«Juanito» Mora Porras: A 150 años de su asesinato

Artículos relacionados a Juan Rafael Mora Porras, “Juanito” para el pueblo costarricense.

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El heroísmo de Costa Rica en Rivas
El Ejército Expedicionario triunfa, hoy hace hace 152 años, en el formidable combate urbano de Rivas, que se prolonga de la aurora a la oscuridad. Escribe un militar guatemalteco: «Walker se juega un albur, o no toma en cuenta que la fusilería pierde su efecto contra edificios y el asalto general, no tiene razón de ser. […]
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Tiempo de héroes
La existencia de héroes significa, para los pueblos y las naciones, el reconocimiento de que hay actos, eventos y procesos que se han inscrito de manera indeleble y trascendente en su historia. Y en esos episodios están presentes los seres humanos que fueron sus protagonistas.
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La víspera
“Ayer ocupamos ordenadamente Rivas. He desplegado las fuerzas en los puntos más importantes para la defensa de la ciudad, previendo el ataque de la hueste invasora que esta mañana fue avistada por Estrada y Esquivel cerca de Potosí. Ordené a éstos mantener contacto con el enemigo y observar sus movimientos” -escribía el Presidente Mora en su diario de campaña la noche del 10 de abril de 1856, a la luz de las velas, en el salón de la casa en que había instalado su Estado Mayor.
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La nacionalidad
Se ha discurrido sobre la nacionalidad costarricense. Se ha visto su origen en la Campaña Nacional (1856-1857) e incluso su orto, enfundado en el Estado liberal de finales del siglo XIX.
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Juanito vive
POEMA
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Juan Rafael Mora: Primer ensayista costarricense
Además de ser el patriota que fue, el guía y defensor de su pueblo como fue, el presidente justamente venerado o el político discutido, Juan Rafael Mora es el primer ensayista costarricense. Varios de sus discursos muy bien se sitúan en el género del ensayo por la alta ejecución de la escritura y su desarrollo argumental, por la elegancia y justeza de su prosa, por la inteligencia de las ideas puestas en debate.

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Deuda de la patria
Cuando el político y escritor inglés, Sir Winston Churchill, se refirió a la democracia como “la peor forma de gobierno si exceptuamos todas las demás”, nos hizo ver que la bondad o la perversidad no es un elemento intrínseco al régimen propiamente dicho, sino más bien a quienes ejercen ese poder.

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Una velada irrepetible
Hace cincuenta años yo era alumno en la escuela Ascensión Esquivel en Alajuela. Con motivo del centenario de la muerte de Mora y Cañas, se organizó una velada para conmemorar el histórico acontecimiento y no tengo que hacer esfuerzos para recordar lo que pasó.

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Don Juan Rafael Mora y el Himno Nacional
En 1856 nuestro país tuvo que salir, por primera vez en su historia, a defender su independencia en contra del invasor filibustero. En esa ocasión, el presidente Juan Rafael Mora expresó por primera vez también la idea de nación que nos unía: una comunidad pacífica y trabajadora.

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Benemiritazgo de Juanito Mora: Gigantesca deuda patriótica
Con la seguridad de interpretar el sentir de todas y cada una de las organizaciones conformantes del bloque de agrupaciones populares aglutinadas bajo la denominación de CENTRAL SOCIAL JUANITO MORA PORRAS (CSJMP), alzamos nuestra voz para unirnos al creciente movimiento de reivindicación nacional a favor de la egregia figura del ilustre patricio costarricense, el Expresidente de la República con Juan Rafael Mora Porras, popularmente conocido como don Juanito Mora.
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Juan Rafael Mora Porras: Libertador y Héroe Nacional
“¡Compatriotas, a las armas! ¡Ha llegado el momento que os anuncié!… ¡A la lid, pues, costarricenses! ¡Yo marcho al frente del Ejército Nacional…!” Proclama del Presidente, dicha el 1° de marzo de 1856.

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El atroz magnicidio de Puntarenas: El régimen decide quitar la vida a don Juan Rafael Mora Porras
Primera de cinco entregas del capítulo 16 del libro El lado oculto del Presidente Mora, del académico y escritor Armando Vargas Araya (Eduvisión, 2010).

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Mora en su sitio
Costa Rica se reconcilia consigo misma por la declaración legislativa de Libertador y Héroe Nacional otorgada a la persona de don Juan Rafael Mora. Este reencuentro con la verdad y con la justicia atenúa el deshonor de dos episodios aberrantes: el rompimiento del orden constitucional del 14 de agosto de 1859 y el asesinato perpetrado por el gobierno el 30 de setiembre de 1860.

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Santamaría y Mora: Más de un siglo de falsificación histórica
Si no fuera porque en el fondo siempre ha subyacido una intención política, se diría que la discusión en torno a quién es el héroe de la campaña de 1856 Juan Santamaría o el expresidente Juan Rafael Mora es una soberana tontería. Es como discutir si el ingrediente esencial del gallo pinto es el arroz o los frijoles.

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Juanito Mora Porras: Héroe y Benemérito de la Patria
Diversas opiniones sobre la obligación moral de declarar Benemérito de la Patria al Ex Presidente de La República, Héroe de la Patria, Juan Rafael Mora Porras, “Juanito”.
Aunque para el pueblo Juanito siempre ha sido ejemplo de dignidad, valentía, heroísmo y amor por esta Patria que le vió nacer, luchar y morir a manos de criminales.

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¡Mora y Cañas viven!
Este año, para conmemorar el sesquicentenario de la muerte de estos libertadores de Centro América, es un deber cívico honrar su memoria y su legado.
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11 de Abril – Mora y Cañas
Este próximo domingo, celebraremos 154 años de la primera gesta heroica de la naciente patria costarricense. Nos dice la historiografía oficial que conmemoramos el acto heroico de Juan Santamaría, el “humilde tamborcillo alajuelense” que quemó el mesón, un 11 de abril de 1856, en la batalla de Rivas, Nicaragua; con lo cual, empezó el principio del fin del aventurero William Walker y sus filibusteros, quienes querían conquistar a las jóvenes repúblicas centroamericanas que pocos años antes, en 1821, se habían independizado de España.

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149 aniversario del asesinato de Juanito Mora Porras
Hoy 30 de setiembre de 2009 se conmemora el 149 aniversario de la muerte, por fusilamiento, del benemérito de la Patria Juan Rafael Mora Porras, “Juanito” Mora.

