Violencia en contra de líderes sociales en América Latina: una perspectiva desde las juventudes trabajadoras

Por: Benjamín Sevilla García, Secretario de Juventud ANEP

Se está desarrollando en América Latina un fenómeno altamente preocupante, la violencia en contra de líderes sociales y la muerte de dirigentes con capacidad de incidencia es cada vez mayor. Costa Rica recientemente es testigo de uno de los crímenes más escandalosos de los últimos tiempos. La muerte violenta del dirigente indígena Sergio Rojas Ortiz, líder del pueblo Bribri y defensor de los derechos humanos de esta población.

La defensa del territorio indígena de Salitre y su enfática actividad en favor de sus derechos, parece ser la razón principal por la que se silenció la voz de un respetable activista en Costa Rica. La tierra de gente pacífica y del “pura vida” está siendo opacada por acciones repudiables, porque sus autoridades no son capaces de tomar medidas de prevención adecuadas; porque están más interesados en criminalizar la protesta social que en resolver el desarrollo de la criminalidad con políticas de prevención adecuadas. Se interesan más en aprobar proyectos de ley que cercenen derechos de las personas trabajadoras que en promocionar una buena política de seguridad.

Pero también, los elevados niveles de violencia en contra de líderes sociales en América Latina son una alarma objetiva que nos vienen advirtiendo, desde hace algunos años, el grado de descomposición social y el poco o nulo interés de los gobiernos por atender con acciones efectivas el problema.

La corrupción y la impunidad en sus distintos matices, a veces descaradamente expresa en otras, con extrema diplomacia, son una clara señal de que algo no anda bien. El silencio cómplice de los gobiernos nos lleva a sospechar si se trata de una problemática incluida en sus políticas de seguridad o si, por el contrario, la indiferencia responde a los intereses de ciertos grupos de poder.

La defensa de los derechos humanos de algunas poblaciones históricamente excluidas se ha vuelto una alternativa estratégica para que los gobiernos ganen popularidad, para que reciban ensordecedores aplausos en el escenario de las Naciones Unidas. Sin embargo, el salir a defender los derechos de ciertas poblaciones les debería obligar, por autenticidad o por decencia, velar también por los derechos de otros grupos que siguen siendo víctimas de injusticia.

Las personas jóvenes, aquellas que creemos que todas las personas somos iguales en dignidad y derechos como lo indica la Declaración Universal de Derechos Humanos, nos cuestionamos los motivos por los que las políticas de los gobiernos se enfocan en los derechos de unas personas e ignoran los derechos de otras, olvidando en la práctica la universalidad de los derechos humanos. La indiferencia, por ejemplo, con la que tratan la violencia en contra de lideresas o líderes sindicales es vergonzosa e injustificada.

El temor que tenemos las personas jóvenes, por hechos concretos que se han dado en la región, es que se llegue al extremo de averiguar si una persona agredida, una persona procesada judicialmente, o a cualquiera que defienda un derecho, es sindicalista o no. Pues de su respuesta dependerá si merece que se le haga justicia o si, por el contrario, la mora, la denegación y la impunidad serán la receta.

Resulta extraño que los gobiernos levanten la voz para condenar a otros gobiernos amparados en una supuesta defensa de derechos humanos, cuando las verdaderas razones son discrepancias ideológicas. Lo cual no niega que puedan existir violaciones de derechos elementales, pero la censura obedece a cualquier otro interés, menos al de velar por el bienestar de las personas.

Todos coincidimos en la necesidad de promocionar y defender los derechos humanos, la pregunta es: ¿Cuáles derechos humanos y para quiénes? Nos alegramos cuando a un grupo de personas a quienes históricamente se les ha negado el disfrute de ciertos derechos logran su reivindicación. Pero, nos preocupa el desarrollo de un pseudo-progresismo, que únicamente reconoce unos derechos y ataca a mansalva el derecho de otras personas.

El asesinato de 113 sindicalistas, líderes sociales y defensores de los derechos humanos en Colombia durante el 2018 y 29 nuevos casos en lo que va del año; la muerte de Berta Cáceres en Honduras; el asesinato de más de 20 personas en Guatemala durante el 2018, entre ellas el secretario de conflictos del Sindicato de Embutidos Bremen, Tomás Francisco Ochoa y el Secretario General del Sindicato de la Municipalidad de Villa Canales, Domingo Nach; el encarcelamiento de la periodista Lucía Pineda Ubau en Nicaragua y así, una serie de represalias y procesos judiciales en contra de personas que participaron de la reciente huelga en Costa Rica, es preocupante.

