A pocas semanas de la apertura oficial (pues hace ya bastantes semanas se está en ello), de la campaña para las elecciones, tanto presidenciales como diputadiles de febrero de 2018, nada bueno se ve en el horizonte, si éste se mira con perspectiva obrero-laboral y social-cívica.
Las opciones que nos presenta el bipartidismo clásico, tanto a nivel presidencial como diputadil, expresan una perspectiva pro-empresarial, abiertamente; y, de manera contundente hacia la generación de más posibilidades de negocios (que esto en sí no es malo); sino de ese tipo de negocios que muestran cuatro características fundamentales:
a) hacia la concentración para fortalecer y favorecer procesos monopólicos o duopólicos, por ejemplo;
b) impulsar procesos de negocios con la cosa pública a partir de privatizaciones abiertas, nuevas aperturas, más tercerizaciones, concesiones y similares;
c) reversión de derechos sociales y laborales, con una nueva ofensiva agresora en contra del empleo público, más precarización de los salarios y pauperización extrema del salario mínimo.
d) totalmente reacias a resolver el problema del déficit fiscal vía transformación tributaria estructural; y prefiriendo que este se aborde desde la perspectiva de un “shock fondomonetarista” que haga colapsar brutalmente la estructura institucional del empleo público y de los servicios públicos sociales que tanto necesitan las poblaciones vulnerables de nuestro país.
Un segundo tipo de alternativas que se presentarán en las boletas de votación, papeleta representada por aquellas opciones de una gran cortedad de visión pues solamente les interesa figurar y obtener “los 15 minutos de fama”; aquellas que aspiran a colocar una ficha (o dos) en el nuevo parlamento; y aquellas que son furgón de cola, turecas, del primer tipo de alternativas de las que hablamos en el primer párrafo de este comentario.
Un tercer tipo de alternativas podrían conjuntarse a partir de opciones que nos venden ciertos contenidos programáticos con “sensibilidad social”; o, de alguna manera sincera conscientes del problema nacional número uno que es el de la desigualdad; y, una que otra que enfatiza en la corrupción, misma que está carcomiendo la institucionalidad republicana, tal y como nos lo está mostrando el escándalo del “cementazo”.
Por cierto, a esta altura del presente momento político-electoral, precisamente impresiona que el escándalo del “cementazo”, en los tres grupos de alternativas electorales para febrero del 2018, nos muestra personas y candidaturas (que ya lo son o que pretendieron serlo en algún momento), involucradas, por una u otra circunstancia, con el connotadísimo hombre de negocios del momento, don Juan Carlos Bolaños Rojas… Con las excepciones de rigor. Pero la verdad sea dicha: todo el mundo parece estar embarrado.
Si esto es así, o medianamente es así, ¿cuál será la estrategia y la táctica que debería estarse pensando ya desde los sectores político-sociales (no electorales), para responder a la serie de desafíos que se derivarán del resultado electoral presidencial y diputadil de febrero entrante?
¿Es que acaso el propio movimiento sindical no debería ya estar reuniendo, pese a tanta desavenencia y división, para reconfigurarse a sí mismo y mostrar una vocación unitaria más allá de la cortedad de visión gremial-corporativista?
¿Son las alianzas sindicales que se generaron en ámbitos diferentes para enfrentar la coyuntura de ataque al empleo público en todos los meses que lleva el presente Gobierno, realmente actuales para enfrentar lo que se viene?
Sobran temas para elaborar un plan estratégico de acción popular y sindical, cívico-patriótica, que nos convocan a la construcción de una articulación con una agenda compartida.
Si esas opciones político-electorales que se autodenominan como progresistas no lograron articularse para presentarnos una opción coaligada, sabiendo de la enorme cantidad de gente sana que tienen en su interior; ¿no podría ser sumamente dañino que desde los sectores populares y sociales, cívico-patrióticos, fuéramos también incapaces de lograrlo, dejándole la cancha libre al empresariado neoliberal que aunque presenta también varias opciones electorales, tendrá de su lado a una impresionante maquinaria ideológico-mediática que es la que ha venido dictando la agenda nacional, a fin que uno de los suyos sea Presidente, por un lado; por otro, acaparar el mayor número de curules para materializar en legislación los cuatro aspectos citados al principio de este artículo.
Sin duda alguna, las elecciones del 2018 son un peligro al acecho para las mayorías populares.