El heroísmo de Costa Rica en Rivas

El combate en poblados tiene como peculiaridad que se defiende o ataca casa por casa y que sin el concurso de granadas de mano o de morteros, el precio de vidas tiene que ser elevado, debido a los asaltos de techos, a los incendios que deben provocarse con tea y a la destrucción de puertas y paredes por el hacha o por el pico. […] La intensidad del ataque filibustero va disminuyendo y permite a las tropas defensoras tomar posiciones, provocar incendios, desalojar al enemigo, estrecharlos constantemente y obligarlo a emprender la retirada en altas horas de la noche, ya cuando la situación está completamente dominada».

Walker huye «porque ve inevitable su aniquilación». Un historiador usamericano señala: «La experiencia de Walker ha sido contra adversarios sin entusiasmo que se dispersan a los primeros tiros. Aquí enfrenta un enemigo numeroso, capaz de mantener sus posiciones y rodear a [los filibusteros] que, sin agua o alimentos, no pueden resistir por mucho tiempo. Por eso decide abandonar la ciudad bajo las sombras de la noche».

El Presidente Mora, Comandante en Jefe, quiere perseguir al enemigo desbandado, pero, explica, «todos habíamos pasado treinta horas sin tomar alimento y catorce de mortandad y fatigas», hay que atender heridos y sepultar muertos. «No hay persecución, no debía hacerse», explica el militar guatemalteco, «soldados extenuados no deben arriesgarse a esa aventura, porque los que huyen tienen mejor conocimiento del terreno y más experiencia en el combate de campo». Así sucede en la batalla del río Alma (20 de setiembre de 1854), en la Guerra de Crimea: en vez de dar fin a las tropas rusas en retirada, los aliados dedican dos días a reabastecerse, enterrar a las víctimas, auxiliar heridos y descansar.

En la gloriosa acción de Rivas se inmola el soldado Juan Santamaría, Héroe Nacional. En Rivas hay numerosos actos heroicos. «Sobre acciones de valor podría decir mucho, pero no podría hacerlo sin ofender a otros, habiendo todos hecho su deber», escribe el Presidente Mora el 15 de abril de 1856 desde Rivas a su ministro de la Guerra.

La prensa celebra en San José el rechazo de «la agresión impía con que se había osado amenazar la independencia hispanoamericana» (Boletín Oficial, 13 de abril de 1856).

Logro histórico, esta homérica jornada es la primera derrota de los esclavistas en los albores de la Guerra Civil usamericana. Afirma el Presidente Mora: «Costa Rica ha mostrado cuán poco valen los filibusteros y su jefe».

En el fragor del combate, el gobernante se sitúa a escasos 300 metros de su adversario chafa: su contrincante había estudiado medicina y derecho, practicó el periodismo, vivió en Europa, ambicionó la acción política y es un condotiero, mas nunca asistió a ninguna academia militar. Es «coronel» de espada virgen, grado espurio recibido como dádiva de Francisco Castellón «figura maldita» junto con la carta de naturalización nicaragüense hace nueve meses. Es «general» cocido al vapor de la ocupación de Granada que luego incendiará. Walker «posee valor personal pero no cualidades de general».

El renombrado geógrafo francés Élisée Reclus determina: «Es en Rivas, ciudad de Nicaragua, donde los esclavistas pierden su primera y decisiva batalla». Antes de la Guerra Civil hay 15 estados esclavistas y 18 libres; se pretende hacer realidad el «sueño púrpura» de un imperio tropical basado en la esclavitud negra para emparejar los números o dominarlos por los sudistas en el Congreso de Washington.

Explica el erudito galo:

El fracaso de los filibusteros en Nicaragua no debe ser considerado de simple importancia local, por jugarse en esa guerra no solamente el destino de la América Central, sino en realidad la suerte de los Estados Unidos y del Nuevo Mundo. Los Estados esclavistas, directores hasta esa fecha de la política americana que la preponderancia económica de los estados libres amenazaba más cada día debían transformarse en conquistadores para restablecer a su favor el equilibrio; necesitaban el gran Imperio indio, es decir Cuba y las Antillas, México y la América Central. De haber podido arrastrar a sus compatriotas del norte en una política de conquista, se hubieran transformado en los dueños incontrastables de Washington, y la Guerra de Secesión hubiera sido evitada.

Aún más y más trascendente, en el tomo 18 de su monumental obra Nouvelle géographie universelle : la terre et les hommes (París, 1891), p. 486, inquiere y exhorta:

¿Por qué el nombre de Rivas no toma sitio en la historia de los hombres, al lado del de Maratón? Las peripecias de la lucha americana no han sido menos emocionantes que las de los conflictos entre Europa y Asia, y la causa que triunfó no fue menos gloriosa.

El Presidente Mora se consagra en la jornada de Rivas por su conducción estratégica y su valor personal. Un militar guatemalteco dice que el gobernante, «que nunca ha sido militar, emplea su sentido común y su concepto de la responsabilidad, mejor que todos los generales que lo rodean». Otro autor guatemalteco considera que se transfigura en «el azote justiciero de los aventureros o piratas que sueñan dominar a Centroamérica y esclavizar a sus hijos». Escribe Monseñor Víctor Manuel Sanabria: «Es un héroe. […] Se ha batido como un león».

La Segunda Independencia

El Presidente Mora sabe que la lid contra el filibusterismo, sus poderosos aliados del norte y los quintacolumnistas traidores, es la guerra por la Segunda Independencia, crisol indiscutible de la nacionalidad costarricense. Él encarna, dice el constitucionalista Mario Alberto Jiménez, «el espíritu de una guerra que combina en forma definitiva todos nuestros elementos nacionales». La juventud se inmola para salvar la existencia de las generaciones venideras. «Costa Rica echa centenares de sus hijos a los lobos yanquis para guardar el futuro de la nacionalidad», expresa el filósofo de la historia José Abdulio Cordero. El poeta Jenaro Cardona dice:

…el Prócer legendario, el símbolo genuino de una raza, alza el pendón de libertad o muerte que Costa Rica con fervor abraza.

La distinción entre la Primera Independencia de España y la Segunda Independencia del esclavismo sudista de los Estados Unidos, es enfatizada al inaugurarse el Monumento Nacional (1895) por Juan Bautista Quirós:

Si en 1821 hicimos la conquista pacífica de nuestra independencia, más tarde en 1856 y 1857, sellamos con sangre generosa, con actos de heroísmo sublime y con esfuerzos denodados, propios de la leyenda, la obra incruenta, pero trascendental de nuestros padres, demostrando de esta suerte, al cabo de treinta y cinco años, que éramos dignos de la independencia para nosotros conquistada por nuestros gloriosos antecesores, y que sabíamos apreciar y defender el rico legado de libertad que se nos viene transmitiendo de generación en generación, como depósito sagrado e invulnerable. Nos faltaba en verdad, como la consagración final y definitiva de nuestros naturales derechos a la independencia, nos faltaba esa fórmula según la cual un pueblo no goza ante el mundo de las prerrogativas y respetos de pueblo libre, mientras no haga la prueba de su aptitud para serlo, mientras no se muestre digno de la libertad, por su denuedo, por su heroísmo y por su abnegación en defensa de ella. La campaña contra el filibusterismo cosmopolita vino a ser de este modo para Centroamérica, el complemento de su independencia, su consagración de pueblo libre.

