El sueño de un migrante, un viaje hacia lo desconocido

En la actualidad millones de personas en el mundo se mueven de sus lugares de origen hacia otros territorios con el fin de buscar mejores condiciones de vida y, en ocasiones, el sustento para sobrevivir. La migración no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de los países de la periferia capitalista. En el caso de la migración de clase trabajadora, se trata de desplazamientos de seres humanos, casi siempre forzosos, cuyo origen se encuentra en la exclusión económica, las crisis políticas (guerras, exilios, persecución, inestabilidad, entre otras), la visión idealizada sobre un país determinado o debido a los desastres sociales propiciados por eventos naturales.

Este escenario es el que viven miles de personas nicaragüenses que dejan atrás toda una vida, sueños y familias en su natal Nicaragua; arriesgando hasta la vida propia por buscar una mejor condición de vida en su vecino país Costa Rica, ubicado en América Central. Sin embargo en ocasiones ese sueño de superación es un viaje hacia lo desconocido, y casi que dejado a la suerte misma.

Esa es la historia de Guillermo Aburto un ciudadano nicaragüense de 43 años de edad, que a los 16 años de vida, decidió dejar todo atrás en Nicaragua y vivir ese sueño de todo migrante nicaragüense que decide enrumbarse hacia Costa Rica en busca de la llamada felicidad.

Para contarnos su historia de sobrevivencia, Guillermo nos recibió en la humilde, pero acogedora casa de su hermana (Cristhi), ubicada en la Ciudadela La Carpio al noroeste de San José, Capital de Costa Rica, en donde adquirió una vivienda hace más diez años, pero por la cual aún no tiene un título de propiedad. Esta comunidad surgida de una invasión de terrenos pertenecientes al estado costarricense, realizada entre 1993 y 1994 es una de las zonas de mayor pobreza en el país centroamericano y en algún momento una de la más conflictivas y en donde se encuentra asentada la mayor cantidad de migrantes nicaragüenses.

La Carpio tiene una extensión de 23 kilómetros 618 metros cuadrados y en ellas residen unas 5 mil familias, poco más de 32 mil habitantes de los cuales la mitad son nicaragüenses, está rodeada al sur y al norte por dos de los ríos más contaminados de Costa Rica, el Río Virilla y el Río Torres. Hacia el oeste en “su patio” se encuentra un botadero de basura a cielo abierto, que recolecta más de 700 toneladas de desechos por día provenientes de San José, el cual se encuentra a pocos metros de las casas y que desprende malos olores que invaden las humildes viviendas, unido al continuo regadero de caldos mal olientes que los camiones recolectores dejan en las calles de la comunidad. Y por si fuera poco y para empeorar la situación a la entrada de La Carpio, autoridades gubernamentales ya construyen una enorme planta de tratamiento de aguas negras.

Al humilde barrio sólo se puede entrar mediante una angosta calle de dos carriles, San José, la capital de Costa Rica, quedó atrás. Casi se podría decir que también lo hizo el país. En tan sólo diez minutos el paisaje ha cambiado de forma radical, como si existiese una frontera invisible. Nada más lejos de la realidad. La asombrosa aglomeración de tejados de lata es parte del paisaje, incluso muchos costarricenses ni siquiera saben que está allí o existe… ahí estaba Guillermo quien ya nos esperaba para contarnos su historia de sobrevivencia, superación y sueños, muchos de los cuales se quedaron en la irrealidad.

Ya en la casa de su hermana, a la cual se llega por estrechas calles que han sido prácticamente construidas por los propios vecinos, debido al abandono gubernamental, Guillermo oriundo de la localidad de Diriamba, Carazo ubicada a unos 42 kilómetros de Managua, capital de Nicaragua nos cuenta el por qué a finales de la década de los 80’s e inicios de los 90’s y con 6 años de edad puso en riesgo su vida al cruzar la frontera con Costa Rica de forma ilegal, en busca de una mejor calidad de vida, lejos de los enfrentamientos armados y pobreza que vivía en aquel entonces su país.

En aquella ocasión Guillermo debió abandonar su país natal en el momento en que Nicaragua pasaba por un conflicto armado debido a la dictadura del partido Sandinista, que incluso llevó a la intervención de los Estado Unidos, que bloqueo económicamente al país centroamericano sumiéndolo aún más en la pobreza. Debido a esto una guerra interna se desató en Nicaragua y el gobierno obligaba a sus habitantes a realizar el servicio militar, ahí es donde inicia la historia de Guillermo.

Debido al conflicto y el temor por su vida Guillermo decide dejar a su madre y hermanos para enrumbarse hacia Costa Rica en busca de seguridad y con la intención de evitar a toda costa el servicio militar que prácticamente significaba entregar su vida.

Sin embargo esa decisión lo llevaría a pasar 8 días de angustia, hambre, terror y lo que menos se imaginaba poner en riesgo la vida misma, ya que en ese intento de dejar Nicaragua transitando por zonas montañosas podía ser sorprendido por grupos armados, que no dudarían en descargar sus armas en contra de cualquier persona.

