En febrero de este año, los costarricenses eligieron, por abrumadora mayoría, al Partido Acción Ciudadana (PAC), que se presentó ante el electorado como alternativa al bipartidismo dominado durante más de medio siglo por los partidos Liberación Nacional (PLN) y Unidad Socialcristiana PUSC).
El nuevo gobierno, presidido por Luis Guillermo Solís, un académico honesto y de pensamiento abierto, abrió expectativas entre amplios sectores de la población, que se han visto relegados tanto por las políticas neoliberales que han prevalecido en los últimos 30 años, como por el conservadurismo ideológico de grupos comandados por fuerzas autodenominadas “cristianas”, que se han opuesto sistemáticamente a leyes como las que eventualmente regulen la relación entre parejas del mismo sexo, el aborto y la fertilización in vitro.
Los grupos conservadores, vinculados con la Unión Costarricense de Cámaras y Asociaciones de la Empresa Privada (UCCAEP), aunque no solo ellos, vieron con recelo la llegada del PAC al gobierno, y exigieron “gestos” que aseguraran que en la gestión que se iniciaba no habría “populismo” del tipo ecuatoriano o venezolano, fantasma que los grupos dominantes de América Latina siempre ven flotar con temor encima de sus cabezas.
Es decir, que la gestión del PAC se inició en medio de una gran expectativa e incertidumbre, derivada en buena medida de dos razones principales: 1) era un partido nuevo, que nunca antes había gobernado y 2) el PAC es un partido con una militancia muy variada que, muchas veces, sostiene posiciones divergentes y hasta contradictorias entre sí.
Atenido a estas circunstancias, el gobierno empezó su gestión enviando señales distintas y diversas a los trabajadores y a los empresarios; a los partidos de izquierda y de derecha. No se comprometió con ninguno pero a todos les dio alguna esperanza.
Con los trabajadores negoció un aumento salarial mayor que el negociado por gobiernos anteriores. A los empresarios los acompañó en un par de giras a los Estados Unidos en donde promovió al país como destino de inversión.
Una política de este tipo, que no se mancha el ruedo de los pantalones, no podía durar mucho. Los grupos patronales y sus aliados, conocedores de la delicada coyuntura que se estaba viviendo, y de la necesidad de hacer fuerza para inclinar la balanza a su favor, iniciaron una furibunda campaña en contra del sector público, con el doble propósito de atemorizar al gobierno y, al mismo tiempo, buscar la forma de profundizar el modelo neoliberal vigente.
La coyuntura que encontraron para adelantar esta campaña fue la discusión en la Asamblea Legislativa del Presupuesto de la República para el año 2015. Sorpresivamente, encontraron aliados que no se esperaban: el mismísimo fundador del PAC, el ahora diputado Ottón Solís, presidente de la Comisión de Hacendarios en donde se discute en primera instancia el presupuesto, se convirtió en abanderado de un recorte multimillonario, con la excusa de un déficit fiscal un poco mayor al 6%.
Esta discusión en la Asamblea Legislativa fue el toque de arrebato para que el conservador diario La Nación, seguramente el más influyente en la opinión pública del país, enfilara baterías contra las pensiones a cargo del presupuesto del Estado, los salarios de empleados públicos, alquileres de edificios, eficiencia gubernamental, etc.
Los recortes propuestos por Ottón Solís y los partidos de oposición antes hegemónicos como el PLN y el PUSC, dejarían al gobierno prácticamente sin poder trabajar. El Ministerio de Cultura declaró, por ejemplo, a través de su ministra, que llegaría a un cierre técnico ante la imposibilidad de pagar teléfonos, luz y otros servicios básicos.
Los trabajadores del puerto de Limón, en el Atlántico, declararon una huelga por oponerse a la concesión monopólica del puerto más importante del país a una empresa transnacional. Fueron reprimidos con violencia por la policía.
Parece, por lo tanto, que la luna de miel y las expectativas en torno al gobierno del PAC están llegando a su término, y que las presiones de los grupos empresariales y sus aliados están dando sus frutos.
Situaciones similares, de grandes expectativas frustradas, se han dado en el pasado en América Latina, en donde subieron y bajaron presidentes que tembleques, corruptos o impotentes, no fueron capaces de aplicar las políticas que luego Correa, Evo y los Kirchner llevaron adelante. Recuérdese como ejemplos estos casos de Bolivia, Ecuador y Argentina, en donde la inestabilidad y, a veces, el caos, prevalecieron por largas temporadas.
Ojalá y Costa Rica no esté entrando en un ciclo de este tipo.