Los costarricenses de 1821 luchan por la Primera Independencia del Imperio Colonial Español con ideas, no con armas, aunque a los dos años hay efusión de sangre en una guerra civil en la cual son vencidos los anexionistas que pretenden uncir nuevamente el país al Imperio Mexicano de Iturbide. El desafío pirático de Walker se presenta cuando han transcurrido escasas dos décadas de la separación definitiva de la República Federal de Centroamérica, para que «los pueblos de Costa Rica asuman la plenitud de su soberanía y formen un Estado libre e independiente». El historiador de la literatura, Abelardo Bonilla, afirma que la Guerra Patria «es la primera y la única gran empresa internacional de Costa Rica; el sacrificio es superior a sus posibilidades y los resultados son admirables, ya que con ellos se termina una peligrosa aventura imperialista que amenazaba a Centro América y se pone a prueba, en una hazaña de proporciones épicas, la dignidad del sentimiento nacional». Son la libertad, la independencia y el derecho de existir como nación soberana, las que se conquistan con gran sacrificio humano en los campos de batalla contra el temerario invasor.

Juan Rafael Mora, el cafetalero y comerciante devenido en capitán y estadista, tiene fe inquebrantable en el porvenir de la patria.

«En la historia nacional, Mora es el representante más perfecto de la índole de nuestro pueblo», escribe el educador Raúl Lucas Chacón. «Es ciudadano inmortal que defiende con heroísmo nuestra independencia y nuestra soberanía y prestigia con su nobleza a los pueblos de su raza. Su heroísmo es el de Costa Rica».

NOTA DE LOS EDITORES – El anterior texto proviene del libro El lado oculto del Presidente Mora, disponible en Librería Internacional y en Librería Juricentro (2221 1407).

Fuente: Tribuna Democrática.com
11 de Abril 2008

Tiempo de héroes

En la historia costarricense existen hitos significativos que han ido definiendo nuestro devenir como país y como sociedad. Son eventos memorables que si no hubiesen ocurrido, o si el desenlace hubiera sido otro, habrían gestado una Costa Rica distinta a la que actualmente tenemos.

Algunos de esos episodios fueron de naturaleza militar: el derrocamiento de Morazán en 1842 cuando Antonio Pinto frustró de manera definitiva los intentos por crear la República Federal de Centroamérica y consolidó la soberanía de Estado costarricense; la Guerra Patria de 1856 con Juan Santamaría como soldado emblemático y Juan Rafael Mora, don Juanito, como estadista visionario que nos alejó del “destino manifiesto”; y la Revolución de 1948, con José Figueres, caudillo indiscutible que proclamó la guerra contra la mala fe y la pobreza.

Otros hechos heroicos en nuestra historia han estado sustentados en el respeto a los derechos humanos, la equidad y la civilidad; y constituyen trances ejemplares en la construcción de la Costa Rica democrática y solidaria que pervive en nuestro imaginario colectivo: la educación gratuita y obligatoria, las Garantías Sociales, y la Neutralidad activa, perpetua y no armada, por citar unos pocos. A cada uno de esos episodios se asocian nombres eminentes de ciudadanos comunes, maestros, intelectuales y políticos que habitan en nuestros anales historiográficos.

Nuestros héroes no vienen de la Grecia mítica ni se relacionan con los dioses. Son personas, hombres y mujeres de carne y hueso, que mas allá de sus virtudes y defectos individuales, en un momento determinado se alzaron por encima de las circunstancias y llevaron a cabo acciones extraordinarias que dejaron huellas imperecederas en los surcos de la Patria.

Nuestros héroes reflejan el sentir de la nación en ámbitos concretos. Son modelo de conducta y referente colectivo en dimensiones específicas. No son paradigmas que reúnen todas las virtudes y bondades universales. Pretender semejante perfección sería una ficción, negaría la naturaleza humana y pecaría de soberbia e ignorancia.

Estos son tiempos de héroes. Frente al cambio epocal que pone en peligro nuestra identidad como sociedad, necesitamos de ciudadanos que estén dispuestos a dar lo mejor de sí para defender los ideales nacionales y para seguir construyendo un camino propio, “una vía costarricense” que conjugue la libertad democrática con el bienestar económico, la equidad solidaria y el desarrollo social, político y cultural.

La declaratoria de Libertador y Héroe Nacional a Juan Rafael Mora Porras, que la Asamblea Legislativa hizo el pasado 16 de setiembre, representa no solo una reivindicación histórica del presidente que tuvo el talento, el valor y la energía necesaria para defender el suelo patrio frente al filibustero colonialista, sino también un mensaje de civismo y esperanza para todos los costarricenses.

Honrar a nuestros próceres, sin mezquindades ni dobleces, es una forma noble y digna de fortalecer nuestra identidad y de recobrar el vigor necesario para mirar el futuro con optimismo, aunque nos agobien inercias y nos acechen amenazas que ponen a prueba el alma nacional. ¡Enhorabuena! Juanito Mora, Héroe y Libertador.

Fuente: Tribuna Democrática.com
28 de setiembre de 2010

La víspera

Minutos más tarde, evocando el recuerdo de los sucesos de los últimos días, se congratulaba Mora pensando cómo hasta entonces las cosas habían marchado bien para la causa de los costarricenses: en Santa Rosa había quedado sepultado el prestigio militar filibustero; luego su ejército había avanzado sin mayores tropiezos hasta Rivas; sus hombres vigilaban de cerca la ruta del Tránsito. Si conseguía el levantamiento de los grupos que adversaban a Walker en las principales ciudades de Nicaragua; y si los ejércitos de Guatemala y El Salvador entraban por el norte, el yanqui y su gobierno títere tendrían los días contados; y Centroamérica habría dado una lección al mundo.

Era el premio de sus denodados esfuerzos y fatigas, emprendidos desde mediados de 1855, cuando pudo entender que los tratados de paz, amistad y libre comercio, suscritos por Washington con varios países de Centroamérica unos años antes, escondían un designio de colonización del istmo centroamericano; y que Walker encarnaba dicho proyecto, de la misma manera que Sam Houston lo había encarnado años antes en Texas. Y fue entonces cuando Mora inició a marchas forzadas la preparación de la defensa militar de Costa Rica y la persuasión de sus conciudadanos para que aceptaran los retos y los sacrificios de una empresa bélica, a la vez que denunciaba ante las naciones del mundo el peligro que se cernía sobre Centroamérica.

