Vivimos en tiempos complejos. Cuando creemos que la humanidad en su conjunto debería estar caminando hacia horizontes de entendimiento mutuo, de solidaridad perenne, de progresismo de pensamiento, los fundamentalismos construyen muros gigantes que amenazan con detener la marcha. Fundamentalismos religiosos, políticos y empresariales que dividen el mundo entre “nosotros” y “los otros”, sin capacidad de mirarse iguales a nadie, sin entendimiento para las otras voces, con una soberbia tan grande y espantosa que los hace creer que su verdad es la única verdad.
En medio de estos fundamentalismos está la humanidad y en peligro todos los derechos que hemos consensuado son los básicos para el respeto entre seres humanos. Derechos humanos que nos pretenden arrancar con la violencia de sus actos, con el frío metal de sus kalashnikovs. El día de ayer, miércoles 7 de enero de 2015, doce personas entregaron sus vidas por defender y ejercer el que, para mí, es el derecho más fundamental de la democracia, el derecho a la libertad de pensamiento y expresión, sin el cual la complejidad del sistema democrático no podría existir. Ayer, 12 personas, entre periodistas, caricaturistas, personal administrativo y de seguridad, murieron en la redacción del periódico Charlie Hebdo, asesinados por el fundamentalismo que no permite, o pretende no permitir, que exista otro pensamiento que no sea el suyo.
El tema es de suma importancia para la organización a la que pertenezco, la ANEP, no sólo por nuestra vocación democrática, sino porque vivimos constantemente atacados por fundamentalismos. Fundamentalismos de izquierda y de derecha, políticos y empresariales, que desearían que no existiéramos, o por lo menos que nos calláramos, y que nuestra voz no pudiera ser escuchada fuera de las cuatro paredes de nuestras oficinas. Las amenazas de muerte deslizadas bajo nuestra puerta en los tiempos de la lucha contra el TLC, como ejemplo, lo que hicieron fue renovar nuestra creencia en que una mayor democracia informativa y comunicacional es urgente para nuestra sociedad costarricense, y por esto la lucha constante de nuestro sindicato a favor de reconocer el derecho a la comunicación como un derecho humano.
Y eso mismo hacía el periódico Charlie Hebdo y lo reivindicaba Charb, su director, fallecido en el ataque ayer. No importa si su línea editorial incomodaba, no importa si usted o yo creíamos que sus caricaturas eran “irrespetuosas” o “faltas a la moral”. La defensa de la libertad de expresión radica en que se hará sin trascender lo que se esté diciendo. La vía democrática nos dice que la tinta con tinta se combate. Y esto además es nuevamente una reivindicación de la libertad de expresión. Y si lo dicho en un medio de comunicación es una incitación al odio, a la violencia o un atentado contra la dignidad de alguna persona, para eso están los estrados judiciales. Jamás el derramamiento de sangre será una solución para la democracia.
Hoy, esa sangre vertida ayer en París, deberá llenar los tinterillos de todo el mundo, para escribir más y más, para decir más y más. Para combatir toda clase de fundamentalismos, con ideas, con opiniones, con análisis, y sí, hasta con caricaturas, chistes y parodias. Que la tinta alimentada con sangre será eterno combustible para la democracia.