La nacionalidad

En todo caso es necesario advertir que la nacionalidad es algo que participa relativamente del principio de identidad de Parménides y del flujo esencial de Heráclito; es una modalidad de ser fácilmente apreciable en cualquier momento dado, a la vez que un estilo de sensibilidad, de respuesta y de acción que evoluciona. Dicho en pocas palabras, la nacionalidad es simultáneamente una y diversa.

La nacionalidad costarricense o identidad nacional, sinonimia actualmente socorrida, es resultado de un proceso cuyo origen se oculta en los lejanos tiempos de la Colonia. En ésta se dan las circunstancias que propician el inicio de la gestación centenaria de la nacionalidad. En el tiempo, la primera de estas circunstancias es la enorme distancia que separa, a esta provincia, de la sede gubernativa del Reino de Guatemala. Hay otros factores concomitantes en el proceso que aquí se contempla. Oficia, como factor muy calificado, la flacidez de las relaciones entre el gobierno de la provincia y sus gobernados. Tomás de Acosta y Juan de Dios de Ayala se sitúan en esa línea, para citar solo dos últimos de los jerarcas españoles, primero durante las postrimerías de la Conquista y luego durante la Colonia. Encabeza esa lista Juan Vázquez de Coronado, el recto y magnánimo conquistador salmantino, fundador de la ciudad de Cartago.

Ingredientes de la connotada alquimia de esta nacionalidad son: las condiciones geográficas, humanas y, diríase, políticas, bajo las cuales hacen su tarea los alcaldes mayores, los gobernadores y los pobladores de la última provincia sureña de la Capitanía General. Para los actores, en el primer escenario del proceso, la situación no es, en general, siquiera estimulante; mas para beneficio futuro, ese mismo escenario, esas mismas escenas, devienen fértil sementera donde germina y ofrece su primera cosecha la identidad nacional.

Viene la Independencia. El pueblo que de pronto sabe que es libre, se comporta con una sensatez, una templanza, una serenidad que no dan lugar a sentimientos tortuosos de venganza antihistórica que, ciertamente, tampoco antes de ese momento se han gestado. Esta limpidez emotiva facilita que, incontinenti, se adopten las medidas para proveerse, en el ínterin, o sea, el de los nublados del día, de una normativa que le permita, al pueblo de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad junto a las villas y comarcas de la Provincia, diseñar un instrumento que rija su vida en libertad. Se convoca a la Junta de Legados y ésta, al cabo de sus deliberaciones, aprueba el Pacto Social Fundamental Interino de la Provincia o Pacto de Concordia, el 1° de diciembre de 1821. Todo tiene lugar en un tiempo récord, escasos treinta días. Siguen las acciones que tienden a completar y perfeccionar el documento, lo cual conduce al Primer Estatuto Político de la Provincia (marzo de 1823) y, en mayo del mismo año, el Segundo Estatuto Político. El Pacto de Concordia, según el acucioso historiador Hernán G. Peralta, es realmente la primera constitución política del país.

En un marco nuevo de ideas que no van a calar hondo que trascienden el realismo del Pacto Social Interino de 1821 y, acatando los mandatos contenidos en la Constitución Política de la República Federal Centroamericana (Guatemala, noviembre de 1824), se emite en Cartago la Ley Fundamental del Estado de Costa Rica (enero de 1825). Es sobradamente conocido que este régimen federal no funciona nunca. Si bien es cierto inactivo, se mantiene hasta la promulgación de la Constitución Política de 1848, en la que se declara, artículo 2) que la República de Costa Rica es soberana, libre e independiente.

Se hace alusión general a los acontecimientos ya bien conocidos, para destacar el avance del proceso de identificación nacional, el que sin duda sustenta un paso extraordinariamente maduro hacia la definición del destino ulterior de Costa Rica. El paréntesis de la Federación Centroamericana no alcanza a interrumpir el proceso continuo de la identidad nacional; antes bien, contribuye a definir sus aristas.

Dos pasos. A dos generaciones debe la Patria la gesta heroica de los años 1856 y 1857 en la que descuella, como epónimo, el presidente Juan Rafael Mora Porras:

1ª – La generación de la Independencia, la que viene a consolidar las bases de la entidad nacional costarricense y levanta sus columnas, generación de vecinos convertidos en visionarios tribunos.

2ª – La generación que salva al edificio nacional amenazado por el huracán filibustero y, con ello, inflige a este enemigo de la hispanoamericanidad su derrota definitiva.

Dos generaciones, diría Ortega y Gasset, pues apenas van treinta y cinco años de una fecha a la otra. Algunas personalidades eminentes de la primera, que se imbrica con la segunda, como el Dr. Juan de los Santos Madriz, primer Rector de la recientemente fundada Universidad de Santo Tomás, presencian y viven también el bizarro despliegue de los valores de la nacionalidad, ratificados en el ejercicio, ya no de arquitectos de la Patria, sino de sus valientes defensores en el paso de Las Termópilas centroamericanas, como lo apunta Armando Vargas Araya, en su valioso estudio sobre don Juan Rafael Mora Porras. Esos valores, remozados y enriquecidos con el espíritu de autenticidad cristiana que sale de más hondo, dan el temple, el denuedo, al ejército de patriotas que luchan en Santa Rosa, en la Vía del Tránsito y en Rivas, a los que caen en el campo de batalla, a las víctimas del cólera y a los que regresan extenuados pero victoriosos a sus hogares. Dentro de la humanidad agigantada de cada uno de aquellos admirables luchadores palpita la nacionalidad, cuando no entendida, por todos sí plenamente vivida.

*Licenciado en Filosofía y Letras.

Fuente: Tribuna Democrática.com
28 de Septiembre 2010

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