Mientras espera insomne el despuntar del nuevo día, don Juanito piensa en sus hijos, y en los hijos de todos los centroamericanos; y en el derecho de todos ellos a crecer dentro de las tradiciones y la cultura de sus mayores, en países libres cuyas líneas de desarrollo deberán siempre ser definidas por sus pueblos. Y piensa en particular en Costa Rica, su patria chica, a la que ha visto florecer esplendorosamente en sólo unos cuantos lustros: a la que él mismo y otros próceres han hecho florecer mediante gobiernos honestos y visionarios.

En la soledad de la noche, Mora repasa los hechos una y otra vez, y se reafirma en sus convicciones: no tienen razón los apaciguadores, los calculadores. Sabe que en Nueva York existe una compañía presidida por un tal Kinney, que exhibe títulos espurios, con la intención de ocupar la región de la Mosquitia; y sabe que los agentes de Walker han iniciado la venta de acciones sobre los territorios conquistados por éste. De sólo pensarlo llora de indignación: “Pronto verán los esclavistas a dónde los llevará su codicia. ¿Imaginan ellos que permitiremos sus rapiñas y usurpaciones? ¿Que permitiremos su metalizado y sórdido gobierno? Ellos y sus valedores criollos van a aprender la lección: ¡no se entrega la Patria: sus riquezas y su futuro pertenecen a sus hijos! ¡No se negocia la soberanía de los costarricenses! ¡La fiereza y el heroísmo demostrados por el pueblo en Santa Rosa fortalecen mi convicción de que los terrenos de Costa Rica sólo se podrán adjudicar al invasor cuando haya muerto el último de los naturales!”.

Yo sé que don Juanito pensaba todo eso en la madrugada del 11 de abril de 1856. Y también sé que no lo pensaba sólo en relación con sus contemporáneos: ¡lo pensaba también para nosotros!

*Profesor de Derecho.


Fuente: Tribuna Democrática.com
28 de setiembre de 2010

La nacionalidad

En todo caso es necesario advertir que la nacionalidad es algo que participa relativamente del principio de identidad de Parménides y del flujo esencial de Heráclito; es una modalidad de ser fácilmente apreciable en cualquier momento dado, a la vez que un estilo de sensibilidad, de respuesta y de acción que evoluciona. Dicho en pocas palabras, la nacionalidad es simultáneamente una y diversa.

La nacionalidad costarricense o identidad nacional, sinonimia actualmente socorrida, es resultado de un proceso cuyo origen se oculta en los lejanos tiempos de la Colonia. En ésta se dan las circunstancias que propician el inicio de la gestación centenaria de la nacionalidad. En el tiempo, la primera de estas circunstancias es la enorme distancia que separa, a esta provincia, de la sede gubernativa del Reino de Guatemala. Hay otros factores concomitantes en el proceso que aquí se contempla. Oficia, como factor muy calificado, la flacidez de las relaciones entre el gobierno de la provincia y sus gobernados. Tomás de Acosta y Juan de Dios de Ayala se sitúan en esa línea, para citar solo dos últimos de los jerarcas españoles, primero durante las postrimerías de la Conquista y luego durante la Colonia. Encabeza esa lista Juan Vázquez de Coronado, el recto y magnánimo conquistador salmantino, fundador de la ciudad de Cartago.

Ingredientes de la connotada alquimia de esta nacionalidad son: las condiciones geográficas, humanas y, diríase, políticas, bajo las cuales hacen su tarea los alcaldes mayores, los gobernadores y los pobladores de la última provincia sureña de la Capitanía General. Para los actores, en el primer escenario del proceso, la situación no es, en general, siquiera estimulante; mas para beneficio futuro, ese mismo escenario, esas mismas escenas, devienen fértil sementera donde germina y ofrece su primera cosecha la identidad nacional.

Viene la Independencia. El pueblo que de pronto sabe que es libre, se comporta con una sensatez, una templanza, una serenidad que no dan lugar a sentimientos tortuosos de venganza antihistórica que, ciertamente, tampoco antes de ese momento se han gestado. Esta limpidez emotiva facilita que, incontinenti, se adopten las medidas para proveerse, en el ínterin, o sea, el de los nublados del día, de una normativa que le permita, al pueblo de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad junto a las villas y comarcas de la Provincia, diseñar un instrumento que rija su vida en libertad. Se convoca a la Junta de Legados y ésta, al cabo de sus deliberaciones, aprueba el Pacto Social Fundamental Interino de la Provincia o Pacto de Concordia, el 1° de diciembre de 1821. Todo tiene lugar en un tiempo récord, escasos treinta días. Siguen las acciones que tienden a completar y perfeccionar el documento, lo cual conduce al Primer Estatuto Político de la Provincia (marzo de 1823) y, en mayo del mismo año, el Segundo Estatuto Político. El Pacto de Concordia, según el acucioso historiador Hernán G. Peralta, es realmente la primera constitución política del país.

En un marco nuevo de ideas que no van a calar hondo que trascienden el realismo del Pacto Social Interino de 1821 y, acatando los mandatos contenidos en la Constitución Política de la República Federal Centroamericana (Guatemala, noviembre de 1824), se emite en Cartago la Ley Fundamental del Estado de Costa Rica (enero de 1825). Es sobradamente conocido que este régimen federal no funciona nunca. Si bien es cierto inactivo, se mantiene hasta la promulgación de la Constitución Política de 1848, en la que se declara, artículo 2) que la República de Costa Rica es soberana, libre e independiente.

Se hace alusión general a los acontecimientos ya bien conocidos, para destacar el avance del proceso de identificación nacional, el que sin duda sustenta un paso extraordinariamente maduro hacia la definición del destino ulterior de Costa Rica. El paréntesis de la Federación Centroamericana no alcanza a interrumpir el proceso continuo de la identidad nacional; antes bien, contribuye a definir sus aristas.

Dos pasos. A dos generaciones debe la Patria la gesta heroica de los años 1856 y 1857 en la que descuella, como epónimo, el presidente Juan Rafael Mora Porras:

1ª – La generación de la Independencia, la que viene a consolidar las bases de la entidad nacional costarricense y levanta sus columnas, generación de vecinos convertidos en visionarios tribunos.

2ª – La generación que salva al edificio nacional amenazado por el huracán filibustero y, con ello, inflige a este enemigo de la hispanoamericanidad su derrota definitiva.

