Lic. Benjamín Sevilla García, Secretario Nacional de Juventud ANEP
Una sociedad con menos enemigos es posible, no porque pueda constituir la idea de un anciano trasnochado o la utopía de un joven desprovisto de realismo. Es que verdaderamente existe esa posibilidad y las personas como seres racionales estamos en el deber de trabajar por alcanzarla.
Si los seres humanos “nacemos buenos y la sociedad nos corrompe” hay que procurar una sociedad distinta. Si “las personas somos por naturaleza eminentemente malas y sólo la voluntad podría hacernos diferente” hay que unir buenas voluntades. Si, por el contrario, tanto la naturaleza como las circunstancias sociales nos niegan la oportunidad de ser cien por ciento buenos o cien por ciento malos, podemos sacar la mejor versión de nosotros mismos.
En una sociedad con menos enemigos es posible el auge respetuoso del ejercicio de prensa. Si logramos tomar distancia del populismo y del morbo que gira en torno al “otro como enemigo”, estaremos obligando a la industria periodística a decidirse por informar. Es decir, si dejamos de consumir las noticias sensacionalistas, cargadas de violencia y de promoción de odio, el profesional en periodismo es provocado a informar con mayor grado de objetividad, respetando su audiencia y en última instancia, la propia dignidad humana.
En una sociedad con menos enemigos se desarrolla con mayor eficacia el hábito y el sentido de escucha, el sentimiento de inseguridad y el temor de ser traicionado pasa a un segundo plano, y los proyectos políticos fructifican. Como parte del grupo social, nos sentiríamos tentados a apoyar a quien democráticamente fuera elegido, con el valor para confrontarlo cuando se requiera, pero con la suficiente decencia para procurar el bien común.
El problema que atravesamos en Costa Rica es que, el único momento en el que los políticos escuchan a las mayorías es cuando piden su voto, toman partido -el que les garantice la tranquilidad ante sus intereses personales- y luego, dividen la sociedad entre “buenos y malos”, entre oficialismo y oposición. El escenario político se vuelve en un campo de batalla y por eso se sobredimensionan los mínimos consensuados. Cuando en realidad el oportuno consenso y el rápido entendimiento entre los distintos actores sociales debería ser parte poco novedosa de un Estado moderno que apunta al pleno desarrollo.
El discurso que promueve al otro como enemigo casi siempre inicia con epítetos y con estrategias que socaban el honor, la vida privada y sin reparar en ello, la propia institucionalidad del país. La clase política olvida que una mejor idea, en público como en privado, con promoción o sin ella, siempre genera buenos resultados.
El país debe reparar sobre la realidad que vivimos, si nos vemos como enemigos la desconfianza, la confrontación y el odio nos va a cegar. Cuando los gobiernos muestren debilidad estratégica o intelectual, el pueblo debe ser culto para pasar el mal momento. La mejor alternativa que tenemos como democracia es saber elegir, no podemos ser reiterativos en los errores.
Concluyo indicando que la base de una democracia no son los partidos políticos, es el pueblo. La división que vivimos como costarricenses es la que nos permite tener la calidad de políticos del momento, buenos o malos han sido nuestra elección. La cobardía disfrazada de exceso de prudencia en las personas estadistas e intelectuales que verdaderamente tienen capacidad para gobernar, tampoco ha ayudado. Y las juventudes pensantes y progresistas, que siempre fueron parte importante de las transformaciones sociales de nuestro país, hoy como única guía de acción se muestran encantadas con los conceptos superficiales y sesgados del pseudo-progresismo.