Todos estos casos y aquellos que, por una u otra razón no se logran citar, pero que también tienen el mismo valor y por los que se demanda igual justicia, constituyen un motivo suficiente para que los Organismos Internacionales de Derechos Humanos se pronuncien y llamen a cuentas a los gobiernos.

Las personas jóvenes que tenemos un particular compromiso con la defensa y promoción de los derechos humanos, con la búsqueda permanente del bien común y con el fortalecimiento de los principios democráticos, exigimos justicia y el fin de la impunidad.

La seguridad humana en Costa Rica

Más allá del debate filosófico o del análisis etimológico del término, la seguridad humana tiene que ver con la ausencia del temor y de la miseria.

No es por casualidad que el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se refiera al temor y a la miseria, como elementos que atentan contra la dignidad humana.

En este sentido, el deber de cualquier Estado que asume con responsabilidad la justicia social y el fortalecimiento de la democracia, pasa por la adecuada tutela de las necesidades básicas de la población.

Debe atender, eficazmente, la seguridad de las personas, la disminución de la pobreza, la eliminación de todas las formas de discriminación y la reducción de las desigualdades.

Si coincidimos en que la seguridad humana incluye estos temas, se podría afirmar, entonces, que las dificultades que enfrenta Costa Rica en materia de seguridad humana tienen relación con el incumplimiento práctico de sus obligaciones en derechos humanos. 

De ser así, quizá deba corregirse las deficiencias de la educación en este campo, para que se propicie una adecuada transferencia de conocimientos en derechos humanos y se logre fortalecer el desarrollo de habilidades al respecto.

En este momento, el Estado no está proveyendo correctamente en desarrollo social lo que le corresponde, porque existe una deficiencia en la educación sobre derechos humanos.

Esto les niega a las personas la autonomía para reclamar eficazmente sus derechos, pero también, para respetar los derechos humanos de las otras personas.

El país, también, está fallando en la creación de capacidades para una buena gobernabilidad, porque no está proveyendo en seguridad democrática; y no está proveyendo en seguridad democrática, por el mal manejo de los conflictos internos.

Los grandes temas de interés nacional, que por naturaleza resultan ser álgidos, se están abordando al margen de la participación ciudadana. Los actores históricamente protagonistas, están siendo excluidos, o solamente se les informa respecto de las grandes decisiones del país.

La seguridad humana abarca una serie de elementos que requieren ser analizados de manera integral. En una reflexión serena y objetiva de esos elementos, concluiríamos admitiendo que en Costa Rica existe una inadecuada tutela por parte del Estado en el campo de la seguridad personal, en el ámbito de la seguridad social; e incluso, en la esfera de la seguridad internacional.

Se cuestionan en el país ciertas conductas que atentan contra la seguridad personal, específicamente, la influencia que ejercen algunos sectores dominantes de la economía y del poder político sobre el sistema judicial y sus resoluciones.

Así, por ejemplo, resulta indescriptible la incertidumbre que enfrenta una persona pobre, joven o sindicalista, cuando reclama un derecho, o cuando es víctima de los abusos del poder punitivo del Estado.

Recientemente fuimos testigos del vergonzoso caso en contra del joven sindicalista Carlos Andrés Pérez Sánchez.   Afortunadamente para este joven, no todos los operadores del Derecho se dejan amedrentar y aún se cuenta con una reserva importante de personas juzgadoras que “hacen justicia, aunque se caiga el cielo”.  

La presunción de inocencia, las garantías procesales y el derecho de defensa, son conceptos que acompañan la seguridad personal; y que cualquier Estado de Derecho que se tome en serio la seguridad humana,  debe atender para evitar detenciones arbitrarias y penas desproporcionadas.   

Por otra parte, en el tema de seguridad social, que tiene relación directa con la satisfacción de las necesidades básicas, la seguridad alimentaria y el cumplimiento de los compromisos asumidos por el país en materia de derechos humanos, se evidencia un claro retroceso.

La imposición de un aumento a los productos de la canasta básica, la eliminación de algunas conquistas salariales de las personas trabajadoras de menos ingresos, así como el recorte del presupuesto que se asigna a algunas instituciones que ofrecen servicios o programas sociales, son antagónicos con el concepto de justicia.