Dos generaciones, diría Ortega y Gasset, pues apenas van treinta y cinco años de una fecha a la otra. Algunas personalidades eminentes de la primera, que se imbrica con la segunda, como el Dr. Juan de los Santos Madriz, primer Rector de la recientemente fundada Universidad de Santo Tomás, presencian y viven también el bizarro despliegue de los valores de la nacionalidad, ratificados en el ejercicio, ya no de arquitectos de la Patria, sino de sus valientes defensores en el paso de Las Termópilas centroamericanas, como lo apunta Armando Vargas Araya, en su valioso estudio sobre don Juan Rafael Mora Porras. Esos valores, remozados y enriquecidos con el espíritu de autenticidad cristiana que sale de más hondo, dan el temple, el denuedo, al ejército de patriotas que luchan en Santa Rosa, en la Vía del Tránsito y en Rivas, a los que caen en el campo de batalla, a las víctimas del cólera y a los que regresan extenuados pero victoriosos a sus hogares. Dentro de la humanidad agigantada de cada uno de aquellos admirables luchadores palpita la nacionalidad, cuando no entendida, por todos sí plenamente vivida.

*Licenciado en Filosofía y Letras.

Fuente: Tribuna Democrática.com
28 de Septiembre 2010

Juanito vive

La tierra debió abrirse y el cielo caer en cruz sobre los montes cuando te asesinaron don Juan Rafael Juanito don Juanito

el sutil velo de la patria se rasgó para siempre con tu muerte gigante

contemplo tu huella

gotea tu sangre aún húmeda en la arena

en gritos de batalla enrojece el San Juan por Santa Rosa enhiesta Rivas reconquistada Granada la que fue

tiene memoria la patria presidente capitán un sol de siglo y medio no ha logrado secar tu savia en el estero

estás vivo en manglares y humedales tu verbo redentor habita por siempre las venas de los justos

los niños y las niñas de este trémulo siglo deben beber tu historia

ceñir tu recuerdo con banderas

aún te necesitamos para doblar rodillas invasoras para atender la vida sin amos ni señores

Hay que correr la voz: Juanito vive

*Poeta y periodista.

* Fuente: Tribuna Democrática.com
28 de Septiembre 2010

Juan Rafael Mora: primer ensayista costarricense

Es, pues, imprescindible, darle a Juan Rafael Mora el lugar que se merece entre los fundadores de la literatura nacional. No es que él fuese un escritor que se propuso escribir ensayos, o un literato, pero sus mensajes presidenciales y varios de sus discursos son ensayos de análisis político y social de alta calidad. Y dos de sus proclamas más bien parecieran poemas en prosa.

El ensayo es un género antiguo, aunque es a partir de fines del siglo XVI cuando Michel de Montaigne modela la forma definitiva de un escrito en prosa que superaba los alcances de un artículo -porque no se limita a tratar sobre un solo hecho, sino que se amplía a la reflexión general. Supera también a la crónica puesto que, además de informar de algo preciso, reflexiona sobre el sentido profundo de esa información. Y debía ser más personal y más breve y condensado que un tratado. Es desde entonces el género por excelencia para exponer y debatir ideas, porque el lenguaje conceptual debe imponerse sobre el lenguaje que evoca imágenes, como ocurre en la novela o en el cuento.

En el siglo XIX el ensayo es abundante y en Hispanoamérica tiene ya las características consagradas por Montaigne. Primero el mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi y poco después el argentino Domingo Faustino Sarmiento, se distinguían entonces por sus artículos y ensayos, cuyos vehículos de difusión eran, por lo general, el diario u otras publicaciones periódicas. Mención especial merece el venezolano continental Andrés Bello cuya obra hacia mediados de ese siglo era leída por toda la América española. Y discípulo de Bello fue Simón Bolívar, el gran fundador de repúblicas en Hispanoamérica, varios de cuyos discursos figuran en las antologías del ensayo continental, en especial su Discurso de Angostura, pronunciado en esa ciudad hoy ciudad Bolívar el 15 de febrero de 1819.

Para este grupo de patriotas el ensayo era un género tan atrayente como útil porque servía para exponer allí los complejos asuntos concernientes a la organización de las nuevas repúblicas. Fernández de Lizardi, por ejemplo, cuestiona en varios de sus escritos la necesidad de superar y abandonar el legado de una educación confesional pasatista y reaccionaria. Sarmiento escribe con pasión acerca del conflicto creciente entre las fuerzas del interior, del campo aún bajo el pensamiento colonial, y las más organizadas y modernas fuerzas de la ciudad. A Bello le preocupaban tanto la educación como las leyes, la necesidad del gobierno por preservar el orden social como la persistencia de la unión republicana.

Juan Rafael Mora Porras no es ajeno a ninguno de esos problemas, y de algún modo, todos los trató en sus escritos; además, como ellos, es un hombre entregado a la función pública, a las demandas de organizar la naciente democracia; dispuesto a defender en cualquier frente la patria y la libertad ganada en la Independencia. Como Bolívar y Sarmiento, Mora llegó a ocupar el honroso cargo de Presidente de la República, y como ellos combatió al invasor y a la tiranía en el campo de batalla; no le cupo a él enfrentarse a España, como a Bolívar, pero debió oponerse a la nueva fuerza imperial que entonces empezaba a imponerse amenazadoramente.

Por eso a Juan Rafael Mora Porras le preocupaba, sobre todo por la urgencia que imponían las circunstancias, pensar y escribir sobre la cuestión de la unión regional ante la amenaza de aquella potencia extranjera; en este sentido es claro antecedente del patriota y escritor cubano José Martí, otro gran ensayista. Mora se desvelaba por la conservación de una identidad que ya empezaba a configurarse como nacional y propia, frente a los Estados Unidos de Norteamérica que continuaban expandiéndose por medios avasalladores hacia el oeste y hacia el sur.

Los escritos de Mora están detalladamente terminados: se ha esmerado en una expresión tan clara como coherente y elegante; ha pensado bien cada idea y ha llegado a expresar esa idea con sigular precisión; no son escritos rápidos; antes muy el contrario, se nota una elaboración paciente que evita repeticiones, que apela al concepto justo y las pocas imágenes que utilizan son rápidas y no demoran la exposición de sus reflexiones. Tenía la obligación de ser claro y directo: ninguna duda podría levantarse de la lectura de sus mensajes porque el país vivía en los alrededores de una guerra cuyas consecuencias peores debían evitarse a toda costa. Y hay en todos ellos un tono de pasión y devoción por Costa Rica que los unifica y los embellece.

