La víspera

Minutos más tarde, evocando el recuerdo de los sucesos de los últimos días, se congratulaba Mora pensando cómo hasta entonces las cosas habían marchado bien para la causa de los costarricenses: en Santa Rosa había quedado sepultado el prestigio militar filibustero; luego su ejército había avanzado sin mayores tropiezos hasta Rivas; sus hombres vigilaban de cerca la ruta del Tránsito. Si conseguía el levantamiento de los grupos que adversaban a Walker en las principales ciudades de Nicaragua; y si los ejércitos de Guatemala y El Salvador entraban por el norte, el yanqui y su gobierno títere tendrían los días contados; y Centroamérica habría dado una lección al mundo.

Era el premio de sus denodados esfuerzos y fatigas, emprendidos desde mediados de 1855, cuando pudo entender que los tratados de paz, amistad y libre comercio, suscritos por Washington con varios países de Centroamérica unos años antes, escondían un designio de colonización del istmo centroamericano; y que Walker encarnaba dicho proyecto, de la misma manera que Sam Houston lo había encarnado años antes en Texas. Y fue entonces cuando Mora inició a marchas forzadas la preparación de la defensa militar de Costa Rica y la persuasión de sus conciudadanos para que aceptaran los retos y los sacrificios de una empresa bélica, a la vez que denunciaba ante las naciones del mundo el peligro que se cernía sobre Centroamérica.

Mientras espera insomne el despuntar del nuevo día, don Juanito piensa en sus hijos, y en los hijos de todos los centroamericanos; y en el derecho de todos ellos a crecer dentro de las tradiciones y la cultura de sus mayores, en países libres cuyas líneas de desarrollo deberán siempre ser definidas por sus pueblos. Y piensa en particular en Costa Rica, su patria chica, a la que ha visto florecer esplendorosamente en sólo unos cuantos lustros: a la que él mismo y otros próceres han hecho florecer mediante gobiernos honestos y visionarios.

En la soledad de la noche, Mora repasa los hechos una y otra vez, y se reafirma en sus convicciones: no tienen razón los apaciguadores, los calculadores. Sabe que en Nueva York existe una compañía presidida por un tal Kinney, que exhibe títulos espurios, con la intención de ocupar la región de la Mosquitia; y sabe que los agentes de Walker han iniciado la venta de acciones sobre los territorios conquistados por éste. De sólo pensarlo llora de indignación: “Pronto verán los esclavistas a dónde los llevará su codicia. ¿Imaginan ellos que permitiremos sus rapiñas y usurpaciones? ¿Que permitiremos su metalizado y sórdido gobierno? Ellos y sus valedores criollos van a aprender la lección: ¡no se entrega la Patria: sus riquezas y su futuro pertenecen a sus hijos! ¡No se negocia la soberanía de los costarricenses! ¡La fiereza y el heroísmo demostrados por el pueblo en Santa Rosa fortalecen mi convicción de que los terrenos de Costa Rica sólo se podrán adjudicar al invasor cuando haya muerto el último de los naturales!”.

Yo sé que don Juanito pensaba todo eso en la madrugada del 11 de abril de 1856. Y también sé que no lo pensaba sólo en relación con sus contemporáneos: ¡lo pensaba también para nosotros!

*Profesor de Derecho.


Fuente: Tribuna Democrática.com
28 de setiembre de 2010

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