Benjamin Sevilla, Junta Directiva Nacional ANEP
Las “fake news” son noticias falsas que se publican y comparten por las distintas redes sociales. No es un fenómeno nuevo, siempre han existido, lo que pasa es que con el desarrollo actual de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC’s) su impacto, por el alcance e inmediatez, es mayor. De ahí que popularmente se diga que una persona es enjuiciada por la mañana y ya por la tarde condenada, o que, el honor de una persona dura años en construcción y sólo minutos en ser destruido.
Marta Cerezo Prieto en su obra “Medios de Comunicación: representación e interpretación del delito”, menciona un estudio del año anterior de Vosoughi, Roy y Aral, S, en el que se comprobó que las noticias falsas tienen un 70% más de probabilidades de ser compartidas que las verídicas, lo que demuestra que todas las personas somos objeto de “fake news”.
En una sociedad democrática como la nuestra, que pese a todas las observaciones que se pudieran hacer sobre el tema, aún gozamos de cierto grado de libertad en materia de expresión, comunicación e información, lo que correspondería ante el fenómeno de las fake news, es aprender a diferenciar las noticias falsas de las verdaderas. Pero, si lo que se pretende es acudir a la sanción de nuevas leyes que regule la creación y difusión de noticias falsas entonces, se debería valorar previamente, si estas leyes son convenientes y oportunas, si con ello no se censura la opinión pública o si los ostentadores del poder seguirán sujetos al escrutinio de la ciudadanía.
En el primer caso, para diferenciar las noticias falsas de las verdaderas, los expertos aconsejan dudar de aquellos temas que son reiterativos; cuestionar las que se publican inmediatamente después de los hechos; leer la noticia entera y no quedarse únicamente con los titulares; averiguar la fuente, el autor; buscar el titular en Google, en caso de ser cierta la noticia es probable que otros medios también la estén abordando; hay que verificar su contexto, que la fecha sea actual y también; que las imágenes o fotografías no sean montajes.
Si como país determinamos que lo procedente es regular el asunto a través de la sanción de leyes, conviene prestarle atención al criterio técnico jurídico, depurar la norma de los sesgos políticos electorales y guardar el equilibrio entre las distintas normas y derechos. La idea es garantizar una legislación que regule eficazmente los alcances de las noticias falsas y no un proyecto en beneficio exclusivo de la clase política o, mejor dicho, de ciertas figuras políticas que lo que buscarían es evitar que se les cuestione para salvaguardar su imagen. La imagen de una figura pública se blinda así misma con buenas acciones, escuchando las críticas de sus conciudadanos y hablando con transparencia y honestidad.
Las noticias falsas, sin importar de donde vengan, impactan a un sector de la población joven, una población que manifiesta ciertas carencias de sentido crítico, que no le gusta leer los periódicos, que prefiere leer los titulares en Facebook y que antes de revisar fuentes y verificar imágenes, les resulta más cómodo darle credibilidad a lo que dicen ciertas figuras influyentes en las distintas redes sociales. Dichosamente, no todas las personas jóvenes se comportan de esta manera, existe un alto porcentaje de ellas que aprovechan las facilidades de las tecnologías de la información y comunicación para incidir, capacitarse y contribuir con el desarrollo de la sociedad.
Lo que no debe suceder en una democracia como la nuestra es relativizar las fake news. Es lamentable que, en nuestro país, si una noticia falsa es difundida de manera consciente o no, por un sindicalista, por un sacerdote, por un pastor evangélico, por el periodista de “x” medio de comunicación o por una persona que pertenece a determinado partido político, entonces es un terrible delito. Pero, si las noticias falsas son creadas o difundidas por el otro medio de comunicación, por alguien que se autodenomina progresista, por la persona que pertenece a “x” o “y” partido político, entonces hay que guardar silencio, tapar el asunto y desviar la atención. Esto es vergonzoso por constituir una doble moral, porque nos confronta como sociedad, nos posiciona como los buenos y los que creen y piensan diferente, como los “otros” a los que hay que destruir, anular o reducir a su mínima expresión.
Finalmente, difundir o crear noticias falsas es denigrante para cualquier sociedad civilizada, genera diversos conflictos, debilita el funcionamiento de los Estados y cuando se da en los espacios de la comunicación, se traduce en una práctica antiética de la labor periodística.