El encarnizamiento u obstinación terapéutica

La ignorancia es atrevida y retrógrada. La pereza intelectual de la enorme mayoría de laicos católicos, mujeres y hombres, impide que lean documentos fundamentales, de gran utilidad para orientar las decisiones de la vida personal, social y política.

Azuzados por el miedo a equivocarse, los creyentes, faltos de información, tienden a ser rigurosamente conservadores, en perjuicio propio y de los suyos. Todo por no instruirse mediante documentos de acceso libre y gratuito por internet.

Con frecuencia, debemos afrontar una enfermedad larga, dolorosa y prohibitiva en lo financiero de un pariente o amigo. Muchas personas suponen que su deber es gastar “hasta el último centavo” para sostenerlo con vida.

A veces, detrás de esta actitud se esconde un miedo a la muerte algo egoísta y falto de fe. Se desea conservar al enfermo hasta donde sea posible, aún al precio de hacerlo sufrir de modo indecible. Y se piensa, equivocadamente, que es lo que manda la Iglesia. En realidad la Iglesia dice algo muy distinto. Me permito reproducir, sin ninguna alteración, dos artículos del *Catecismo de la Iglesia Católica *de 1997, que tiene toda la autoridad de los documentos oficiales.

2278 La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el “encarnizamiento terapéutico”. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.

2279 Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados.

Los textos son suficientemente claros, pero los vamos a comentar por si alguien necesita alguna explicación.

Lo de “desproporcionados a los resultados” se refiere a que, siendo ya la muerte inevitable, es decir, perdida la esperanza de recuperar la salud o al menos cierto bienestar, no conviene extremar los esfuerzos médicos para impedir o retardar el fallecimiento. Ahora bien, el tratamiento que se esté dando al paciente no debe ser interrumpido, aunque se prevea su pronto deceso, pues esto sería causarlo, provocarlo.

Asunto distinto es la utilización de medicinas cuya finalidad es mitigar el dolor. Se pueden y deben usar sin ningún cargo de conciencia, aunque acorten los días del moribundo. En esto hay que alentar a la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) para que siga en la línea de fortalecer la Clínica de Cuidados Paliativos.

No se olvide que el moribundo es el mayor indigente. En esos momentos, a los que todos llegaremos, excepto que suframos una muerte violenta y súbita, no solo se necesitan medicinas, sino también, consuelo, compañía, aseo, silencio. Darle a entender que se le despide con cariño y, si no se falta a la verdad, con agradecimiento.

En el momento del deceso conviene evitar los gritos desgarradores para que la persona querida se vaya en paz. Desde luego, las palabras de la fe, llenas de esperanza en que nada ni nadie nos puede arrebatar de las manos del Buen Pastor y de que en su resurrección hemos resucitado todos, producen consuelo.

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