Hace rato, señales de anomalías climáticas nos mostraban que algo malo estaba sucediendo en el entorno atmosférico global. Varias voces relevantes a nivel mundial, así como diversas entidades prestigiosas nos anunciaron la llegada de ese fenómeno, al cual le dieron en llamar “cambio climático”.
El desorden de la actividad humana, principalmente la que se desenvuelve en los entornos exacerbados de explotación bajo el sistema capitalista neoliberal, con su lógica mercantil desenfrenada en la industria, el transporte y la agricultura; generan una descarga de gases perniciosos a la atmósfera, afectando su composición y estabilidad térmica. Sus efectos abarcan a todo el planeta, estimándose cambios extremos en las temperaturas, como pocas lluvias por unas áreas y muchas lluvias por otras; variaciones que afectan todo organismo vivo.
Producto de esta anomalía atmosférica hoy existe una gravísima sequía en la principal zona productora de granos de los Estados Unidos (al cual le dicen el “granero del mundo”), donde la cosecha de maíz amarillo, soya y trigo se ha reducido, afectando la oferta mundial.
Al día de hoy, los precios internacionales de los granos se elevaron a niveles récord: el trigo pasó de 190 a 392 dólares por tonelada (para la elaboración de pan y pastas); el maíz amarillo de 217 a 350 dólares por tonelada; y la soya a casi $600 la tonelada.
Este aumento de precios disparará el precio de los alimentos para los animales. Esto significa una elevación significativa de los precios de las carnes de pollo, res y cerdo; así como el precio de la leche, queso, natilla y huevos, entre otros. Además del aumento en el precio del arroz que aumentó a 367 dólares por tonelada en el mercado internacional.
Este hecho repercutirá en una escalada de precios en la dieta del pueblo costarricense y del pueblo migrante, sin que nos aumenten los salarios en la misma proporción; lo que echa por el suelo lo que dijeron los economistas neoliberales, en virtud de su “San Benito” ideológico extremo de que no somos “competitivos”; por tanto, según ellos, era mejor importar todos los alimentos en lugar de dar trabajo a nuestros campesinos y a nuestras campesinas y pagarles bien por su actividad.
El actual modelo de desarrollo de producción de agroalimentos (según tal concepción neoliberal), se basa en cultivos de exportación que son, en su mayoría, postres y, con el dinero producto de exportar, compramos alimentos. La actual problemática económica que vive Europa y Estados Unidos, podría generar que disminuyan los volúmenes de lo que nos compran; con lo cual ya no tendríamos el dinero necesario para adquirir comida: frijol, maíz, soya, maíz, carnes y, parcialmente, arroz.
Recordemos que antes producíamos suficientes granos y los faltantes se importaban. El desestímulo a la producción nacional en los últimos 25 años ha sido tan fuerte que vemos con preocupación cómo nuestros frijoleros tienen que andar rogando para vender su cosecha; cuando esta situación se podría mitigar fácilmente, asegurándoles y comprándoles la producción a los pequeños y medianos productores agropecuarios mediante el Programa de Abastecimiento Institucional (PAI), en cumplimiento del artículo 9 de la Ley del Consejo Nacional de Producción (CNP).
Además, fortaleciendo la capacidad de servicios del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), cuyas partidas las bajaron del 10.5% a menos del 1% del Presupuesto Nacional, implicando una caída del 900% de los recursos económicos dedicados al Sector Agropecuario… y ahora estamos cosechando los resultados de esa política neoliberal.
Contrariamente, debemos destacar lo que ha hecho, con éxito, el gigante latinoamericano Brasil que incentivó la agricultura y la comercialización de sus cosechas. Con este mecanismo, se dinamizó al sector agropecuario brasileño, llegándose a transformar a los micro, pequeños y medianos productores agropecuarios en generadores de empleo, en participantes activos del desarrollo rural; asegurándoles estabilidad con el comercio justo de sus cosechas. Igualmente con ello, Brasil disminuyó los índices de pobreza rural en un 39% según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Esta sequía es parte de los efectos del cambio climático, entonces la vulnerabilidad es grave. La población tiene en forma colectiva, el Derecho a la Alimentación, por lo que la responsabilidad está en las autoridades gubernamentales.
En la pasada Administración, con las alarmas de alza internacional de los alimentos (de origen especulativo), se procedió a defender los intereses nacionales, creando un Programa Nacional de Alimentos, con rectoría en el MAG.
Este programa fue una estrategia a la que le faltó continuidad en la actual política nacional. Se perdió la oportunidad de garantizarle al pueblo sus alimentos soberanía alimentaria; y a quienes fueron exitosos, como los arroceros, se les castigó con una reducción de áreas de siembra, quienes sufren las consecuencias del desestímulo a la producción nacional; chocando con los intereses de la importación, así como con los paneles dirigidos por COMEX, enviando mensajes que dicen “dejen de sembrar”. Sin embargo, el entorno internacional incierto nos dice que el precio de los alimentos va en alzada: la comida de los ticos está en peligro.
Debemos poner gran atención a esta crisis alimentaria que es de gran impacto mundial, por lo que es fundamental asegurar la Seguridad y la Soberanía Alimentaria Nacional, basada en la producción nacional de agroalimentos, y con ello reducir la vulnerabilidad de nuestra población; así como de revivir el desarrollo rural, tan necesario para reducir las grandes diferencias con la ciudad.
Nuestros agricultores y nuestras agricultoras tienen el conocimiento y el sentido de responsabilidad para producir nuestros alimentos pero, las adversidades en que lo hacen les imponen un límite. Esperamos que ante un agravamiento de la crisis alimentaria, cuando intentemos retomar la producción nacional, entonces no sea demasiado tarde. Agradecemos a la dirigencia de la ANEP en el MAG por habernos ayudado a entender toda esta problemática.