“Recuerdo que de Diriamba salimos 5 compañeros de colegio hacia Costa Rica huyendo del servicio militar, tuvimos que caminar 8 días por la selva, bajo fuertes tormentas y durmiendo a la intemperie, sin embargo a los 4 días de haber iniciado la travesía ya la comida se había agotado, por lo que nos alimentábamos de frutas y lo que entrabamos en el camino, esto unido el temor de ser atrapados por grupos armados solo dormíamos dos horas diarias, incluso en varias ocasiones nos escondíamos por horas de estos grupos”, dijo Guillermo.

Al llegar a la frontera con Costa Rica a los 5 compañeros solo les faltaba por cruzar el río San Carlos, límite natural que los alejaba de su seño de paz, río que en algunos tramos su ancho de margen a margen puede llegar a los 100 metros, la única opción era cruzarlo nadando. En ese intento de hacerlo casi pierden su vida, ya que uno de los migrantes fue arrastrado por una correntada, al ver esto según narra Guillermo, los demás compañeros se tiraron al río a recatar a su amigo.

Tras ocho días de hambre, largas caminatas por la selva, soportar intensas lluvias y por poco morir ahogados; los cinco amigos que salieron de Diriamba llegaron a su destino, Boca Arenal de San Carlos al norte de Costa Rica a más de 300 kilómetros de San José, en donde permanecieron por más de 6 meses alejados de la guerra de su país y buscando un mejor futuro. Situación que no sería como ellos lo esperaban.

Ya asentados en Costa Rica, pero aún ilegales, la necesidad de trabajo era primordial para sobrevivir, lo que llevaría a Guillermo y sus compañeros a trabajar en un Ingenio de Caña, en donde las jornadas laborales suelen superar las 12 horas diarias y las condiciones laborales para los migrantes son humillantes y con salarios extremadamente bajos, que en aquel tiempo oscilaban en los 9 mil colones (moneda costarricense) por quincena, es decir unos 73 dólares americanos en aquel entonces.

“Trabajar ahí era como estar en el infierno, ya que para cortar la caña primero le prenden fuego a la plantación y detrás de las llamas van los trabajadores cortando con cuchillo para preparar el terreno para la próxima siembra…era un infierno… ahí estuvimos dos años” relata Guillermo que con pesar pero agradecimiento recuerda esos días.

El deseo de superación y una mejor calidad de vida obligan a Guillermo y sus amigos a emigrar hacia la capital costarricense en busca de mejores condiciones laborales que les permitan “no vivir bien…si no sobrevivir”, sin embargo ese panorama no cambiaría mucho y conforme avanzaron los años más bien empeoraría.

“Ya en San José en el año de 1993 empezamos a trabajar en la construcción, en donde los salarios no mejorarían en mucho y nos pagaban 7.500 colones (53 dólares en la época) en ese tiempo la vida no era tan complicada para el inmigrante, porque estaba recién pasado el problema de la guerra entonces había una acogida. A partir del 98 las cosas se complicaron empezaron a estafar a explotar al inmigrante, al trabajador lo contrataban un mes y los despedían sin derecho a nada, no les pagaban, no les daba prestaciones, no los aseguraban, la situación se tornó muy complicada fue un giro en el ambiente”, manifiesta Guillermo.

Incluso Guillermo nos relata que trabajó para una empresa constructora durante cuatro años, en donde parte de su salario fue tomado e ingresado a una supuesta cuenta de ahorros de los trabajadores. Sin embargo después de cuatro años la empresa se declara en quiebra, dejando a los trabajadores migrantes completamente desprotegidos y sin otorgarles los supuesto ahorros que durante cuatro años había guardado con tanto esmero.

Incluso Guillermo nos cuenta que en su natal Nicaragua y antes de migrar hacia Costa Rica no vivían tan mal, sin embargo la situación de guerra interna de su país lo obligó a hacerlo. “Voy a ser muy sincero, en el tiempo que estuve en Nicaragua teníamos un estilo de vida regular, acá en Costa Rica estamos viviendo de regular hacia abajo, porque después del año 2000 se ha complicado considerablemente, ya que las empresas pagan muy mal y maltratan al trabajador migrante”.

A esta situación de Guillermo y muchos nicaragüenses radicados en Costa Rica, se suma la soledad de haber dejado a toda su familia atrás. “Es una aventura muy difícil, haber abandonado a la familia fue un golpe psicológico bastante fuerte. No le escribí a mi familia y ellos me daban por muerto, les escribí hasta el tiempo, pero no recibí respuesta. Después de tres años por cosas del destino encontré a mi hermana en una calle de San José, fue algo espectacular e increíble”.

Ya han pasado casi 23 años desde que Guillermo dejó Nicaragua para buscar una mejor calidad de vida, sin embargo el estilo de vida de los migrantes nicaragüenses en Costa Rica no ha cambiado en mucho desde entonces y continúan siendo sometidos a discriminación, abusos laborales y algunos casos violentando los derechos humanos.

