Generalmente, la llegada del Año Nuevo nos motiva, nos emociona, nos genera introspecciones y nos lleva a formularnos propósitos de diverso orden. Es una cuestión lógica esa especie de “borrón y cuenta nueva” que, en términos generales, nos motiva a emprender una fase más en nuestras propias vidas y en los planos distintos en qué nos desarrollamos, realizando una revisión de lo que fuimos en el año anterior, de lo que hicimos y no hicimos.
Al llegar el 2016 y en nuestro caso, revisamos la cadena de acontecimientos que hemos vivido en nuestra Patria en los últimos tiempos, para contrastarlos con circunstancias que viven otros pueblos; algunos muy cercanos (como nuestros hermanos latinoamericanos), otros allende el Atlántico (como los europeos) y otros más allá del viejo continente.
Para quienes somos creyentes, agradecemos a Dios, Nuestro Señor, Cristo Jesús, el Grande, el Todopoderoso, que nos haya permitido nacer en esta tierra que es Costa Rica, pese a todas las problemáticas, algunas de ellas muy graves, que estamos enfrentando, como el carácter mismo de la democracia que anima nuestra existencia como sociedad.
Uno piensa que el sistema democrático, que sigue siendo el mejor de los sistemas políticos para vivir, está presentando seriecísimas amenazas en una sociedad como la nuestra.
No hay peor amenaza a la democracia misma que la que representa quienes creen en ella de la boca para afuera. ¿Qué queremos decir con esto? Hay personas y hay grupos que con base en la plata que tienen acumulada pretenden gobernar el país sin haber ido a elecciones; dedicándose a conspirar, un día sí y otro también, abierta o solapadamente, utilizando su peonada política dentro de la propia institucionalidad del sistema republicano, buscando la protección única de sus egoístas intereses que no son los del bien común aunque invoquen éstos y se rasguen las vestiduras hablando de la pobreza, de la desigualdad, de la exclusión social.
Esta gente y estos grupos, conocidos en la jerga política del juego de la democracia de partidos como el “poder real”, sabotean por decirlo de alguna manera, iniciativas legislativas y ejecutivas que podrían ser presentadas para beneficio de las mayorías populares, por personas, grupos y partidos que sí tienen como principios fundamentales del quehacer de sus vidas personales e institucionales, la promoción del bien común y la lucha contra la pobreza, contra la desigualdad y a favor de la inclusión social.
Por eso es que al “poder real” de los pocos hay que contraponerle el “poder real” de los muchos. Ellos son menos, pero tienen gran poder económico y lo usan para chantajear políticos e imponer su agenda-país. Nosotros, aunque somos más “no lo sabemos”; es decir, estas mayorías ciudadanas están divididas entre los diferentes grupos organizados que las agrupan (que suele ser el segmento menor de esas mayorías), y otros muchísimos más que no están organizados del todo.
Al llegar el 2016, el sentido de nuestra lucha nos convence más y más de su oportunidad, de su necesidad, de su legitimidad y del desafío de que tengamos ese contrapoder: es de la unidad sindical, social, cívica y popular, más allá de las diferentes instancias partidistas que nos pueden motivar de cara un determinado proceso electoral.
Los detentadores del “poder real” del otro lado de la acera tienen, por ejemplo, el control de “grandes” medios de comunicación colectiva que los usan en función de los intereses de sus principales dueños y accionistas mayoritarios. EL “delito” no es, en nuestro criterio, la propiedad de esos medios; es el sentido que le dan a valores fundamentales de la Democracia y de los Derechos Humanos como la Libertad de Expresión entendida realmente, como letra viva consustancial a la existencia humana misma.
Algunos de esos “grandes” medios de comunicación colectiva pretenden convertir sus salas de redacción y sus estudios televisivos de noticias en especie de “gobierno paralelo”, propiciando la imposición de directrices y orientaciones de política pública que en no pocas ocasiones, repetimos, no van en la línea de la promoción y la búsqueda del bien común.
Lo peor de todo es que también, en no pocas ocasiones, arrinconan presidentes y gobiernos, diputados y jueces y hasta verdaderos segmentos de la institucionalidad pública funcionan aplicando su línea para crear “climas de negocios” que les permitan seguir en la perversa senda de acumulación desenfrenada de capital a costa del bienestar de las mayorías.
Mucho de esta situación del excesivo peso en la sociedad del poder real del capital en contra de la democracia misma y de las orientaciones soberanas del pueblo en la urna electoral, lo vivimos el año pasado. Varias situaciones emblemáticas lo atestiguan, como lo representa el bloqueo parlamentario a necesarias leyes tributarias que urgen para parar el robo de impuestos.
En este año 2016, el sentido de nuestra lucha apuntará, una vez más, a tratar de poner un granito de arena en la necesidad de conjunción de esfuerzos que el otro y necesario poder real necesita para hacerse sentir en la democracia. El reto del poder real nunca fue lanzado de nuestro lado, pero ya que así ha sido planteado en los últimos meses, lo menos que podemos hacer es aportar en esa dirección y ver si “de tú a tú” nos ponemos de acuerdo para una convivencia de inclusión y de plena Democracia.