Queridos hermanos míos…
a esos hay que matarlos
no son como nosotros
los puros y los santos.
¡Y Cristo en la Columna
recibe el latigazo!
Esos son los ladrones
de nuestros bancos,
esos los incendiarios,
hay que acabar con ellos
sin perdonarlos.
¡Y Cristo en la Columna
recibe el latigazo!
Quieren… ¿qué es lo que quieren?
Oíd, menos trabajo
y pan y vino, como
si no fueran esclavos!
se habrá visto osadía
en estos desalmados!
¡Y Cristo en la Columna
recibe el latigazo!
A ellos el pan negadles;
a ellos la horca y el palo:
en nombre de Dios el justo,
levantad vuestro brazo
para crucificarlos.
¡Y Cristo en la Columna
recibe el latigazo!
Este poema de Carlos Luis Sáenz lo encontré en un libro titulado Carlos Luis Sáenz. El escritor, el educador y el revolucionario. Un valioso e interesante estudio de Francisco Zúñiga Díaz, literato ya fallecido.
El poema interpreta la actitud de algunos sacerdotes contra el comunismo, propia de la Guerra Fría. ¿Qué porcentaje de los sacerdotes tomó la actitud criticada en el poema? No lo sabemos. Lo cierto es que se conserva testimonio escrito de algunos presbíteros que sí comprendieron la justicia de las luchas de aquel grupo de hombres y mujeres, llenos de talento. Grupo nacido casi todo de familias muy católicas, que se dejó guiar por la inspiración de Carmen Lyra y Manuel Mora, ambos declarados beneméritos de la Patria.
Veamos ahora el trasfondo teológico del poema. Carlos Luis Sáenz, de manera implícita, establece un vínculo entre los anhelos, luchas y sufrimientos del pueblo trabajador y los azotes de Cristo. De alguna forma, Cristo encarna el dolor de la clase trabajadora, cuando es víctima de las injurias, ofensas y agresiones de quienes se niegan a ver lo justo de sus luchas. Sáenz asigna al Mesías la función de hombre universal, capaz de recoger en su persona los sufrimientos y las esperanzas de la humanidad.