“Ahora el trato es peor, algunas empresas primero los amenazan con denunciarlos con la Policía de Migración, los contratan y los hacen trabajar tiempo extra, hasta jornadas superiores a las 12 horas, a veces ni les pagan ese trabajo extra, algunas empresas no los aseguran y aplican una especie de esclavitud”, asevera el nicaragüense.

Por esta razón Guillermo, quien ya cuenta con la residencia costarricense decidió trabajar desde hace unos años por sus propios medios en la construcción, para evitar este tipo de maltratos, mala paga y humillaciones. Sin embargo esta situación no ha garantizado para él y su familia una estabilidad económica, ya que en ocasiones ha estado sin trabajo durante dos o tres meses, subsistiendo con un pequeño empleo que tiene su esposa también nicaragüenses. Incluso nos cuenta que en algunas navidades su familia decide acostarse a dormir a las 5 de la tarde, debido a que no cuentan con dinero para una cena o los acostumbrados regalos de la época.

El sol empieza a bajar su intensidad en La Carpio y la lluvia empieza a asomarse, señal de que es el momento de despedirnos de Guillermo, no sin antes detallarnos sus sueños a futuro, el cual gira en uno solo; regresar a su natal Nicaragua junto a su esposa y adquirir una pequeña finca para dedicarse a la agricultura, ya que nos indica que por las condiciones de pobreza y poco desarrollo en su país, no podría sobrevivir con la misma profesión que realiza en Costa Rica.

Nuestra salida de La Carpio no pudo pasar inadvertida, y en las afueras nos espera un grupo de unas cinco cabras, animales que rebuscaban desesperadamente entre la basura algo que comer, mezclándose con el escenario de pobreza y un grupo de niños que jugaban al fútbol… estos últimos olvidándose por un momento de la dura situación y el abandono en que los sume en ocasiones un gobierno.

De regreso a San José el panorama de tejados de lata y calles angostas y de piedra han desaparecido, por lujosas torres habitacionales que se aprecian al oeste de la capital tica y un desarrollo deseado por muchos habitantes de La Carpio. Ahí nos encontramos con Carlos Guzmán, Presidente de la Seccional (ANEP-FNT) Trabajadores Migrantes en Costa Rica quien nos detalla un poco del trabajo que realiza dicha organización desde el año 2010 junto al Frente Nacional de los Trabajadores de Nicaragua, para hacer valer los derechos de los trabajadores migrantes.

Incluso estas organizaciones consolidaron la posibilidad de estructurar un convenio pro ayuda y orientación legal al trabajador migrante nicaragüense en suelo costarricense.

“Ya se han desarrollado actividades en la zona de San Carlos (norte de Costa Rica) para tener acercamiento directo con trabajadores de las empresas piñeras, bananeras, cultivo de naranja y yuca en donde los hermanos nicaragüenses adolecen de la violación de sus derechos laborales, como la explotación en el tiempo laboral, el no pago de sus horas extras, no pago de salario mínimo de ley, carecen de seguro social entre otras tantas cosas; que perjudican la estabilidad laboral, social y emocional del trabajador nicaragüense”, según detalla Guzmán.

El propio Guzmán indicó que en una de estas fincas les pagaban a los trabajadores con fichas plásticas con un valor cercano a los $6, siendo obligados a canjearlas por víveres en establecimientos específicos y si deseaban cambiarlas por dinero en efectivo el valor de la ficha disminuían a $5 dólares.

“También tuvimos la oportunidad de compartir con un grupo de trabajadores que habían sido despedidos varios meses atrás por una empresa dedica a la exportación de piña, ahí logramos agrupar a más de cien trabajadores migrantes y se logró estructurar una demanda por más 200 mil dólares en contra de la empresa, al recibir esta la notificación judicial se vio obligada a realizar un plan de pago sistematizado para los trabajadores y se logró que estos pudieran recuperar sus dinero”, explicó Guzmán.

Para Albino Vargas, Secretario General de la ANEP es necesario implementar mecanismos y capacitaciones para los trabajadores nicaragüenses, con el objetivo de que conozcan la legislación costarricenses y para ello trabajan en conjunto con el FNT de Nicaragua, a la vez que indicó que la mayor explotación laboral se da en plantaciones agrícolas, empresas de autobús y de seguridad privada. “Buscamos que la mayor cantidad de trabajadores nicaragüenses estén bajo la protección de la seguridad social costarricense”.

Precisamente este es el objetivo de ANEP-FNT crear una justica social para el trabajador nicaragüense migrante, para que se hagan valer sus derechos laborales en suelo costarricense y para ello realizan constantes reuniones con estas personas que permitan crear una vida digna para los más de 450 mil migrantes que radican en Costa Rica, de ellos el 80% es mano de obra activa, de los cuales el 35% están de forma irregular en suelo tico. Por eso el plan primordial de esta organización es combatir el desconocimiento de las leyes migratorias regulatorias costarricenses para el nicaragüense que busca ese sueño hacia lo desconocido.

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