Uno de sus mejores escritos es el “Mensaje del Presidente de la República, al Congreso de 1856”, que apareció en el Boletín Oficial, el 4 de agosto de ese año crucial en la historia de Costa Rica: ya han ocurrido las batallas de Santa Rosa y de Rivas, las tropas enfermas y diezmadas han regresado. Él se pregunta, ¿quién diría que hace apenas un año el país, que marchaba en paz y prosperidad hacia su futuro, iba a encontrarse con tales obstáculos? En sus expresivas palabras: “El espíritu laborioso de los costarricenses, su respeto al orden, su amor a la propiedad, y al acuerdo constante de la Nación y el Gobierno producían tan opimos frutos, cuando exteriores acontecimientos, funestos al parecer para la América Central, tal vez propicios en los incomprensibles misterios de las evoluciones humanas, vinieron a interrumpir esa marcha pacífica y feliz”. La esperanza del futuro promisorio que el costarricense se había propuesto quedaba bajo amenaza; factores externos se cruzaban agresivamente en su camino, pero su líder, para defender su causa, supo tomar tanto la pluma como la espada.

*Profesor en la Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje, Universidad Nacional.

Fuente: Tribuna Democrática.com
28 de Septiembre 2010

Deuda de la patria

No hay duda de que la guerra librada contra el invasor filibustero en 1856-1857 es la cantera más rica del heroísmo costarricense. Rememorar esta lucha en momentos críticos y difíciles, cuando la independencia y la libertad se hallan amenazadas, constituye una fuente inspiradora y generadora de energía que permite al pueblo enfrentar y superar dichas situaciones. Cantera inagotable del heroísmo, el surgimiento de uno, dos o más héroes ejemplarizantes es tan conveniente como saludable para el fortalecimiento de la identidad nacional.

Lo grave en nuestro régimen es la amnesia o la mezquindad con que su gobierno dejó pasar en forma inadvertida o indiferente la experiencia bélica que nos legó la Patria. Juan Santamaría y Juan Rafael Mora Porras son héroes surgidos de esta lucha. Cada uno de ellos tiene su propio lugar, sin desmerecer el papel protagónico y simbólico que la Historia les ha concedido. Ambos, Santamaría y Mora, con su accionar supieron responder en el momento preciso, dejando una huella imborrable en la historia del país y asegurando la continuidad de Costa Rica como nación. Juan Santamaría simboliza el papel heroico asumido por los costarricenses que supieron responder el llamado a las armas para enfrentar a quienes amenazaban con privarnos de la libertad e independencia alcanzada 35 años antes, en 1821. En otras palabras, con su ejemplo y sacrificio ratificó la voluntad decidida de nuestro pueblo por mantener vigentes estos principios.

Juan Rafael Mora Porras simboliza al estadista visionario que desde un principio supo advertir al pueblo el peligro filibustero, liderándolo para mantener incólumes los valores de la Patria. Ambos, Santamaría y Mora, asumieron su responsabilidad histórica y fueron inmolados. Hoy por hoy, son ejemplo de abnegación y sacrificio para los costarricenses. Del mismo modo en que Juan Santamaría simboliza el heroísmo de quienes fueron a luchar, Juan Rafael Mora Porras encarna el espíritu nacional de la época que lo llevó incluso hasta su propio deceso, víctima y mártir de los que ostentaban el poder en ese momento.

Transcurridos ciento cincuenta años del sacrificio de ambos héroes, aún se debate su reconocimiento. Pero su reivindicación no es demora en vano. A Santamaría la tradición lo ha declarado Héroe Nacional por antonomasia. A Mora, quienes hoy ostentan el poder político le brindan ese reconocimiento. Atrás quedan la confusión y la indecisión, las actitudes mezquinas y timoratas, el irrespeto y la irresponsabilidad demagógica y provinciana, para cumplir esta deuda de la Patria.

* Historiador.
Director-Fundador del Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.

Fuente: Página Abierta
Diario Extra
28-09-10

Una velada irrepetible

A las maestras de sexto, la niña Margarita y la niña Betty (q.d.D.g) les tocó preparar el cuadro principal del acto, consistente en una representación de aquellos hechos bélicos. Rápidamente escogieron algunos de los actores: Gerardo Moreira fue el general Cañas, Leslie Soto el comandante de las fuerzas del gobierno y Luis Martínez (q.d.D.g.) representó a don Juanito, lo que fue una acertadísima elección debido al gran parecido físico entre ambos. Ellas hicieron el libreto, pero toda la tramoya la dejaron en manos de los alumnos.

Como a esas edades nadie quiere perder y la historia nos era muy conocida, sobró gente para hacer el papel de soldados gobiernistas; pero al final el ejército invasor quedó reducido a solo dos soldados, Eduardo Estevanovich y yo. Eduardo era un compañero especialísimo: de gran imaginación, el mejor narrador de historias de la escuela; y que de cuando en cuando aparecía con una piedra rara, se hacía el misterioso y decía que era oro del que su papá sacaba en la mina que tenían en Miramar. Eso lo colocaba ante nosotros al nivel del Sha de Persia o del Aga Kan.

La función debió ser un viernes en la tarde. Desde la entrada de las clases, los que teníamos algún papel de soldados llegamos a lucir las armas de las que haríamos gala, porque recordemos que en esa época y al menos en Alajuela, no era ningún escándalo ver a un carajillo con un rifle al hombro. Abundaban los rifles de copas pero también había rifles de verdad. Yo al menos llevé la carabina con que papá había peleado en tres revoluciones, lo que era cierto, y empecé a rajar; los cinco minutos de fama no me duraron mucho porque otro güila apareció con una escopeta, anunció que con ella su abuelo había matado cuatro tigres en San Carlos y me robó el auditorio. Pero este tampoco disfrutó de su gloria porque llegó otro con un mosquete todo herrumbrado y nos barrió el área diciendo que ese era el mismitico fusil de Juan Santamaría.

Al final de aquel memorable día los alumnos fueron conducidos al salón de actos en el orden usual: los primereños ocupaban las filas frontales para que los más grandes no les taparan, y así sucesivamente hasta terminar con los sextos en la parte trasera. Era el final de la tarde, el cielo estaba negrísimo, llovía mucho, pero la emoción era desbordante pues ya se había filtrado la noticia de que en la velada “iba a haber balacera”.

El acto empezó con el canto del Himno Nacional; después siguió el de Juan Santamaría; luego la directora, la niña Yolanda, dijo unas palabras motivadoras henchidas de patriotismo y la función empezó. Hubo un par de cuadros, algunas recitaciones y por último el plato fuerte: la representación de los hechos de Puntarenas en 1860.

