Ya van tres episodios de odio que se han expresado de manera abiertamente pública en las últimas semanas que deben llamarnos a la reflexión y a la acción.
Los tres, protagonizados por personas que se declaran, explícitamente, partidarias del Presidente de la República, Rodrigo Chaves Robles.
Estos tres eventos de odio son: el ataque verbal de carácter soez y cuasirreligioso en las afueras de la sede oficial de la ANEP, la pinta de un “grafitti” en la acera de la sede de la Sala Constitucional tildando a sus magistrados de “filibusteros”; y, el ataque verbal desde las barras del parlamento, con amenazas de muerte incluidas, a los diputados Ariel Robles Barrantes y Francisco Nicolás Alvarado, por parte de un sujeto de poco pudor que casi se desnuda ahí mismo.
Desde esta columna no solamente condenamos, de la manera más enérgica los episodios de odio descritos y cualesquiera que se manifiesten, vengan de donde vengan; sino que, emplazamos, de manera abierta a la primera persona que debería ponerse al frente de una cruzada cívica por la paz, por el diálogo y contra el odio: el propio Presidente.
Sin embargo, no creemos que lo hará y tampoco tiene autoridad moral para hacerlo por cuanto su silencio al respecto de estos tres episodios activos de odio explícitos, ya nos dejó claro que los está avalando.
Las personas costarricenses que no creemos que sea el odio lo que determine nuestra convivencia cívica como nación, en medio de este doloroso y dramático proceso de involución en que estamos, algo tenemos que hacer.
Ha sido una entidad de mucha reputación la que nos ha dado los primeros datos estadísticos con relación a los mensajes de odio que invaden ya todo el tejido social costarricense en estos momentos. Se trata de la oficina en nuestro país de las Naciones Unidas (ONU), que habla de 1 millón 400 mil mensajes de odio en el último año de la medición efectuada, especialmente en redes sociales.
Muchas son las razones que podrían explicar tan pernicioso fenómeno desintegrador de la misma democracia como lo es el odio; aunque ya hay otros factores en desarrollo que están impulsando ese proceso desintegrador de nuestra democracia: la pobreza, la desigualdad, el desempleo y la precariedad-congelamiento salarial, la corrupción tributario-fiscal, el pago de intereses obscenos de la deuda pública, entre otros.
Volviendo al fenómeno del odio en nuestro país hay que reconocer que éste se alimenta, no solamente de factores citados en el párrafo anterior; sino, de patologías sociales como la xenofobia, la homofobia, la aporofobia, la misoginia… y el antisindicalismo.
Y es en esto del antisindicalismo que queremos hacer una breve puntualización: lo que pasó en el período constitucional 2018-2022, cuando se manifestó la más perversa y grosera campaña de agresión psicológica y de terrorismo ideológico jamás desplegada antes contra grupo social alguno en los tiempos de la Segunda República: hablamos de la campaña de odio contra el empleo público y contra todas las personas trabajadoras asalariadas estatales y sus familias.
Una coalición mediático-político partidista, con sus operadores decisores en los poderes Ejecutivo y Legislativo, 2018-2022, sembró gran odio en nuestra sociedad cuyo fuego sigue ardiendo en el tejido social costarricense.
Llega Chaves Robles y su estilo confrontativo, autoritario, soberbio, burlesco, despreciativo de la institucionalidad jurídica y el odio coge fuerza.
Estamos a tiempo de que ese odio eleve su temperatura. El odio, si se hace sistémico en una coyuntura determinada, puede generar un baño de sangre, en pequeña o en gran escala, pero baño de sangre al fin.
No tenemos que ver más allá de nuestras fronteras para constatarlo. Solamente recordemos lo que nos pasó en 1948, hace tan solo 75 años. El odio se desbordó y unos 3 mil compatriotas de entonces, de uno y otro bando, murieron en un baño de sangre.
Definitivamente, tenemos que actuar.