La gran deuda social que se ha acumulado en los tiempos de auge neoliberal en Costa Rica es de tal magnitud que empezar a saldarla requiere una poderosa articulación multisectorial, de corte sociopolítico y cívico de amplio espectro y fortaleza.
Las cifras de esta deuda social constatan la profundidad que implica desafiar el “orden dominante”. Veamos algunas:
a) 40 de cada 100 jóvenes no encuentran trabajo;
b) el desempleo va llegando al 20%, aunque oficialmente digan que está en 10%.
c) estamos entrando al 50% de población trabajadora económicamente activa en edad productiva que está fuera de la formalidad laboral, sin empleo ni salario fijo.
d) de quienes tienen la suerte de tenerlo, solamente a 4 de cada 10 se le respetan plenamente sus derechos laborales fundamentales.
e) enorme y creciente desigualdad salarial en el seno del sector público, dentro del cual son ya muchísimos los empleos precarios en pobreza salarial, atendiendo precisamente pobreza económico-social.
f) robo de impuestos superando el 8% del PIB, más 6 puntos de exenciones-exoneraciones: en total 14 puntos del PIB “dando vueltas en la calle”.
g) la violencia crece, la criminalidad se potencia, el narco sigue penetrando el tejido social “por arriba y por abajo”; h) la quinta parte de la población, la más rica del país, sigue acumulando cada vez más y cada vez más rápido, mientras la pobreza se extiende y las capas medias viajan hacia su pauperización en medio de endeudamientos de gran dimensión.
Podríamos citar más ejemplos y escenarios de este grave proceso de exclusión social que viene viviendo el país en las últimas administraciones.
Seguramente ya el presidente Solís Rivera debe tener claridad absoluta de dos aspectos centrales en los que está inmersa su labor ejecutiva para el país. 1) Que gran parte del capital hegemónicamente dominante y en control del grueso de la institucionalidad formal y de los latifundios mediáticos de corte neoliberal está adversando la gestión presidencial actual; mostrando una iracundia insana, una intolerancia creciente y un bloqueo político-parlamentario a algunas iniciativas de ley que podrían ir en la dirección contraria a la neoliberal, en reversa, como para empezar a saldar, en serio, alguna parte de la deuda social mencionada (como los proyectos para combatir la gigantesca evasión fiscal. 2) Que su partido, partido está, lo que genera grandes dificultades de operatividad parlamentaria; por demás, en el seno de un escenario legislativo donde todos los partidos, también partidos están. Por tanto, es poco lo que pueda lograrse para el bien común, para la inclusión social y para la reducción de las desigualdades de un estado de cosas así como están en esta parte de la superestructura política del poder.
Así las cosas, con la venia presidencial o sin ella, debe materializarse una articulación multisectorial y de sociedad civil que haga contrapeso a esta parte sistémica de “lo viejo que se resiste a morir”; para dar pie a condiciones de origen más o menos consistentes de “lo nuevo por nacer”.
Debe el presidente Solís Rivera hacer uso del gran capital político que le otorgara el resultado electoral de la segunda vuelta de los pasados comicios presidenciales. Debe honrar a la gran multiplicidad de sectores sociales que vieron su triunfo con alentadora esperanza (y que se lo manifestaran en el Club Unión y a tan solo tres días de asunción del mando). No debe esperar de los sectores hegemónicos tradicionalmente dominantes un “certificado de buena conducta”, según la rendición de cuentas que les dio con su más reciente artículo-discurso que le publicó, precisamente, el periódico oficial de “lo viejo que se resiste a morir”.
Y aunque en nuestro caso particular debemos confesar que no sabemos el cómo, para todos cuantos pensamos que debemos seguir apostando a “lo nuevo por nacer”, la tarea es de reconstruirnos para construir el contra-poder urgentísimo que se requiere antes de que el 2018 (o más cerca todavía, el 2016), nos restriegue en la cara eso de que “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”, legendaria y lapidaria frase del poeta y dramaturgo español José Zorrilla, en su obra “Don Juan Tenorio”, muy apropiada para indicar que “en política no hay cadáveres”.