Lo anterior no excluye de responsabilidad a una parte de la cúpula acomodada del Poder Judicial, que de manera irreflexiva le concede el beneplácito a quienes toman estas decisiones.  

El debilitamiento de la seguridad personal y de la seguridad social, afecta negativamente la inversión que el país debe hacer en seguridad internacional.

Costa Rica. de esta manera se estaría constituyendo en parte del problema regional y no, en un país que muestre significativos avances en seguridad y desarrollo humano, aun cuando existe una obligación sobre los estados de velar por la seguridad en la región.

Una seguridad que no sólo tiene que ver con los conflictos armados, sino con ese sentimiento de incertidumbre que sienten las personas ante las injusticias sociales y las penurias económicas que afectan a los países de la región.

Lic. Benjamín Sevilla García

Secretario de Juventud

Junta Directiva Nacional de la ANEP

Regresividad salarial en los cuerpos policiales

La entrada en vigencia de la Ley de la República No. 9635, denominado como Ley de fortalecimiento de las finanzas públicas (“combo fiscal”), abre nuevamente el debate en torno al salario y las condiciones laborales de las personas trabajadoras de los distintos cuerpos policiales.

En los últimos días varios medios de comunicación mostraron que los policías están en el rango de los salarios más bajos del Gobierno Central, no obstante, el “combo fiscal” no hizo ninguna excepción con los cuerpos policiales. Por el contrario, se estableció una política salarial regresiva, al afectar y eliminar algunos de los incentivos salariales que forman parte del salario de nuestros uniformados.

Paradójicamente, al mismo tiempo que vemos el empoderamiento del narcotráfico, la incursión e infiltración del crimen organizado en nuestro país, y el crecimiento de la actividad delictiva producto de la exclusión social, se afecta el salario de nuestros policías. La Administración se conforma con decir que la Ley afectara únicamente a los nuevos funcionarios, no a los que ya están en servicio. ¡Vaya consuelo!

Nuestro país no ha mejorado cualitativamente en materia de seguridad ciudadana. La administración Solís Rivera fue un desastre en materia de prevención de delitos, llegando nuestro país a cifras históricas por homicidios dolosos, mismos que en el año recién terminado se mantuvieron en niveles de pandemia, según la descripción que al efecto hace la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El policía no recibe vacuna contra la corrupción y, la línea entre el bien y el mal es muy delgada. Por lo tanto, al afectar las condiciones salariales de nuestros policías, únicamente se favorece al crimen organizado. Además, solamente quienes tengan algún interés oculto, podrán ver sin preocupación el que se debilite más el poder adquisitivo de las personas trabajadoras de los cuerpos policiales.

La función policial es excepcional, se considera un trabajo esencial por estar vinculada directamente con la seguridad de las personas y de sus bienes. No obstante, esa excepcionalidad no se ha reconocido socialmente. Por cierto, aquel mito de que los policías eran personas no estudiadas o con baja escolaridad, es cosa del pasado.

La regresividad salarial en las fuerzas policiales aunada a la falta de voluntad política para reconocerles a la mismas su crecimiento profesional, hace que la misma seguridad ciudadana se vea afectada. Esto será más dramático en el futuro cercano, por cuanto al día de hoy se tiene dos clases de policías: los jerarcas que ganan considerablemente bien vs. los de abajo, cuyo salario apenas sin les permita una vida digna económicamente muy estresante.

Los de abajo, la gran mayoría, que a pesar de la importantísima labor que desempeñan, apenas reciben un salario base de trescientos quince mil colones (₡315.000). Al sumarle los incentivos salariales conocidos como Riesgo y Disponibilidad, apenas alcanza los cuatrocientos cincuenta mil colones (₡450.000) con una jornada laborar diaria de doce (12) horas; algunos alejados por cientos de kilómetros de sus hogares, con equipo limitado o deteriorado, en delegaciones en pésimo estado y con una gran incertidumbre jurídica. Es menester preguntar: ¿De qué lado están nuestros gobernantes?

Nuestros policías, que “no pueden recibir una llamada en su celular”, que no pueden entrar a comer a un restaurante, que no pueden sentarse un momento, que no pueden sentir hambre, que no pueden recibir la visita de sus seres queridos en su lugar de trabajo, que pasan las navidades lejos del hogar, que no pueden asistir a la graduación de sus hijos, que no pueden abrazar a los suyos en noche buena, debieron ser excluidos del nefasto “combo fiscal”.

