Aunque no creemos en las encuestas (la amarga experiencia vivida con ellas en el caso del “frauduréndum” sobre el TLC, en el 2007, nos enseñó a desconfiar del resultado que arroja ese instrumento), pareciera existir cierta coincidencia en estas mediciones de que la ciudadanía convocada para elegir al nuevo Presidente de la República, está dividida en tres pedazos.
El de quienes no votarán definitivamente y nada los moverá de esa posición; el de quienes lo están pensando y no tienen ninguna preferencia ahora y que se supone se van a decidir al final; y el de quienes sí ya están bien matriculados con un determinado candidato.
Dicho de otra forma, en estos momentos solamente una persona electora de cada tres, tiene candidato; las otras dos, no.
Dado el ámbito sociolaboral de nuestro desempeño cotidiano podemos afirmar que un gran desencanto con la cosa político-electoral ha ido cogiendo fuerza en la ciudadanía en estos últimos años, como para dar un aporte que explique el cuadro anterior.
No somos dueños de la verdad, no pretendemos sentar cátedra política y tampoco tenemos definido si vamos a ir a votar y si lo haremos, por quién lo haremos.
Ahora bien, considerando el gigantesco honor que significa escribir desde Diario Extra, sí queremos compartir con usted algunas reflexiones sobre todo esto.
Un gran segmento de nuestra ciudadanía sigue añorando aquella Costa Rica de la integración y de la movilidad social ascendente; aquella Costa Rica de grandes sectores medios en distintos estratos; aquella Costa Rica en la cual la vida parecía segura, de la cuna a la tumba: salud, educación, servicios sociales, fuerte desarrollo de la economía social, preocupación estratégica por la micro y la pequeña empresa, desarrollo vial exitoso y sin corruptelas, importancia al mercado interno, banca estatal para el desarrollo y la promoción social, seguros realmente solidarios, empresas públicas exitosas envidiadas en otros países, agricultores con buen nivel de vida, pueblos rurales emblemas de capas medidas, etc.; y, aunque siempre hubo pobres muy pobres y ricos muy ricos, lo real es que fuimos una exitosa sociedad de sectores y capas medias.
Dentro de este grupo pueden estar muchas personas que tienen 35 años o más; mismas que comprobaron la magnitud de lo que nos fue heredado por las generaciones anteriores y que ahora constatan que todo eso se nos está yendo como agua entre los dedos y parece que no lo podemos detener.
Otro gran segmento ciudadano desencantado es la población joven; la que no termina la secundaria, la que no puede ingresar a la universidad (ni a la pública ni a la privada); la que aun lográndolo y consiga graduarse, tiene grandes problemas para encontrar un empleo digno, algo más que un “call center”; la que es “ni-ni” (ni trabaja, ni estudia), por tanto, en grave riesgo de caer en la criminalidad, en la drogadicción y en las redes del narcotráfico.
Toda esta juventud está completamente intoxicada por la tentación del consumismo, la vida fácil y la lógica perversa del mercado neoliberal que estableció la dictadura psicosocial de que para ser alguien hay que tener y si no tenés no existís…
Pero, ¿cuándo empezó Costa Rica a desviarse del camino de la integración social que traía y que, relativamente, fue exitoso? En 1984, hace casi treinta años y, duélale a quien le duela, en un gobierno del Partido Liberación Nacional (PLN), siendo Presidente de la República, don Luis Alberto Monge Álvarez, cuando él trajo a Costa Rica el primer PAE (Programa de Ajuste Estructural).
Esto representó el “nacimiento” de la incidencia político-económica que luego se volvería hegemónica, la del neoliberalismo: privatización, concesiones corruptas, apertura comercial irrestricta, deterioro del agro nacional, relegamiento de la producción para el mercado interno, desnaturalización ideológica de la banca estatal, déficit fiscal, precarización de empleo, robo de impuestos y evasión tributaria descomunal, graves violaciones a los derechos laborales, concentración de la riqueza, corrupción desenfrenada, narco y crimen organizado asentándose en serio en el territorio nacional… Y, ¿adónde nos ha llevado todo esto?: A una Costa Rica en crecimiento acelerado de la desigualdad; a una Costa Rica donde hay trabajo “esclavo”; a una Costa Rica en ruta casi que irreversible hacia la polarización social agresiva desde la perspectiva de la concentración del ingreso…
Entonces, no ocupa mucho ejercicio intelectual ni grandes análisis políticos, explicarse la circunstancia de que el candidato presidencial oficialista esté en descenso en las encuestas, si éste no ha dado ninguna señal estratégica de que está dispuesto a romper con la herencia perversa que le dejó la traición de su partido a los ideales socialdemócratas reales y constructores de esa Costa Rica social; como tampoco es necesario quemar muchas neuronas, tratando de explicar las razones por las cuales una propuesta progresista u otras de similar naturaleza, pudieran estar concitando ilusión y esperanza, aunque no se tenga claro con qué gente se materializaría si ganara la elección venidera.
En uno o en otro caso, existe algún segmento de ese gran conglomerado electoral que está esperando más señales para definirse.
Nosotros hemos notado que si vamos a una elección “cerrada”, o bien, a una segunda ronda, hay que insistir en qué clase de personas, estas opciones electorales presuntamente ganadoras, van a poner en los cargos ministeriales y ejecutivos de mayor relevancia, para poner en práctica sus propuestas e ideas.
El electorado debería saber a qué se atiene votando por fulano o por sutano, según la clase de personas que éste elija para su gobierno, pero que lo digan con antelación al día de la elección.
Por otra parte, es repudiable la circunstancia de pensar que el electorado está compuesto por personas estúpidas, manipulables, tontas o imbéciles, como para intentar ganar votos descalificando al otro, con muletillas desgastadas, frases huecas, epítetos malintencionados o calificativos despectivos que no guardan relación alguna con la realidad nacional.
O bien, creyéndonos idiotas, reciclando la vulgar proposición de los 500 mil empleos que nos daría el famoso TLC con los Estados Unidos de América; algo cuya falsedad es de tal calibre como lo constata la cruel y dolorosa realidad de miles de compatriotas que no encuentran empleo alguno.
Todo esto es muy dado a emplear en los círculos neoliberales clásicos y en los de la hegemonía político-financiera en el poder; esa misma que llama “populista” a una propuesta de contenido integrador y social; o bien, que gusta “desclasar” a la población trabajadora asalariada, llamando a los trabajadores y trabajadoras, como “colaboradores”.
Como vemos, todavía faltan muchos días para la elección del 2 de febrero; falta mucho tiempo político y faltamos muchos por decidirnos.