Tormenta Nate: ¿y la plata para reconstruir?

Primero que todo, expresamos nuestra solidaridad y manifestamos el más sincero pesar y auténtica condolencia a quienes perdieron seres queridos en estos aciagos días del paso por el país de la tormenta Nate.

La mayoría son personas trabajadoras, integrantes de la clase trabajadora, quienes perdieron la vida; como integrantes de la clase trabajadora son quienes lo perdieron todo y/o parte de sus pertenencias.

Como suele suceder, lamentablemente, son “los y las de abajo”, inmersos en la pobreza o cercana a ella y/o las víctimas de la desigualdad, quienes más sufren estos embates de la naturaleza.

Nuevamente queda en evidencia la importancia estratégica del empleo público y sus instituciones para este tipo de circunstancias. Los cuerpos laborales de la Comisión Nacional de Emergencias; de la Fuerza Pública y otros cuerpos policiales; de los bomberos y de los cruzrojistas; del ICE, de la Compañía de Fuerza y Luz, y de A y A; del servicio meteorológico; del Ministerio de Salud, de los EBAIS y de los hospitales; los trabajadores de las municipalidades, especialmente el personal de campo de las mismas (entre otros), expresan altísimos niveles de compromiso, de entrega, de solidaridad, de sensibilidad y de humanismo que jamás podrá mostrar la lógica del lucro privado egoísta y mercantilista, el del libre comercio insensible al dolor humano.

Por otra parte, para la gigantesca (“titánica” dice el ministro del MOPT) labor de reconstrucción de carreteras, caminos, puentes, alcantarillas y similares, destruidos y/o dañados por el paso de la tormenta Nate, “¡no hay plata en las arcas públicas!” De seguro tampoco hay dineros para ayudar a las familias que perdieron sus viviendas del todo o que quedaron muy dañadas. Igual drama se enfrenta con la reconstrucción de centros educativos y centros asistenciales para la niñez y para la salud.

¡Por supuesto que sí hay plata! En este país lo que sobra es plata. Lo que ocurre es que está espantosamente mal repartida, ofensivamente concentrada, así como inmoral y antiéticamente acumulada en no pocos casos (el robo de impuestos en todas sus manifestaciones, por ejemplo).

La plata aparecerá si se decide “darle vuelta a la tortilla” del sistema tributario. En vez de lo que sucede ahora de que quienes menos tienen pagan más, proporcionalmente hablando; lo que corresponde es legislar para que quienes tienen más, paguen más. Además, para que lo que deben pagar no se lo roben, no se lo dejen, no lo escamoteen con artimañas, trampas y artilugios leguleyescos.

Considérese que enfrentar los estragos terribles de la tormenta Nate, en la Asamblea Legislativa pueden resolver sobre lo siguiente:

UNO: Establecer la renta global o universal (sumar las distintas fuentes de ingresos de los que más tienen y/o acumulan para impedirles que oculten o escamoteen la realidad de sus ganancias). Este proyecto hace mucho que el actual Gobierno lo metió a la corriente legislativa.

DOS: Establecer una legislación de contingencia fiscal, de duración determinada, para allegar recursos frescos y atender con soltura la reconstrucción; gravando, por ejemplo, el consumo suntuario y la fastuosidad.

TRES: Promulgar, con suma urgencia, de una ley de la República para establecer un impuesto transitorio a las transacciones financiero-bancarias, de cierto monto hacia arriba, de manera tal que no afecte a los sectores medios. Por ejemplo, a partir de los 10 mil dólares.

CUARTO: Establecer, también con carácter transitorio, un impuesto especial a las ganancias de capital, con una correspondiente escala porcentual, de un determinado volumen hacia arriba, para no golpear ni a las micro, ni a las pequeñas empresas, por ejemplo.

El Gobierno sabe, perfectamente, de qué estamos hablando. Tiene los especialistas suficientes para materializar, en blanco y negro, las correspondientes iniciativas de ley. El Gobierno puede enviarlas al parlamento y decirlo con fuerza al pueblo para que éste apoye y desenmascare a los políticos fariseos que se rasgan las vestiduras por el sufrimiento de las personas damnificadas producto de la tragedia de la tormenta Nate; víctimas a las cuales, precisamente, apelarán para que les voten en las elecciones de febrero entrante.

Particularmente grave es la responsabilidad de lo que fue el socialdemócrata Partido Liberación Nacional (PLN), ahora neoliberal. Tiene una gigantesca deuda moral con el pueblo costarricense producto del ya constatado como fracasado TLC con Estados Unidos; pues ese TLC, “su” TLC (el de Oscar Arias Sánchez y sus acólitos que ahora promueven la candidatura presidencial de Antonio Álvarez Desanti), generó la mitad del déficit fiscal actual y un aumento considerable del endeudamiento público, por todos los impuestos que se dejaron de cobrar por aranceles aduaneros.

Esta plata es la que está faltando ahorita, al menos 3 puntos porcentuales del Producto Interno Bruto (PIB), unos 2 billones 400 mil millones de colones (2.400.000.000.000.00), que habrían sido una enorme tabla de salvación para la reconstrucción y para la solidaridad en estos difíciles momentos que vive el país.

Imaginen ustedes esa gigantesca cantidad de plata utilizada en todas las comunidades afectadas por el paso de la tormenta Nate. Además, ¿cuánto empleo y cuánta dinamización de la economía generaría una labor de reconstrucción de tal monto de recursos fiscales frescos?

Otra alternativa sería que el Gobierno discuta con los acreedores en torno a lo que para nosotros es la impagable deuda pública y les formule, por ejemplo, una propuesta de reestructuración del pago de intereses para coger esos dineros y pasarlos, directamente, a tareas de reconstrucción. A fin de cuentas, muchos de esos acreedores son entes de naturaleza pública.

Finalmente, lo que no se vale es promover que en el ambiente de sana preocupación por el desafío de la reconstrucción y de que no hay plata fresca para ello, atornillen al pueblo trabajador con el aumento del impuesto sobre las ventas elevándolo del 13 al 15 %, al transformarlo en impuesto al valor agregado.

Las propuestas están. Lo que no parece estar es el coraje político, ni el Gobierno ni en las diferentes candidaturas presidenciales, para desafiar a los poderes reales del capital que jamás aceptarían propuestas como las formuladas.

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