Aunado a lo anterior, el Ministerio de Seguridad Pública (patrono), provoca constantemente incertidumbre en sus funcionarios, les afecta su liquidez y el poder adquisitivos, con procesos que muchísimas veces devienen de una orden mal dada, e inclusive, del cumplimiento del deber.

Quizás en razón de nuestro artículo, no faltará quien diga que, “si no les gusta se pueden buscar otro trabajo” (sucede). Sin embargo, quienes nos preciamos de conocer de seguridad y estudiamos el incremento delincuencial en nuestro país, sabemos que, para contener tal flagelo se requiere dotar de mejores herramientas y de mejores condiciones (incluidas salariales) a nuestros policías, lo contrario, empodera al crimen organizado.

Lic. Mainor Anchía Angulo
Dirigente Nacional de ANEP.
mainoranchia@anep.or.cr

Ni una más…

Por Mainor Anchía
Dirigente ANEP

Lamentablemente la violencia e inseguridad siguen en aumento, con ello, vemos un incremento en los homicidios perpetrados en contra de mujeres (femicidios), algunas de ellas, turistas que visitaron nuestro país creyendo que podrían disfrutar de nuestra belleza natural con seguridad y tranquilidad.

Es evidente, que las marchas, los protocolos y las medidas de protección, no surten ningún efecto. En mi opinión, la débil política migratoria, la errónea política carcelaria (liberación de delincuentes) y la carencia de políticas públicas, dan como resultado un Estado fallido.

En relación con la inseguridad ciudadana, he reiterado la necesidad de contar con una política criminal. Se define la política criminal como el conjunto sistemático de principios en los que se inspira la actuación del Estado para organizar la lucha contra la criminalidad. Este sistema debe considerar varios aspectos, no solamente la parte de prevención del delito que compete a los cuerpos policiales; sino también, la justicia social, la equidad, las oportunidades. Dicho de otra manera, una política criminal, se debe acompañar de políticas públicas.

Al mismo tiempo que seguimos careciendo de una política de Estado efectiva, la violencia sigue en aumento, apoyada primordialmente por la falta de oportunidades, circunstancia que es aprovechada por la incursión del narcotráfico. Paradójicamente, el Poder Ejecutivo viene impulsando el desarme, o sea, que las personas se vean imposibilitadas de ejercer su derecho de defensa, ante acciones delictivas.

Los factores son variados, la deserción escolar, el debilitamiento del poder disciplinario de los padres, la falta de oportunidades, la exposición de modelos negativos (narco novelas, video juegos), suman para que tengamos un país más violento. Ante este panorama, urgen acciones tangibles y menos mediáticas.

A partir del año 2012, se da un incremento en la inseguridad ciudadana y, por ende, en la violencia en nuestro país ¿Cuáles acciones tangibles se han implementado? En criterio del suscrito, ninguna. Las distintas administraciones se dieron a la tarea de vender “humo”, se siguen inflando números (manipulación de estadísticas), se sigue haciendo lo mismo, por lo cual, los resultados nunca serán diferentes.

A lo anterior, debemos abonar lo siguiente: La desigualdad, la falta de pertenencia, la pérdida de valores, las cada vez más frecuentes manifestaciones de desfachatez en los distintos modos de corrupción, en los tres Poderes de la República; las grandes diferencias dentro de muy pequeños espacios de territorio, potencian cada vez más la acción delictiva y el arraigo del crimen organizado, en detrimento de la paz social y de la seguridad ciudadana.

Costa Rica es un país inseguro, datos oficiales del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), indican que, en un periodo de 11 meses, se registraron 16.598 robos, hurtos o asaltos en San José, en promedio 52 casos al día. En materia de homicidios, la tendencia es la misma de los últimos cuatro años, en el caso de los femicidios, muy lamentablemente, la cifra sigue en aumento y a la fecha (05 de diciembre) se contabilizan 23 femicidios, muy cerca de los 26 casos con los cuales cerró el año 2017.

Así las cosas, al mismo tiempo que celebramos los 70 años de la abolición del ejército, debemos revisar el modelo de seguridad que tenemos, y la seguridad que podemos ofrecer a las personas extranjeras que consideran a nuestro país como destino turístico, por cuanto, además de dolorosa la manera en que mujeres vienen siendo ultrajadas y asesinadas, es una vergüenza, que no seamos capaces de reaccionar.

Lic. Mainor Anchía Angulo
Dirigente de ANEP.