Muy conmovidos estamos por la constatación objetiva e inobjetable de la naturaleza del estado actual de las cosas en este país, que en nada favorece la situación socioeconómica de las grandes mayorías del pueblo costarricense, especialmente su clase trabajadora.
Todo el mundo le da una gran credibilidad a los señalamientos que, año con año, viene haciendo el grupo de especialistas de alto nivel que conforman el proyecto “Estado de la Nación en Desarrollo Humano Sostenible”, el “think tank” tico por excelencia.
Estas personas se han ganado un gran prestigio y una legitimidad reconocida en las más diversas esferas de la convivencia nacional, por su auscultación profunda y de gran rigurosidad científico-académica, de varios de los aspectos de mayor relevancia y de más fuerte impacto en la vida de los y las habitantes de este país, en los tiempos que estamos viviendo.
Por decimonovena ocasión consecutiva han dado a conocer al país sus conclusiones centrales, su “Informe del Estado de la Nación” que, sin duda alguna, merece comentarse al máximo desde distintos ámbitos. En el caso nuestro lo haremos desde la perspectiva de la lucha social y sindical en la que estamos inmersos desde ya hace bastante tiempo.
En el plano de lo laboral debemos confesar nuestra estupefacción por dos datos impresionantes que nos arroja la XIX entrega del “Informe del Estado de la Nación”.
En la Costa Rica del siglo XXI, al 6.5% de su clase trabajadora se le irrespetan todos, absolutamente todos, los derechos laborales que consagra nuestra legislación en la materia.
Es decir, hay poco más de 107 mil personas a las que ni uno solo de los derechos laborales vigentes les son reconocidos, aplicados, respetados. Es decir, prácticamente, estos seres humanos están bajo una especie de trabajo “esclavo”, por más fuerte que suene esta frase. O dicho de otra manera, estas personas venden su fuerza de trabajo casi que por hambre, pues se les contrata en condiciones totalmente indignas por parte de patronos inescrupulosos.
En este ámbito de lo laboral, el otro dato que nos impresiona es el de que no llega al 40% la cantidad de personas trabajadoras asalariadas a las cuales se les respetan, plenamente, todos los derechos laborales que establece nuestro Código de Trabajo. Dicho a la inversa, tenemos un 60% de la masa obrera a la cual se le violenta, mínimamente, algún derecho.
En nuestro caso personalísimo, si finalmente decidimos ir a votar en febrero próximo, nos servirá para considerar a quién se lo daríamos, su conocimiento de los conceptos de Trabajo Decente que impulsa la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y la naturaleza objetiva, constatable, comprobable y verificable de que si llega al Gobierno se comprometerá seriamente al respecto. “¡Qué fe!”…
Esta dolorosa constatación de la naturaleza violenta de las relaciones obrero-patronales en la Costa Rica de hoy, nos conecta directamente con la realidad macrosocial que nos dice el indicado informe, en el plano de la desigualdad.
Como bien se sabe, son ya bastantes años de una denuncia sostenida de parte del conjunto de entidades sindicales y sociales a las cuales nos debemos en nuestro diario accionar, acerca de que el problema número uno de la sociedad costarricense actual es el crecimiento sostenido de la desigualdad.
De alguna manera, los fuertes señalamientos del décimonoveno Informe del Estado de la Nación en esto de la desigualdad representan un fortalecimiento de nuestra prédica al respecto de todo este tiempo atrás, amén de motivarnos para insistir en el punto.
Lo que más nos interesa en esta ocasión compartir con usted al respecto, es que al pueblo costarricense, los dominantes sectores neoliberales que todavía siguen controlando el poder real en nuestra sociedad de hoy, nos han metido el cuento de que la desigualdad es un problema “mundial”; y que, por tanto, debemos resignarnos a que los ricos sigan siendo más ricos aunque cada vez sean menos cantidad de gente; y que, por el contrario, que los pobres seamos más y más cada día y cada vez más pobres. Algo así como que “los y las de abajo” entendamos que esto de la concentración de la riqueza es “el estado natural de las cosas”.
La más notable virtud del Informe del Estado de la Nación que acaba de ser dado a conocer, es la de, magistralmente, resumirnos la situación actual del país, señalando 13 mitos sobre Costa Rica. Precisamente, el mito 5 dice que “La creciente desigualdad de ingresos en Costa Rica es producto de una tendencia mundial”. Pues este cuento se acabó. ¡Ya no nos tomen más el pelo!, señores de la clase dominante.
La realidad, a juicio del Informe del Estado de la Nación es que 18 países de Latinoamérica mejoraron la distribución del ingreso y bajaron la desigualdad, en comparación con los 20 años anteriores. Costa Rica, por el contrario, caminó en sentido inverso y es el único país de ese grupo en donde la desigualdad aumentó en los últimos 20 años.
Sencillamente, ¡increíble! Somos el país de la América Latina de mayor crecimiento de la desigualdad. Somos el país donde la velocidad de la concentración de la riqueza es mayor.
Y somos un país en el que la violación de los Derechos Humanos en el campo de los Derechos Laborales es cosa de todos los días.
Ahora se puede entender cuál es la naturaleza legítima de la protesta callejera y el engrandecimiento de nuestro concepto de la “Democracia de la Calle”.
La gente, la ciudadanía, el pueblo trabajador ha decidido que es en la calle donde se debe pelear la reversión de derechos que vive el país, enfrentar la involución social a la que nos conduce la codicia neoliberal desenfrenada y la corrupción desenfrenada con la institucionalidad pública.
Ésta se ha degenerado por las políticas neoliberales, ha perdido credibilidad y por eso un 47% de la ciudadanía no quiere ir a votar. Pareciera que va cogiendo más fuerza la calle que la urna.
El mismo XIX Informe del Estado de la Nación señaló que es tal el nivel de agravamiento de la conflictividad civil por la exclusión social, que en el actual gobierno de la presidenta Chinchilla Miranda, el promedio mensual de acciones de calle de todo tipo es de 68, cuando era de 32 unos diez años antes.
Imaginemos por un instante todo ese poder de la calle, actuando de manera concertada y con sentido estratégico: en lucha abierta y ciudadana contra la desigualdad, ¡cuánto lograríamos para el bien común!
Este es el gran reto: la construcción de un nuevo sujeto político a partir de las grandes diversidades que nos convocan en una sola dirección: el desafío al orden sistémico excluyente para el cambio social transformador.