Desmoralización ciudadana y apatía electoral

No hay duda de que lo ocurrido con el viaje presidencial a Perú ha generado una enorme conmoción política que, sin embargo, no ha movido los cimientos del sistema hegemónico imperante, como sí habría ocurrido si un episodio como este se hubiera dado en otras latitudes.

Por ejemplo, la pasividad del parlamento al respecto es clara señal de que el sistema se protege a sí mismo y que este deplorable y repudiable acontecimiento quedará en lo anecdótico.

A pesar de que cada hora que pasa, y cada día que transcurre, notamos cómo “se tiran la pelota” en las más altas esferas gubernativas con “vela en este entierro”. Vergüenza y asco parece ser el sentimiento que se percibe entre los sectores sociales y populares, entre la “gente de abajo”.

El nombre del país quedó en entredicho y lo que se mira en el horizonte es un crecimiento de la desmoralización ciudadana que alimenta la especie de que con la apatía electoral “nos sacaremos el clavo”.

La verdad es que, sinceramente, como ciudadano de a pie transmitimos un sentir reiterado que recogemos en el taxi, en el bus, en la calle, en el barrio: “no hay cara en qué persignarse”. Varias (o bastantes) de las actuaciones del actual Gobierno de la República, se han encargado de fortalecer el criterio de que “todos son lo mismo”. Efectivamente, con contadísimas excepciones (esas de enorme decoro pero sin plata), “todos son lo mismo”.

Desde nuestra perspectiva hemos venido sosteniendo que el principal problema del país es el ensanchamiento de la brecha social entre los cada vez menos en número, que cada vez más tienen más; versus, los cada vez más en cantidad, pero que cada vez tienen menos.

O en términos clásicos: los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, con la otrora floreciente clase media viajando hacia la pobreza.

Y que derivado de ese crecimiento sostenido de la desigualdad y de la concentración abusiva de la riqueza, salen tres grandes consecuencias: la violencia en todas sus manifestaciones, la corrupción pública y privada (con ropaje legal o sin él), y la penetración del narcotráfico.

Pues note usted que en estos del “lauravión” (como lo llamó el periodista Édgar Espinoza en un reciente comentario), parece haber un poco de todo de este cóctel de injusticia social, desmoralización ciudadana, cinismo político sistémico al máximo nivel; corrupción, violencia y narco.

Las paradojas del escenario perverso de la desigualdad y sus principales secuelas: violencia, corrupción y narcotráfico que parece imponerse en el país, con la complicidad tácita y explícita de un sistema político tradicional que hace aguas por todo lado, pero que todavía tiene la suficiente fuerza centrípeta para mantenerse en situación de hegemonía; tiene a dos mujeres, dos ciudadanas, a las que podemos darles nombre y apellidos que muestran a las claras que vamos al despeñadero por los polos extremos del desarrollo de la desigualdad en crecimiento.

Por un lado, a la ciudadana Laura Chinchilla Miranda, actual presidenta de la República, una de las mujeres mejor vestidas del planeta (según una revista de modas), a la cual le prestan aviones lujosos, típicos del jet set, para viajar al exterior y para un viaje privado (asistir a una boda); y, por el otro, a la ciudadana doña Zeneida Mora, vecina del Bajo Murillo, de Mercedes Norte de Puriscal, quien dijo que ella y sus amistades de ese pueblo, ya no viajarán más en bus, que han decidido caminar seis kilómetros hasta el centro de Puriscal, pues le subieron el pasaje de 250 a 595 colones, más de un 100%. La Aresep, organismo de sesgo empresarial aumentador de tarifas, le dio la razón al empresario, obligando a doña Zeneida Mora a caminar seis kilómetros en vez de utilizar el bus.

Mejor retrato de la desigualdad de la Costa Rica de hoy no podríamos contar. Las dificultades económicas cotidianas de una enorme cantidad de ciudadanos y de ciudadanas costarricenses son de tal calibre que algunos pensamos que las próximas elecciones presidenciales, y legislativas, no resolverán nada. Agravarán la situación.

Ponga cuidado: ¿ha escuchado usted a alguno de esos personajes presidenciables del sistema hablando con contundencia sobre la desigualdad, la política salarial, el salario mínimo… sobre cómo harán para que doña Zeneida Mora y los miles y miles iguales a ella puedan volver a viajar en bus, comer decentemente, tener luz a precio razonable…?

En el escándalo del viaje presidencial a Perú se dijo que la aeronave que le prestaron a la presidenta Chinchilla Miranda estaba, presuntamente, “olorosa a narcotráfico”. Si esto fuera cierto, en todo o en parte, pues se confirmaría eso de la penetración del narcotráfico en el tejido político y social del país de manera prácticamente irreversible. Aunque nada de ello fuera cierto, finalmente, el daño está hecho y la señora presidenta Chinchilla Miranda es la responsable máxima por ello.

Y en verdad es que se pone uno a pensar que a lo mejor sí hay algo de eso, de la penetración del narcotráfico en nuestra sociedad. Si usted considera estos dos datos no podrá dejar de pensar en ello como lo hace este cristiano que escribe este comentario. Veamos: en el año 2012, hubo en el país seis asesinatos mensuales ligados al crimen organizado de tráfico de drogas, por un lado; por otro, en solamente dos años un connotado futbolista de años atrás, dejó de vivir en Hatillo 6 para pasarse a la urbanización Valle del Sol, en Santa Ana: desde abajo hacia arriba en un dos por tres… No juzgamos, ni somos dueños de la moral para ello, ni nos creemos tener el monopolio de la ética; pero, eso es lo que se dice en la calle, es el pensamiento del pueblo que viaja a pie agobiado por la situación económica, porque la plata no alcanza, porque los que están en los más altos niveles del sistema político tradicional (en el “arriba”), ya no les importa lo que está pasando en el “abajo”; tan sólo cuando ocupan los votos para ganar una elección presidencial o diputadil.

Esta es la realidad tal cual se percibe en el espacio social en el que nos desarrollamos. La desmoralización ciudadana y la apatía electoral están fortaleciéndose. Para muchos y muchas, quizás miles, la política dejó de ilusionar, castró el desarrollo de la esperanza, se volvió corrupta. Esto es injusto, por supuesto, si el criterio es una generalización odiosa porque sí hay gente buena en la política en estos momentos, pero lo jodido es que dentro de los moldes sistémicos dominantes, es poco lo que pueden hacer pues todo habría que ponerlo de cabeza. ¿A lo don Pepe…? Bueno, eso piensa hoy no tan pocos y pocas.

Evidentemente desde una responsabilidad social, como la que ejercemos en la cotidiano, no podemos estar de acuerdo en que la respuesta cívica sea alejarse de la política, mirar para otro lado y dejar que el poder de “todos son lo mismo” siga acrecentándose. Pero también entendemos que mucha gente piensa en que se puede hacer política por parte de la gente buena de otra forma. Empero no se ve cómo podría hacer política la gente buena de otra forma. Lo que sí creemos es que debe abrirse paso a una “Tercera República” pero a través de una “Revolución Ciudadana”. Menuda tarea… Pero lo más malo de todo sería dejar de soñar.

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