Pensando en mis nietos

En ellos pienso al tiempo que reflexiono sobre la responsabilidad que me corresponde asumir este domingo cuando acuda a las urnas para emitir mi voto sobre la aprobación o rechazo del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Ese voto influirá en sus vidas.

Estoy consciente de que el sufragio del 7 de octubre será para mí el más importante de todos los que haya ejercido. Durante casi cuatro décadas en que he tenido el privilegio de acudir a las urnas, lo he hecho para elegir a personas que aspiran a ejercer cargos públicos durante un periodo concreto de cuatro años.

En esta ocasión mi voto tiene connotaciones más trascendentes. No estaré eligiendo, con nombre y apellido, al presidente de la República, a un grupo de diputados o a los regidores de mi cantón. Tampoco estaré comprometiendo mi decisión por un periodo definido.

Por el contrario, en el referéndum de este domingo mi decisión conlleva la escogencia entre dos modelos de sociedad. Uno que se plasma, sin plazo de vencimiento, en un Tratado que rebasa lo comercial y lo económico y perjudica nuestro Estado social de derecho y el otro, el modelo del progreso con equidad y solidaridad, que aunque imperfecto, ha sido nuestra inspiración y nos ha deparado paz y niveles de vida y bienestar superiores al de todos los países vecinos.

Para mis nietos quiero una Costa Rica donde el derecho a la salud sea más importante que los derechos de propiedad intelectual; donde la telefonía e Internet sean servicios universales y no negocios explotados por empresas foráneas; donde se respete al inversionista extranjero pero no se le concedan privilegios superiores a los del costarricense que invierte sus ahorros; donde los recursos naturales, la biodiversidad y el subsuelo marino del país no queden expuestos al arbitrio de paneles internacionales; donde la política pública pueda hacerse de manera soberana sin el temor a ser demandados en tribunales con sede en otras naciones.

Esa es la Costa Rica que quiero para mis nietos. Pero esa es también la Costa Rica que el TLC nos impide tener. Porque el TLC convierte derechos en mercancías, encarece las medicinas, destruye más empleos de los que crea, desprotege a los agricultores al no incorporar la salvaguarda especial agrícola, obliga al Estado al arbitraje obligatorio y no mejora cuantitativamente el acceso que ya tenemos al mercado de Estados Unidos.

El domingo votaré “no”, porque quiero que mis nietos vivan en una Costa Rica ética, en la que las decisiones se tomen pensando en los que menos tienen y no en los que han acumulado riquezas y en la que la dignidad del ser humano prevalezca sobre el comercio internacional, como han señalado nuestros obispos eméritos.

En resumidas cuentas, votaré “no” pensando en Matías y en Mia Graciela, para que puedan tener la dicha de seguir viviendo en una tierra bendita.

10/05/2007

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