Se abrió el telón, en el fondo apareció una lancha hecha de cartones, su vela consistía en un gangoche guindando de un escobón, en ella estaban trepados Mora y sus seguidores. Don Juanito arengó a sus tropas, después Cañas dio la orden de que desembarcaran y Eduardo y yo bajamos de la lancha, medio agachados, como haciendo mates de comandos; con las puntas de los rifles escudriñábamos entre un montazal hecho con cañas de bambú y ramas de gigante, mientras poníamos caras de malos. Después entraba otro a la carrera vestido de campesino y anunciaba que se acercaban las tropas del gobierno. En eso, se oyeron redobles de tambores, toques de corneta y apareció una multitud armada, arrastrando dos cañones hechos con unos cabos de tubo metidos entre unas ruedas de bicicleta. Uno de los gobiernistas, queriendo descollar, lucía un casco hecho con una bacenilla vieja toda escarapelada, a la que le habían pegado unas barbas de papel crepé. La mezcolanza de gorras, quepis y cachuchas fue inenarrable; así como el variopinto sancocho de guerreras del Instituto, camisas del Resguardo, sacos raídos sacados de algún baúl. etc. etc. En fin, allí estaban cuantos chuicas viejos encontraron las mamás.

Después que el escenario estuvo lleno de soldados, Leslie y sus oficiales exigieron la rendición de los invasores. El general Cañas los mandó para el carajo y comenzó la batalla. Don Rigo, el maestro de física, tiraba triquitraques sobre el tablado, el ruido era ensordecedor, unos truenos aumentaban el burumbún y en segundos el lugar se llenó de humo, toda la gente tosía y entonces empezó lo bueno: los soldados comenzaron a caer en el fragor del combate. La primera y más memorable “muerte” fue la de Eduardo: soltó el rifle, y empezó a deslizarse lentamente hacia el suelo en forma similar a como lo hace el inmortal Tamborcillo Alajuelense en el cuadro de Echandi. A medio camino empezó a aplicar sus efectos especiales: con una navajilla oculta entre sus dedos cortó un refresco boli de sirope que llevaba debajo de la camisa y la “sangre” empezó a manar a chorros para solaz del auditorio que aplaudía a reventar. La batalla siguió y pronto el cerro de muertos pegó al techo. Poco a poco las tropas invasoras, es decir yo porque Eduardo estaba “agonizante”, fueron dominadas por los del gobierno y al final tuve que rendirme, me quitaron el rifle, me pusieron manos arriba, me aplicaron una dolorosa llave y me condujeron ante Leslie que ordenó mi inmediato fusilamiento. Entonces don Juanito, o sea Luis, se apeó de la lancha y dijo “No fusilen a este humilde campesino cuyo único pecado fue confiar en mí, ¡yo respondo por él!”. A pesar de la ovación, enseguida los gobiernistas lo agarraron y junto con Moreira, los amarraron a un palote que formaba parte de la decoración, y los fusilaron en medio de un nuevo ensordecedor redoble de tambores. Seguido, cayó el telón.

En esa época la escuela Ascensión era solo de hombres y el toque femenino lo daban “artistas invitadas” que las niñas reclutaban en las escuelas de mujeres. En este caso la escogida fue una flaca muy bonita que vivía por La Agonía y que era actriz frecuente en las veladas. Su sola presencia causaba estragos entre los más advertidos. Ella fue la que protagonizó el papel de la señora del general Cañas, en el cuadro final que representaba cuando un mensajero le entregaba la famosa carta de despedida de su esposo. Ella la leía entre sollozos, el correo le confirmaba su muerte, y por último ella caía desmayada.

Pero lo más impactante de la jornada ya había ocurrido: cuando el telón se había cerrado entre cuadro y cuadro, un cuerpo rodó por debajo, era Eduardo en sus “estertores” finales. Todas las miradas se concentraron sobre él. Un relámpago iluminó la escena. Girando llegó al borde del escenario, irguió su torso en una pose como la del “Gálata moribundo”, se llevó las manos al abdomen, tiró de la camisa, se arrancó los botones y ¡qué horror! Todos vimos sus tripas empapadas en sangre; digo, en sirope. Abrió la boca, peló sus grandes dientes, puso los ojos en blanco, sacó la lengua, luego volvió a rodar y cayó quedando acomodado sobre el piano. El respetable estaba frenético, aquello superaba con creces cualquier película de vaqueros de las que daban en tanda de una. En medio de la emoción, los aplausos y el bullón, pocos repararon que en realidad se trataba de unas cuantas salchichas que aquel formidable actor se había pegado en la panza.

Las veladas terminaban con el canto del himno de la escuela y para acompañar había que levantarle la tapa al piano donde yacía el compañero, una maestra se le acerco y le dijo que ya era mucho, que jalara. Como respuesta el agonizante convulsionó una pierna; ella lo amenazó con mandarle un formulario si no se quitaba y como no hizo caso, lo agarró de una oreja y lo hizo sacado a empujones. La desilusión de la chiquillada fue enorme pues vieron como en segundos, el heroico muerto resucitaba y empezaba a gritar de dolor. Me imagino que esa noche en la casa de los Estevanovich no comieron embutidos y que a Eduardo le deben haber metido una gran chilillada por llegar sin botones, con toda la camisa manchada con sirope y hedionda a salchicha. ¡La prenda debió pasar semanas sobre la lata de blanquear!

Pero valió la pena. Porque Eduardo con su magistral actuación, dejó un recuerdo imperecedero entre los afortunados que la vimos.

Tan espectacular velada hoy es irrepetible. Dentro de la ideología de la “Pax Heredianica” como dirían los romanos; en una escuela primero se ve una pasarela con modelos chingas que una batalla, aunque sea la de Rivas. Un espectáculo tan sanguinolento como ese, implicaría que le corten el rabo a la directora y que a las niñas las suspendan. ¿Güilas con rifles? ¡Impensable! hoy andan pistolas dentro del bulto con las que asaltan a sus compañeros o balean a los profesores.

Así aprendíamos historia en aquel tiempo, se nos enseñaba quienes eran nuestros próceres y los respetábamos. No teníamos las melcochas cerebrales de algunos que ahora les serruchan el piso a los verdaderos héroes, inventan unos nuevos; e ignorando el significado de las palabras, declaran libertadores al primer invasor que se les presenta.

Serán viejeras pero creo que la educación de otras épocas fue muy superior a la actual.


Fuente: Tribuna democrática.com

27 de Septiembre 2010

Don Juan Rafael Mora y el Himno Nacional

En esta guerra, nuestros soldados, al mando de su Presidente, iban acompañados de dos símbolos nacionales: la bandera y el Himno Nacional, al que todavía no se le había compuesto una letra.

