Escrito por iniciativa propia o a solicitud, el documento no muestra la menor vergüenza ni la más mínima decencia auspiciando acciones que riñen con principios esenciales de la democracia y del respeto a los ciudadanos.
La vergüenza la define la Real Academia como la “turbación del ánimo ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante”.
Confucio enseñó que “las personas deben restringir su comportamiento con sentido de vergüenza” y el filósofo Zhu Xi escribió que “un hombre con sentido de vergüenza no hará cosas que no deba hacer”.
Maquiavelo, en cambio, con su reconocida amoralidad señaló que un gobernante debe “evitar la vergüenza de aquellas cosas que le significarían la pérdida del Estado, y, si puede, aun de las que no se lo harían perder.”
Aprovecharse de trabajadores y pequeños empresarios, destinar recursos estatales para editar volantes a favor del “sí”, amenazar a los alcaldes y regidores con quitarles fondos del gobierno si no respaldan el TLC, no tener pudor para saturar los medios de comunicación con propaganda y forzar a los jerarcas de las entidades oficiales a visitar empresas en labores proselitistas son algunos de los planteamientos de Casas y Sánchez que coinciden con las lecciones maquiavélicas.
Sin duda, la vergüenza está ausente del documento Casas-Sánchez, cargado de indicaciones precisas para la manipulación, el engaño y el chantaje. Es un texto digno de personeros de un régimen autocrático que quieren imponer su voluntad sin importar los medios y no de politólogos educados en prestigiosas universidades inglesas que fueron electos con el voto ciudadano.
Ni la inexperiencia ni el estado de ánimo pueden justificar semejantes tropelías contra preceptos y valores éticos fundamentales. Ninguna justificación pueden tener esas actuaciones por parte de los promotores del TLC.
Pero lo más grave, lo más preocupante y lo más peligroso del memorando es la forma en que estos funcionarios, miembros de la cúpula del “sí”, describen la estrategia para provocar el miedo entre los costarricenses.
De la manera más cínica tipifican cuatro clases de miedos que deben inculcarse en las personas: miedo a la pérdida del empleo, miedo al ataque a las instituciones democráticas, miedo a la injerencia extranjera en el “no”, y miedo al efecto de un triunfo del “no” sobre el gobierno. Y van más allá detallando la manera en que esos miedos deben transmitirse a los costarricenses, con artimañas y mentiras.
Pero Casas y Sánchez no son los únicos responsables de esta indigna estrategia. Ellos tuvieron la desfachatez de sistematizarla y escribirla, pero lo cierto es que esas acciones se han venido ejecutando desde hace varios meses. Las evidencias sobran.
Hoy la cúpula del “sí”, conformada por políticos afectos al gobierno, empresarios y gerentes vinculados al sector externo y abogados de transnacionales, tratan de desmarcarse del Vicepresidente y del diputado que dejaron constancia de las tácticas que están empleando, pero sus argumentos no resultan creíbles.
El daño que estos políticos y esa cúpula de poder están causando a nuestra institucionalidad y el efecto negativo que su proceder genera en el ánimo de los costarricenses solo podrá valorarse en el mediano plazo.
Sus consecuencias podrían ser difíciles de reparar.