La “caída” del ahora ya exministro de la Presidencia, don Melvin Jiménez Marín, nos permite puntualizar dos conclusiones fundamentales sobre la actual coyuntura sociopolítica del país en desarrollo.
Más allá de su impericia para el ejercicio de un cargo tan complicado, más allá de sus errores de gestión y de comunicación política, tanto al interior del gabinete del Presidente Solís Rivera como fuera del mismo (en especial, el escenario parlamentario); lo real es que su caída es producto de esos poderes fácticos que, en lo fundamental, se expresan mediáticamente, en especial por intermedio del periódico La Nación y la prensa que sigue su línea ideológico-“informativa”.
Desde el inicio de su propia designación como Ministro de la Presidencia se le vetó, políticamente hablando, por parte de ese gran conglomerado de poder económico-político-mediático que no se somete a elecciones cada cuatro años pero que sigue teniendo una hegemonía sobre la institucionalidad republicana formal con gran control de la cosa pública, para el fortalecimiento de sus intereses corporativo-empresariales de concentración de la riqueza. Esta es nuestra primera conclusión.
Nuestra segunda conclusión amerita que apelemos al pensamiento de un gran latinoamericanista actual: Álvaro García Linera, actual Vicepresidente de Bolivia. En una brillante intervención suya, con ocasión del Foro Internacional Emancipación e Igualdad, recientemente celebrado en la Argentina, nos planteó la siguiente reflexión: “La democracia de la calle, la democracia de la plaza, la democracia del sindicato, la democracia de la gente reunida para deliberar sus asuntos, para protestar, para marchar, para posesionar, para defender, para apoyar, es la única manera en que las democracias contemporáneas pueden salir de lo que hemos denominado ‘vivencia fósil´ de la experiencia democrática”. Nosotros entendemos eso de “vivencia fósil” de la democracia así: el ciudadano vota pero no decide.
Las victorias electorales de cambio a favor de propuestas progresistas, sociales y hasta socialistas resultan decisivas pero no sirven, dice él, sin el fortalecimiento de la otra democracia: “la democracia de las marchas, la democracia de las movilizaciones, la democracia de los sindicatos. La democracia de los hombres y mujeres afectados por políticas de austeridad y que se sienten convocados a construir un destino común saliendo a la calle, reuniéndose con los vecinos, reuniéndose con los compañeros, creando otro tipo de sociabilidad, otro tipo de comunidad en marcha”. (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=197693).
Los poderes fácticos que lograron que el Presidente Solís Rivera echara del gabinete a su gran “amigo”, poderes matriculados ideológicamente con los postulados de la globalización neoliberal, están decididos a apelar a lo que sea para que nada cambie, ni siquiera tímida o cosméticamente en favor de la inclusión social, de la reducción de las desigualdades, del retorno del bien común a la política pública estratégica del Estado.
En vísperas del segundo año de gestión gubernativa del Presidente Solís Rivera, el valor estratégico de la Democracia de la Calle, ya experimentado en nuestra sociedad en tiempos pasados y enriquecido con la experiencia teórica-práctica de un proceso de transformación social como el que vive el pueblo boliviano; retoma su majestad cívica en el escenario potencialmente confrontativo que vemos venir en los próximos meses.
¿Por qué? Por el ataque contra el sector Público y su clase trabajadora; por el proyecto de impuestos que refuerza la regresividad tributaria; por la oposición del corporativismo empresarial neoliberal a las leyes necesarias para evitar la evasión de impuestos; por el saqueo de la Caja y las intentonas de privatizar el régimen universal de pensiones IVM; más las restricciones y precariedad salariales, el desempleo creciente y la violación a los derechos laborales mínimos. Todo esto y más nos indican de ese escenario de confrontación social en desarrollo del cual solamente saldremos victoriosos invocando la otra democracia, la Democracia de la Calle; porque la electoral, la de 1 millón 300 mil votos de las pasadas elecciones, podría no valer ya nada.