La Policía Penitenciaria

Lic. Benjamín Sevilla García, Secretario Juventud ANEP

Existe en nuestro país un grupo de hombres y de mujeres cuyo valor y grandeza están lejos de recibir el reconocimiento en su justa dimensión. Personas que ponen sus vidas en riesgo por la seguridad ciudadana y que nos dicen: “duerman tranquilos porque nosotros cuidamos”.

Conocen perfectamente la definición de peligro, lo que implica pasar largas jornadas de trabajo en un fortín, en un pabellón o rodeados de muchísimas personas privadas de libertad que no siempre están dispuestas a respetar el orden o a seguir los convenios de la sana convivencia.

Expectantes en todo momento estos servidores públicos saben que velan por la vida de sus compañeros, de los demás funcionarios, de las visitas y de la población privada de libertad. En este aspecto no puede haber errores y en caso de presentarse, las consecuencias son elevadísimas.

Duermen con la advertencia permanente de una posible fuga, de una riña, de un motín, o de un atentado contra la propia seguridad del centro penitenciario. Ante la alarma por cualquiera de los eventos mencionados saben que deben responder de inmediato, con profesionalismo y con la pericia que cada caso en concreto demanda.

También, saben lo que es perderse el cumpleaños de sus hijos, el no poder asistir a la celebración de ciertas fechas importantes y como si esto fuera poco, a conformarse con un salario que apenas les alcanza para sobrevivir. Ante las creativas estrategias de provocación continua que utilizan algunos privados de libertad, el policía o la policía sabe mantener la cordura. No importa que la agresión sea física o verbal, contra su propia dignidad o en contra del honor de su familia, un policía siempre sabe usar la razón y conducirse con altura.

La persona policía sabe paliar el sentimiento de la exclusión. Esto lo muestra frecuentemente, sobre todo cuando alguien, haciendo gala de su ignorancia, se atreve a calificarlos de corruptos, de poco preparados o de ignorantes. En resumen, se comprende que las personas no pueden dar lo que no tiene y sólo alguien con la suficiente inteligencia y educación es capaz de mostrar calidez humana con estos servidores.

La persona policía no es aquella desafortunada que no logró estudiar y que por ello debe conformarse con ese trabajo. Por el contrario, es una persona que realiza una función técnica y profesional en el campo de la seguridad, que muy pocos podrían y estarían dispuestos a realizar.

Es verdad que en algunas ocasiones se ha demostrado actos de corrupción o de abuso por parte de algunos agentes de seguridad, pero los casos son mínimos y estos nunca merecieron ser llamados servidores públicos y menos agentes de policía. Cualquier persona civilizada comprende que por hechos aislados o por la conducta de unas pocas personas, no se puede ensuciar el buen nombre de un colectivo.

En momentos de crisis como el actual, los miembros de la Policía Penitenciaria siempre han mostrado excelencia en sus labores y un profundo espíritu de servicio. Ellos y ellas no pueden dejar de trabajar, no pueden quedarse en sus casas, y tampoco pueden negarse a atender una emergencia. Por mucho tiempo se les tuvo en olvido, excluidos y silenciados. El reto que hoy tenemos como país, es dignificar la función de estos servidores, proveerles los equipos y las condiciones mínimas de seguridad, de higiene y de trabajo.

Finalmente, el cambio pasa por reconocer la importancia de la función policial, que en nuestro caso es ampliamente civilista y nada tiene que ver con la absurda idea de instaurar un Estado policial; por que la clase política logre comprender el rol y la importancia de los miembros de la Policía Penitenciaria; porque las autoridades del propio Ministerio de Justicia se esfuercen por la capacitación y dignificación de este cuerpo de seguridad; y, porque cada ciudadano y cada ciudadana comprenda que los policías están para brindar seguridad y para ayudar. Pero lo más importante, que todos y todas logremos comprender que un policía o una policía siempre es un ser humano.

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