción y Política

“Lo nuevo no es la corrupción, sino el debate sobre ella”, afirma un autor. Igualmente, uno de los más destacados estudiosos de la corrupción, Robert Klitgaard, señala en uno de sus escritos, que hace unos 2300 años, un alto funcionario de la India escribió una lista de “por lo menos cuarenta formas” para obtener dinero del Gobierno de modo fraudulento.

En efecto, de acuerdo con la literatura especializada, la corrupción es “alterar y trastocar la forma de alguna cosa”, o sea, cambiar la naturaleza de algo, echarlo a perder. Desde esta perspectiva, la corrupción se manifiesta de múltiples formas. Lo novedoso en las sociedades contemporáneas es la magnitud de ese cáncer y la toma de conciencia que de él se adquiera en las últimas décadas del siglo anterior, especialmente por el costo económico de prácticas corruptas como los sobornos que las grandes empresas pagaban ¿ha acabado eso? a funcionarios públicos en todo el mundo para poder concretar sus negocios.

Así, desde el punto de vista económico, la corrupción es perniciosa pues se considera que es el principal obstáculo al desarrollo para los países pobres. En lo que se refiere a lo social, se asegura que agrava la inequidad del ingreso y la riqueza; reduce la eficiencia de los servicios públicos y carcome la moral.

Respecto al ámbito político, se sostiene que la corrupción es motivo de ingobernabilidad, produce pérdida de credibilidad en el sistema democrático y reduce la efectividad de las políticas públicas.

Además, propio de la corrupción es la extraordinaria capacidad de contagio, lo que técnicamente se ha denominado la Ley de Gresham de la Interacción Social; esto es, que la mala conducta expulsa a la buena, y paulatinamente más y más personas son inducidas a adoptar comportamientos torcidos.

Crisis moral. Sin pretender hacer una reseña histórica de la corrupción en Costa Rica, es fundamental recordar que tradicionalmente se ha dicho que durante la década de 1940, la sociedad costarricense atravesaba una crisis moral y humana de tal magnitud, que hizo necesaria que toda una generación de jóvenes idealistas terminara en los campos de batalla en 1948 para iniciar una nueva era de rectificación y hasta de saneamiento moral.

Desafortunadamente, un cuarto de siglo después, Daniel Oduber lanzó su famoso lema de campaña: “Alto a la corrupción”. Pese a ello, las prácticas viciosas siguieron adelante con gran energía, de tal manera que en 1987, por iniciativa del Colegio de Abogados, surgió la Comisión Nacional de Rescate de Valores. La misión de este órgano era muy clara: “Aunar esfuerzos en la lucha contra la corrupción y los demás antivalores que corroen la sociedad costarricense”.

Como una de las causas que, a su juicio explicaban “los flagelos que doblegaban a buena parte de los habitantes de nuestro país”, señalaban la aparición de “un nuevo orden en donde el poder económico y el poder político llegan a confundirse” (Fruto de la perseverancia: el sistema nacional de comisiones de valores en Costa Rica, Editorial U.C.R, 2001). A propósito, ¿qué conocen los estudiantes de secundaria del papel de esa Comisión?

Prédica en el desierto. Pese a las buenas intenciones de ese organismo, su actuar ha sido, desde esa fecha, una prédica en el desierto, pues las prácticas corruptas continuaron, sin que los “capitanes” ni los altos oficiales” de ese barco llamado Costa Rica mostraran la mínima firmeza para frenar la “deformación moral” que carcomía a la comunidad nacional.

Más aún, en esa misma época, personajes como Ricardo Alem se convertían en “famosos” y, el orgulloso “choricerito” seguía adelante con el único propósito de ganar las elecciones.

Lo cierto es que la gama de manifestaciones de la corrupción se ha multiplicado. Así, en los últimos tres años y nueve meses, de acuerdo con una recopilación basada en información periodística, se han producido más de una veintena de formas de corrupción en la función pública.

Entre ellas cabe resaltar las siguientes: nombramientos de parientes; encubrimiento de funcionarios cuestionados; uso de fondos públicos para hacer politiquería; festín de consultorías; nombramiento politiquero de policías, docentes y choferes; festín con fondos públicos y gastos discrecionales; secretismo en las Relaciones Exteriores, etc.

Es indudable que se puede ser corrupto por acción u omisión. Se comprueba que para seguir adelante con ese “orden” denunciado por la Comisión Nacional de Rescate de Valores, se recurre a varias estrategias. Por ejemplo, a quienes denuncian esa descomposición moral, los partidarios asalariados, lo mismo que los autores de columnas humorísticas y panegiristas disfrazados de analistas los acusan de ver para el pasado, de querer “volver a los felices tiempos de la carreta“. Los llaman resentidos sociales, obstruccionistas, fundamentalistas y talibanes.

No obstante, no todo está perdido. Todavía hay tiempo para rectificar, sin que alguien piense en terminar en los campos de batalla como lo hicieron en su tiempo los que eran jóvenes en 1948.

* Historiador, Catedrático U.C.R.

Fuente: http://informa-tico.com

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