Esta “apertura” es la que se quiere para las telecomunicaciones, según lo que, tan democráticamente, se decidió con al TLC. “Gradual” y “selectiva” para mejor entendernos, no obstante que –sin siquiera haberse aprobado el Tratado– ya los plazos vencieron o están por expirar. Y advierten con pontificia solemnidad: “apertura” no es privatización.
El argumento tiene esa, como vaporosa ligereza, típica de las inteligencias moldeadas desde la derecha política y el neoliberalismo económico. Están a tal punto labradas a los fines de justificación del poder y la dominación, que dan por agudeza lo que no es más que un ardid intelectual torpe y mal hilvanado. De ahí lo vaporoso: se lo lleva el viento cual globito lleno de aire.
Según esta teoría un mercado “abierto” –digamos el bancario– se diferencia de uno “privatizado” en el hecho de que en el primero funcionan algunas empresas estatales, junto a otras privadas. Y en la competencia, las primeras no necesariamente sucumben, si no que, por el contrario, se vuelven más eficientes. Al final el ganador es el “consumidor” que, como se sabe, es soberano ante el cual se inclinan inclusive los gigantes corporativos de mayor tonelaje. Por ejemplo, Microsoft…
Al parecer, y sin afán de entrar en refinamientos sociológicos, el “consumidor” es un sujeto que vive enteramente dedicado –24/7– a engullir cosas: come hamburguesas como energúmeno y jamás se indigesta; habla por el celular hasta dormido; escucha “reguetón” en su i-pod incluso bajo la ducha. Ah, y consume sexo, sexo, sexo…con cada pepsi que se engulle y cada desodorante que se aplica. El “consumidor” (que no “la consumidora”. Simple machismo mercadotécnico) no es obrero de maquila, ni barredor de calles, ni pulpero. Tampoco es una niña con hambre ni una anciana enferma. Es… su alteza real, el “consumidor”. Innecesarias más aclaraciones.
Pues los “aperturistas” se desviven por el “consumidor”, y en su bien buscan la “apertura”. Así con el ICE en los días que corren, como con la banca desde que el señor Lizano llegara por primera vez a la presidencia del Banco Central. Grandes han sido los beneficios que ha cosechado el “consumidor”. Créditos de consumo al instante, tarjetas de crédito, juveniles y sonrientes rostros en cada ventanilla…
La Nación –afanosa si se trata de hacerle propaganda al TLC (y al señor Arias) – quiere convencernos acerca de las dulces bondades de la “apertura”. Y hace juegos malabares con los datos en secuencias informativas que, impúdicas, se desnudan en su intencionalidad manipuladora. Quieren deslumbrar con su primera página del 5 de junio: “Banca estatal compite y logra sólidas ganancias”. El periodista es de apellido Leal y, con fruición, se muestra leal a la línea editorial del medio; el reportaje es redundante en su esfuerzo por “demostrar” los beneficios de la “apertura” bancaria. Y por si las moscas, el infaltable editorial con fecha 8 de junio. Ahí se comparan los “éxitos” de la apertura bancaria con el “debilitamiento o mengua” del ICE. Un gramo de neuronas basta para percibir el jueguito.
El entusiasta diagnóstico acerca de la banca estatal se basa en los respectivos datos contables. En particular, los de ganancias. Es el criterio más pobre que nadie podría invocar para evaluar la función social que la banca debería cumplir. Esta observación es válida, inclusive si de la banca privada se trata. Al menos si viviésemos en un mundo más o menos racional, donde interesara la gente de carne y hueso y su vida. Pero no. Vivimos bajo la esquizofrenia autodestructiva de la especulación financiera, que por vía del despilfarro promueve el enriquecimiento de unos pocos, a costa… de lo que sea.
Es fácil ver cuál es la contraparte de las altas ganancias de la banca. Constatar, por ejemplo, que el crédito para producción –señaladamente agricultura e industria– se ha desplomado en términos relativos. Que, en cambio, es tumultuoso el que se concede para consumo, vivienda y construcción y comercio. Usted lo puede ver en condominios principescos y agringados centros comerciales. Y muchos “consumidores” lo sienten en las montañas de deudas que se apilan sobre sus cabecitas… como se apilan en sus casas los chunches innecesarios comprados con el crédito “fácil” que concede tan redituable banca. Otras cosas son menos visibles, porque son de ámbito más exclusivo. Digamos, la especulación con bienes raíces de la que talentosos “empresarios” sacan ricos frutos.
Ya quisiera la banca pública contar con las “flexibilidades” de la privada. Y así, por ejemplo, “competir eficientemente”, cada banco con su off-shore.
Y en bien de su majestad el “consumidor”, facilitar la evasión de impuestos y la especulación en bolsas de valores del primer mundo. Y para mayor solaz de su alteza, que los ricos se hagan más ricos, hipotecando el desarrollo de Costa Rica y perpetuando el hambre de los pobres. Imagínense ustedes; por cada banco estatal un tentáculo off-shore. Sería orgasmo, éxtasis y nirvana de la “apertura”. Mayores ganancias en medio de estridentes vítores y salvas de La Nación.
Tales son las consecuencias de la “apertura bancaria”. Somete la banca pública a los criterios de desempeño propios de la banca privada, y engendra así un monstruito: una banca jurídicamente de propiedad estatal que, sin embargo, reproduce los vicios especulativos y despilfarradores del negocio financiero privado.
¿Y eso quieran también para el ICE?
Junio 17, 2006
Fuente: www.tribunademocratica.com