Hubo que esperar más de medio siglo para que la música patria encontrara, después de varios intentos, finalmente una letra que describiera nuestros anhelos. Para ello, en 1903 el gobierno convocó a un concurso en el que participaron muchos poetas e intelectuales conocidos; pero irónicamente le correspondió ganar a un joven poeta rebelde y activo defensor de los derechos de los trabajadores, que desconfiaba de los gobiernos y de los políticos, y que creía en la libertad del ser humano y en la liberación de éste por la educación.

Como el joven José Ma Zeledón no era del agrado del gobierno de don Ascensión Esquivel y había reticencia en declarar la oficialidad del himno ganador, el jurado abrió una encuesta en los periódicos para que el pueblo opinara. La letra fue del agrado de la gente porque era simple, breve, y decía lo que la mayoría consideraba su ideal de vida. De esta forma, aunque el gobierno nunca dio el decreto de oficialidad, la letra del Himno escrita por Billo Zeledón fue adoptada por las escuelas y cantada desde entonces por todos los costarricenses.

Dado que la música del Himno está ligada a la primera infancia de nuestra nación, en la que se toma conciencia no sólo de nuestra soberanía sino además de la pertenencia a una comunidad mayor cual es Latinoamérica, el autor de la letra acude de nuevo a las significaciones generadas en la Campaña Nacional de 1856 y, muy concretamente, a la imagen que de la comunidad nacional había ofrecido el Presidente Juan Rafael Mora en aquella ocasión. De esta forma podemos afirmar, que es esta gesta épica la que genera el discurso fundacional de nuestra nación.

Al igual que el Presidente Mora y su ejército marchan al encuentro del invasor bajo la sombra de la bandera (1848) y los acordes de la música del Himno Nacional (1852), la letra compuesta por Billo Zeledón para el canto patrio se basa en los valores de esos símbolos previos y su historia.

En la primera estrofa es notorio que el poeta se había inspirado en los colores de la bandera, pero en lugar de seguir los modelos políticos que vemos en otros himnos, los interpreta sobre la base de la imaginación popular y no sobre imágenes políticas desgastadas. Por eso mismo, la letra está llena de poesía y pinta un lugar soñado, lleno de paz, bajo un cielo limpio y transparente.

En la siguiente estrofa vemos a un hombre campesino volcado sobre el surco con el rostro enrojecido por el trabajo. Lo anterior significa que la vida expresada en los colores de la bandera ha sido posible gracias a que las personas que allí viven han encontrado sabiamente en el trabajo, no sólo una manera de satisfacer sus básicas necesidades, sino también el gozo espiritual que da una vida honrada y la realización personal de nuestras propias capacidades. Luego se nos dice cómo por el trabajo valiente y honesto de esos humildes campesinos, la madre patria ha obtenido fama y honra; pero además se advierte sobre el coraje de sus gentes, quienes saldrán a defenderla usando sus propias herramientas de labranza.

De una manera clara y sin rimbombancias literarias, Billo Zeledón retrata con acierto el tipo humano que está en la base de esta nación. No se trata de intelectuales ni letrados; ni de políticos o magistrados; y mucho menos de generales ni militares. Se trata de algo muy real y concreto en la vida de un país: los trabajadores. Ese es su gran acierto. Lograr un retrato de lo cotidiano y concreto en el que la gente común y corriente podía reconocerse.

De modo que, de todas las actividades sociales, el Himno selecciona el trabajo por dos razones: primeramente, por ser la actividad dominante en la vida diaria de las personas y, en segundo lugar, por su capacidad formativa; del último rasgo se deriva una relación significativa entre trabajo y honradez. Lo que honra es el trabajo y por eso todo mérito debe provenir del trabajo. De ahí que llamemos honrado a todo aquel hombre que vive de su trabajo. El autor, por su parte, siendo poeta, se llamaba así mismo indistintamente labrador, sembrador, obrero y trabajador del ideal. Según el Himno, el trabajo no sólo proporciona honra, sino que además proporciona valentía y virilidad, al darle al ser humano conciencia de su fuerza, es decir, de su capacidad y potencial. Por eso, el derecho sagrado no lo da la Patria, sino que se lo ganan sus hijos y es así como hacen Patria.

Se trataba de una letra que no parecía típica de un himno nacional –y su esposa se lo había dicho la primera vez que la oyó– porque no hablaba de los lugares comunes en estas composiciones: guerra, sangre, muerte en batalla, victorias militares, cañones bayonetas, gritos, etc. Todo lo contrario –y en esto está su originalidad y una vez más su rebeldía contra los caminos establecidos e inamovibles– el himno que Billo escribió habla de otro tipo de sueños, de otros ideales de vida: de la tierra que nos vio nacer, de la fecundidad y generosidad de nuestro suelo y la transparencia de nuestro cielo; pero sobre todo habla del valor del hombre que se hace hombre en el trabajo honrado y de la mujer-madre que, como su tierra, es gentil, dulce y protectora. Es decir: suelo, trabajo y familia conforman nuestra verdadera patria.

La composición es interesante porque si bien el contenido no es marcial o militar como lo es la música; la letra sigue siendo un himno porque hay una alabanza. Todo el himno es una loa y un saludo a la patria. El saludo de “salve” que se repite varias veces en la letra expresa el deseo de que viva por siempre la patria, algo equivalente a “un Dios te guarde así para siempre”.

Pero naturalmente esto habrá de depender del hecho de que cada generación de costarricenses sea capaz de practicar y mantener las virtudes que allí se exponen: honradez e integridad.

Esta última virtud que el Himno propone es otra manifestación de la honradez. La integridad se manifiesta en el Himno cuando destaca la coherencia del trabajador con su ideal hasta el punto en que, a pesar de su amor por la concordia, es capaz de luchar contra quien sea para defender sus valores porque es leal a ellos, no sólo de palabra, sino de acción; es decir, que somos también honrados, rectos, íntegros, en la relación que tenemos con nuestros ideales. No los decimos sólo de boca, sino que vivimos según ellos.

Por todo lo anterior, debajo del canto, el Himno Nacional nos propone una doble promesa: por un lado, la promesa de vivir honradamente conforme a nuestro trabajo, para alcanzar la paz; y por otro, la de actuar en concordancia con esta promesa, defendiendo día a día los valores que hemos jurado, para mantener la patria limpia y pura como su cielo. En esto consiste el compromiso que asumimos cada vez que, de pie, con el cuerpo firme y la frente en alto, cantamos el Himno Nacional; por eso, bajo el límpido azul de su cielo, la paz espera que cumplamos nuestras promesas.

*Profesora emérita, Universidad de Costa Rica.


Fuente: Página Abierta
Diario Extra
28-09-10