¿Cuáles son los factores que, de modo privilegiado, influyen en los resultados de las elecciones presidenciales y legislativas en Costa Rica? Me parece que son principalmente dos: las dimensiones y sofisticación del aparato mediático y propagandístico en que se apoye cada partido y, además, la propia maquinaria electoral que éste posea. Lo primero genera un clima emocional que propicia la adhesión a una figura política particular y a unos colores. Lo segundo permite mover a la masa votante e inducirla a favorecer una determinada opción.
En lo fundamental, así funciona la democracia costarricense, y ello determina en alto grado su calidad. Quiero decir, su declinante y cada vez más defectuosa calidad. Se trata básicamente de un enorme artificio mediático, un show gigantesco y oneroso y un ejercicio de manipulación sistemática. El viejo bipartidismo PLN-PUSC (PLUSC) consolidó ese estilo. Pasados los años, el PLN ha crecido como maestro indiscutible de tan deplorable arte. Hoy, cuando se puja por resucitar el bipartidismo, de seguro nos abocamos a una campaña electoral donde esos dos corruptos partidos tradicionales se afanarán por sacar todo su repertorio de mañas y desplegar a plenitud sus talentos histriónicos, de manipulación y compra de conciencias.
En ese contexto ¿qué posibilidades le quedan a los partidos que intentan ser una alternativa al neoliberalismo? Son principalmente dos: el PAC y el Frente Amplio. Quizá también (pero solo quizá) el que lidera José Miguel Corrales.
Sabemos que por muchos meses se habló de coalición, y que hubo gente, en su mayoría externa a los partidos, que se comprometió en serio con la idea. Es igualmente conocido que a los partidos, de diferentes modos y por variadas razones, les faltó la dosis necesaria de decisión para hacer realidad la idea. Uno se atrasó en decidir sus procesos internos; otro los hizo muy a tiempo pero por larguísimos meses dudó en apoyar la coalición. En el primero al cabo predominó la corriente conservadora y tradicionalista, reacia al diálogo y la colaboración con fuerzas políticas y ciudadanas críticas y alternativas. En el segundo se impuso el cálculo electoral. Y así sucesivamente.
Somos reos de la ley: en Costa Rica no hay candidaturas ni participación en las elecciones –como tampoco coalición- si no es por medio de los partidos. En rigor, éstos no quisieron. El resto de la historia –y su desenlace- es bien conocido.
Algún día habrá que investigar en serio qué hay detrás de este tipo de comportamientos autodestructivos. Uno puede suponer que influyen factores diversos. En parte, es posible que pesen algunas herencias: unas ancladas en una visión tradicional y conservadora y otras tributarias de un izquierdismo de viejo cuño, triunfalista y nada dialógico. Pero quizá también haya algo, medio problemático, en la siquis colectiva de estos sectores políticos.
Ahora cada quien enfrentará el proceso eleccionario por su cuenta ¿tienen capacidad para competir con la plataforma mediática y propagandística y el aparato partidario del PLN y, en menor grado, el del PUSC? La respuesta es obvia: no poseen el dinero para sostener campañas publicitarias competitivas, ni siquiera si estas fuesen inspiradas por la idea de compartir propuestas y convocar a lo mejor de la sensibilidad ciudadana. Tampoco poseen una organización partidaria que permita movilizar a las masas de votantes. Creo que, dichosamente, no tienen la voluntad de manipulación de conciencias que son características de los partidos tradicionales, pero tampoco poseen mecanismos alternativos que, de forma respetuosa e inteligente, pero también eficaz, hagan un ejercicio de persuasión que atraiga una cuota significativa de votos.
En breve: los partidos alternativos al neoliberalismo están colocados en posición débil y desventajosa. Todavía podrían tener a su favor el agudo desprestigio que arrastra el gobierno de Chinchilla, y que podría perjudicar al candidato liberacionista. Pero dadas las condiciones a que he hecho referencia, es probable que ello beneficie al PUSC antes que a estos partidos.
Aún podría recurrirse a la opción de tejer alguna forma de alianza, pero esta no sería más que un remiendo mal puesto sobre un roto demasiado ostentoso para poder ser disimulado. Si cada quien va por su lado con sus propias candidaturas, ya no se ve por donde sanar la dispersión y unificar lo que fue trozado a tijeretazos.
¿Habría hecho alguna diferencia la coalición? Posiblemente sí, pero no tanto por lo que suma sino principalmente por las potencialidades que pudo haber despertado. Se habrían sumado los modestos recursos de varios partidos, como también el más o menos interesante atractivo de sus diversos candidatos y candidatas. Pero había mucho más que eso, y para tener idea de lo que ello significa, es preciso tener en cuenta la expectativa que había en las diversas organizaciones y expresiones ciudadanas independientes y el ansia con que éstas esperaban la coalición. En cambio, el anuncio de que se cancelaban los esfuerzos de coalición causó dolor y desánimo.
La coalición partidaria posiblemente habría gatillado la movilización ciudadana y su involucramiento activo. Por ello mismo tiene sentido pensar que el fracaso de la coalición tendría el efecto contrario. Porque la decepción produce desconfianza y la frustración propicia el inmovilismo. Y eso, justo eso, propiciaron los partidos, por su incapacidad para gestar la coalición.
Me parece, pues, que los partidos se quedaron solos. Es decir, librados a sus modestas posibilidades. En el mejor de los casos, la oposición ciudadana al neoliberalismo repartirá sus votos entre esos partidos, pero nada más que eso. No se movilizará con lo que, correlativamente, disminuirá la capacidad de esos partidos para hacerse audible entre la gran masa electoral poco educada políticamente. Ésta, de por sí muy vulnerable a los mecanismos de publicidad y manipulación a que recurren los partidos tradicionales, quedará a merced, y prácticamente inerme, frente a esos poderosos aparatos de compra de votos.
No puedo ser optimista, pero sí deseo de corazón estar equivocado.