Juventud y seguridad

Es evidente que algunas personas jóvenes muestran cierto grado de rechazo hacia los miembros de las policías, esto nos lleva a pensar si realmente juventud y seguridad son términos incompatibles o si, por el contrario, el descontento gira más bien, en torno a los viejos esquemas de una seguridad que no avanzó al ritmo del cambio social.

No podemos negar que, ocasionalmente, miembros de nuestras Policías han incurrido en detenciones ilegales y maltratos hacia ciertos grupos estigmatizados y personas jóvenes. Tampoco se puede obviar que, de manera esporádica, se infiltran en nuestros cuerpos de Policía algunas prácticas con sesgos militares y cierta inclinación a una seguridad pública que carece de calidez humana. Pero estas conductas, reflejo de una seguridad añeja, no debe llevarnos a generalizar y mucho menos a ignorar el trabajo de quienes nos dicen “duerman tranquilos que nosotros cuidamos”.

Así las cosas, es completamente errado afirmar que existen razones objetivas y elementos permanentes que hagan irreconciliable las relaciones entre las juventudes y los miembros de las Policías. Por el contrario, una posible alternativa consiste en invertir en la profesionalización adecuada de nuestros cuerpos de seguridad y en programas de sensibilización dirigidos a las personas jóvenes; en promocionar la coproducción de la seguridad y en asumir la responsabilidad individual en el mejoramiento y construcción del tejido social.

Una sociedad civilizada y libre de prejuicios entendería que las Policías y los policías no representan el estandarte de un Estado policial sino, el distintivo de verdaderos servidores y servidoras. No son monstruos que exhiben su equipo como extensión de su prepotencia ni virilidad sino, seres humanos al servicio de la ciudadanía.

La gran mayoría de personas que ingresan a los cuerpos de Policía en nuestro país son jóvenes, no son militares ni guerrilleros. Estas personas recibieron educación en hogares de familias costarricenses y aprendieron con el tipo de enseñanza que el Estado les proporcionó. Si las personas jóvenes en su mayoría fueran víctimas del maltrato y la humillación por parte de los policías, como se atreven a afirmar algunos actores de doble moral, no existiría razón alguna que motivara a estas personas jóvenes a trabajar en seguridad.

No obstante, existe una responsabilidad compartida respecto del tipo de sociedad que tenemos. Si por algún motivo llegamos a sentirnos indignados por la forma en la que se aborda la seguridad en nuestro país, debemos pensar que esto es una invitación para sumarnos a los verdaderos procesos de cambio.

Por otra parte, observamos con optimismo el hecho que hoy, más que nunca, las juventudes muestran una conciencia lúcida y una actitud comprometida, respecto de lo que debería ser una sociedad libre de violencia. Los intentos “adulto-céntricos” por acostumbrar a los de “temprana edad” a obedecer las reglas sin cuestionarlas, parece que ha llegado a su fin.

Las personas jóvenes dejaron de creer en ese discurso con promesas de condiciones suspensivas en las que predominan las limitaciones y advertencias. Por razones obvias, se perdió la confianza en aquellos que prometieron una sociedad tranquila y segura. Hoy la realidad es otra, las juventudes se negaron a seguir la inercia de quienes con ínfulas de frío intelectualismo les han dicho: ¡tranquilos…ya llegará su momento!

En la actualidad las jóvenes y los jóvenes se están posicionando como protagonistas en la construcción de políticas criminológicas asertivas y de aquellas políticas que son producto de la participación ciudadana. Pero, aun así, lamentamos que las brechas de desigualdad y de exclusión social sigan creciendo, precisamente, porque dejan a las juventudes solo dos opciones, combatir el crimen y la delincuencia o, unirse a ellos.

No es verdad que las personas jóvenes aborrezcan a los miembros de los cuerpos de policía en los términos en que se mediatiza, igual se disgustan con sus padres cuando les dictan reglas y les fijan límites y no por ello se termina el mundo. Lo bueno de todo esto es que son las jóvenes y los jóvenes los que están asumiendo la seguridad en nuestro país. No importa que las voces de la estigmatización afirmen que ello se debe al bajo nivel de escolaridad, a la inexperiencia o, a las pocas oportunidades de empleo que tiene este sector. En resumidas cuentas, lo determinante es que existen verdaderas posibilidades de cambio.

Las viejas y rígidas estructuras policiales bajo una supuesta “experiencia” medida en términos de edad, ya no son una alternativa. Las personas jóvenes que constituyen los cuerpos de Policía aun con el grado de dificultad que ello implica, han comenzado a profesionalizarse y a ocupar puestos de jefatura, todo con el afán de conquistar espacios de incidencia y de toma de decisiones.

Así las cosas, en materia de seguridad las nuevas generaciones se están desligando del populismo y del discurso de solo represión, se comprendió, además, que estas posiciones les niegan a las personas jóvenes la oportunidad de participar con seriedad en la elaboración y ejecución de políticas de prevención. De manera que, las viejas formas de hacer política ya no podrán aprovecharse de esto para figurar, obtener beneficios particulares o, seguir fines partidarios.

Costa Rica en los últimos años ha tratado de implementar políticas de seguridad ciudadana con una perspectiva de corresponsabilidad y de coproducción de la seguridad y; en este sentido, las personas jóvenes estamos completamente de acuerdo con que la prevención debe ubicarse en el centro de estas políticas. Finalmente, la seguridad debe ser considerada como un bien público y las personas jóvenes como protagonistas en la construcción de la paz social y la convivencia ciudadana.

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